MADRID. TERCERA EDAD. Cuatro de cada diez mayores de 65 años se sienten solos, según un informe. En mayores de 80 años, la soledad emocional se eleva al 48 % y la soledad social alcanza el 34,8 %. | Europa Press

TW
1

Casi la mitad de los hogares unipersonales de Baleares están habitados por personas mayores de 65 años. En estas viviendas, la soledad puede ser deseada pero también no deseada y esta última aparece en forma de enfermedad. Un estudio reciente del Observatorio Estatal de la Soledad No Deseada identificaba que el 36 % de los afectados (entre 14 y 74 años) carecía de familia cercana. Para la generación baby boom (55-74 años), un 20 % destacaba que lo que más ansiaba era tener relaciones personales.

Socializar, salir a la calle y apuntarse a actividades de barrio serían algunas recomendaciones contra la pandemia de la soledad. Lo saben bien María Isabel del Río, de 66 años, o Rosa Ruiz, de 87 años. Cada una ha vivido situaciones más o menos difíciles. Ambas son viudas y reconocen que el calor humano les ha «salvado» del día a día. Eso y la actitud.

La familia: su tristeza

María Isabel del Río, sevillana de nacimiento, se quedó viuda en 2009 y reconoce que los inicios fueron «muy malos. Desde entonces, su hija vivió con ella unos años. «Me pasaba el día llorando y deprimida. Me costó bastante salir». Así pasó, al menos, dos años, hasta que luego «no me quedó más remedio que acostumbrarme». Cuidar a sus nietos, los hijos de su otro hijo, le ayudó en esos duros años.

María Isabel reconoce que nunca había estado sola. Se casó con 21 años y, además, proviene de una familia con muchos hermanos. En 2014, su hija se fue de su casa y desde ese momento, sus noches eran más frías. «Creo que estoy más sola ahora que antes», destaca, porque «mi hija me ha defraudado». El varapalo más duro para María Isabel fue el suicidio de su madre, un año después de que muriera su marido. «Desde ese momento, los hermanos nos hemos dispersado». Pero sin duda ha sufrido más estos últimos años, desde que la relación con su hija empeoró: «Estas Navidades no las he querido pasar en Mallorca. Me fui a Barcelona con mi hijo y mis dos nietos para ver a una hermana», dice.

Sin embargo, su actitud le ha salvado: «Soy una persona muy activa, voy al gimnasio, ayudo a mi hermana mayor y los martes, miércoles y jueves hago actividades». Es usuaria del centro de personas mayores de Esment porque María Isabel nació con una discapacidad auditiva, pero eso no ha sido ningún impedimento para nada.

Para ella, la soledad la describe como «algo triste», si bien «cada persona lo lleva de una manera distinta. Pero a una le hace estar apagada, no tener ilusión por nada. Que te da igual morirte hoy o mañana. Pero a pesar de tener momentos de soledad, y sufrimiento, soy una persona que no haría ninguna locura por no hacer sufrir a los demás». Sus noches son los momentos más difíciles, pero su actitud le hace levantarse cada día de la cama con cierta ilusión.

Llena de vitalidad

El caso de Rosa Ruiz, de 87 años, sería un claro ejemplo de soledad no deseada si no fuera porque su vida está llena de vitalidad y no para de hacer actividades. Enviudó hace diez años con el que fue su marido durante 52 años. Tiene un hijo y varios nietos pero ella vive completamente sola.
Es usuaria del programa de personas mayores de Creu Roja. Es una de las usuarias más activas, pues reconoce que «me apunto a todo» y hace punto. Hace poco le pusieron una prótesis en la rodilla, algo que le ha impedido moverse como antes. Pero, al menos, mantiene a las amigas, se apunta a talleres o excursiones, si puede, y sobre todo sale a caminar, algo que cree que es una medicina natural «si te da el bajón». De hecho, dice que «cada vez que estoy apagada salgo a la calle».

Porque aunque Rosa muestre una sonrisa deslumbrante, también reconoce que «hay días que estoy mal», pero intenta levantarse con energía: «Siempre busco la manera de hacer algo», destaca. Desde su punto de vista, considera que la soledad «mata». Por eso, es consciente de que cuando las personas se hacen mayores, pueden tender a esta situación no deseada. En su caso, dice, «tuve suerte de no caer en eso» después de que falleciera su marido.

Esos momentos de tristeza le vienen sobre todo por la noche. Pero para combatir ese sentimiento, Rosa tiene algunas recomendaciones que no le fallan. «Si me acuesto triste o por algún problema, pongo la tele o leo un libro hasta dormir. Si no tengo problemas ese día, me duermo directamente». A pesar de todo, echa de menos la compañía porque «no es lo mismo comer yo sola que poner dos platos en la mesa». Da gracias por pasar la Navidad con su pequeña familia.

«A cualquier persona que sienta una soledad no deseada, le recomendaría que salga a la calle, que no se estanque en casa. Que se apunte a actividades y tenga la mente ocupada», menciona.