Fiesta del fútbol. El trofeo desató la locura entre los aficionados. - Gemma Andreu

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Con puntualidad británica, aunque con acento español. A las 16.30 horas llegó la Copa del Mundo a la sala de la Caixa en la calle de Sa Ravaleta. La expectación rodeó al trofeo que arribó en un furgón blindado y escoltado por dos guardias de seguridad, el presidente de la Federación Balear de Fútbol, Miquel Bestard, el vicepresidente, Manolo Bosch, y el delegado insular, Virgilio Juaneda. Se abrió la puerta y lo que antaño fue un sueño para la afición de la Roja se tornó en dulce realidad.

El primer aficionado llegó a la sala a las 14.30 horas para hacer cola y en su momento de máximo tránsito la fila llenó la calle hasta Mango. Con todo el tiempo de espera oscilaba entre los 30 minutos. "Es la copa más guapa, más que la Eurocopa y la Copa de Europa", susurró uno de los primeros afortunados que tocó el preciado tesoro. No faltaron camisetas de España en el desfile de aficionados, llegados desde todos los puntos de la Isla.

La queja común entre los que todavía hacían cola era que se tardaba demasiado entre foto y foto. Los trabajadores de la Caixa se convirtieron en fotógrafos improvisados para que nadie se quedara sin el recuerdo. Sólo hubo una regla: prohibido levantar la copa. Para ahorrar tiempo, más que nada, porque el trofeo pasó la mañana por Eivissa y a las 19.30 debía estar en el Consell para la fiesta del fútbol menorquín.

Bestard le entregó el tesoro a Marc Pons, acto que sirvió para que abrir la gala tras los parlamentos. Josep María Rivas llamó uno por uno a los galardonados para recoger sus copas aunque todos le hacían más caso a la 'más guapa' que a la que obtenían.

Fuera del salón de actos esperaban cientos de aficionados que no pudieron retratarse por la tarde. Bestard dijo "espero que vuelva dentro de cuatro años pero por si acaso, que nadie se quede sin hacerse la foto".