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El deporte les ha obligado a madurar a marchas forzadas. La aventura de cada uno de los doce protagonistas arranca del mismo modo. A muy temprana edad su destreza en la disciplina deportiva que ocupaba sus horas de ocio les abre una puerta a una dedicación más exhaustiva y, de algún modo, profesional. ¿El coste?, económicamente es mínimo, pero a nivel de calidad de vida es altísimo.

Dejar el calor del hogar y los compañeros de equipo para, petate en mano, instalarse en el Centre de Tecnificació de les Illes Balears donde los días pasan entre clase, entrenamientos, más clase y más entrenamientos, con algún rato para comer, descansar o, simplemente, ser adolescentes. Menorca, este año, está representada por doce deportistas en el centro Reina Sofía de Cala Nova, donde viven. "Al principio es duro acostumbrarse, entrenas mucho más tiempo que en Menorca", apunta el mahonés Giorgio Pontiggia, el benjamín de la expedición con 14 años. Los demás lo corroboran y coinciden con el desenlace: "Al final ves que merece la pena, que estás haciendo lo que te gusta y puedes decir que eres un privilegiado".

A pesar de que no viven con sus padres y madres, los jóvenes se someten a una disciplina muy estricta. Los que no cursan estudios superiores se levantan a las 7 de la mañana, desayunan y acuden a clase, en autobús, de las 8 hasta las 10.45. Posteriormente comienzan los entrenamientos hasta las 13 horas. Los deportistas cuentan con dos horas para comer antes de volver a las clases hasta las 17 horas. Luego toca entrenamiento hasta las 20 horas, cuando empieza su tiempo libre. Los mayores entrenan únicamente por la tarde.

A ojos del lector puede parecer que todo es maravilloso, pero, como deportistas de primer nivel conviven demasiado con los fantasmas de las lesiones. "Este año ha sido muy complicado por los problemas físicos", afirma la alaiorense Gemma Triay, una de las veteranas del centro con cinco temporadas, "es un momento duro que te obliga a madurar", reconoce. Del mismo parecer se muestra la joven Julia Torres, que en su primer año en el centro ha tenido dos problemas serios que le han impedido entrenar al ritmo normal. "Tuve una distensión muscular y luego una tendinitis, pero ahora estoy recuperada", comenta la ciclista y advierte que "se te hace duro estar lesionada porque te sientes mal al ver que tus compañeros entrenan y progresan y tú no puedes", lo que propició que se replanteara "si realmente valía la pena el sacrificio".

La rutina diaria ha caído mejor a unos que a otros. Por ejemplo el joven Óscar Mesquida, que llegó el pasado septiembre al centro, recuerda que "al inicio fue bastante duro, estás lejos del hogar y, en mi caso, pasé de entrenar una hora y media al día a hacer cinco por jornada y acababa muy cansado". Para Esther Bermejo este exceso de trabajo ha supuesto que cambie su visión del volei. "En Ciutadella no prestaba tanto interés en los entrenamientos y aquí me he dado cuenta de que vale la pena esforzarte cada día porque disfruto jugando al volei".

Pero en el centro prima por igual el deporte y los estudios. "Cuando llegamos por la noche hay un tutor para nosotros en la residencia que nos ayuda con las tareas", explica Marta Taltavull. El plan de estudios del Centro de Tecnificación está organizado para cursar el bachillerato en tres años, en lugar de dos, para poder compaginar las clases y los exámenes con los entrenamientos y los torneos. "El salto de ESO a bachillerato es muy duro, en el primer trimestre lo noté porque falté mucho a clase para poder ir a competir", revela Sergio Martos, que da prioridad máxima a los estudios: "Lo primero es sacar el curso adelante, terminar el bachillerato, y después, si puedo, sacarme una carrera".

El hecho de haber dejado el hogar para embarcarse en este estilo de vida ha permitido que estos jóvenes afronten la vida de un modo distinto a los que tienen su misma edad. "Tengo que agradecerle a mis padres el apoyo moral y económico que me dieron desde el primer momento porque sin ellos yo no estaría aquí", reconoce Rubén Sánchez. Clara Canet es consciente de que el día a día se hace duro, pero considera que son de los mejores momentos "porque disfruto y aprendo mucho con lo que hago que es lo que realmente me gusta".

¿Y qué hay del futuro? Este grupo de jóvenes promesas tienen ahora mismo una excelente ocasión para labrarse un buen porvenir tanto en el deporte como en la educación.
Gemma Triay quiere estudiar Filología Inglesa en Barcelona, lo que puede apartarle del tenis, Taltavull se muestra más realista, "el futuro me lo planteo poco a poco y llegaré en el baloncesto hasta dónde pueda llegar, aunque también me apetece estudiar una carrera", mientras que Bermejo asegura que "me gustaría jugar, aunque fuera una temporada, en el máximo nivel y llegar a la selección española". Para Joan Benejam, "el tenis estará conmigo hasta que me muera", desvela y matiza que "trabajo para llegar a ser profesional pero también sé que hay otras posibilidades".

Otros tienen objetivos más a corto plazo como el de Torres, "poder disputar este año el Nacional de pista" o el de Sánchez: "entrar esta temporada en algún Europeo o en un Mundial".

Estos jóvenes son parte fundamental del futuro del deporte menorquín. Pasan sus días entre clases y entrenamientos, disfrutando del poco tiempo libre que tienen para ser lo que son, al fin y al cabo, adolescentes que practican su deporte favorito.

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