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Se acabó la Liga con mi Zaragoza salvado y con un campeón más efectivo que brillante y pulverizador de récords de puntuación. Números implacables que no dejan lugar a dudas, fruto de un fútbol directo, con poca elaboración y con gran contundencia ofensiva, muy del gusto de su entrenador, hombre tan obsesionado con la victoria que la identifica con la feroz lucha por la vida, sin concesiones, en la que vale prácticamente todo lo que sirva para el objetivo.

Ahí está uno de los puntos de fricción dialéctica que mantengo con buenos amigos madridistas (desde mi último artículo "¡No pongáis vuestras sucias manos sobre el Barça!", Es Diari, 28-4-12) que sostienen con toda la razón del mundo que no hay una sola manera de jugar al fútbol, que más allá del guardiolismo, Mourinho y sus métodos merecen mayor consideración. Es tan cierto como la ley de la gravedad. Nadie dice que Mourinho sea un mal entrenador.

El Inter de Milán de los años sesenta, dirigido por el mítico Helenio Herrera, fue bicampeón de Europa jugando agazapado alrededor de su propia área, desde donde Luisito Suárez lanzaba unos certeros pases de cuarenta metros que habilitaban a otro español, Luis Peiró o a Corso, Mazzola o Milani para apuntillar al portero rival. Nadie discute a Helenio Herrera como un gran maestro de entrenadores. Creó escuela de magnífico fútbol de contraataque… ¿Quién le va a discutir a Mou su categoría como entrenador con su impresionante currículum? Otra cosa es discutirle el factor humano, donde el portugués es manifiestamente mejorable, por el bien del Deporte en mayúsculas.

Ya ahí está mi segunda discrepancia con el mourinhismo, movimiento de opinión que tras haber utilizado ad náuseam el esperpéntico villarato y el presunto dopaje de los jugadores del Barça para no reconocer jamás de los jamases la excelencia del Barça durante los últimos años, ahora carga sobre una imaginaria canonización de Guardiola como falso bueno, es decir como un consumado actor, un hipócrita de grandes proporciones. El caso es que también tienen razón… En parte, porque es verdad que no hay buenos y malos, blanco y negro; el mundo, también el de los entrenadores es gris, lleno de matices…

Pero los hay que tratan de educarse y educar, culturizarse, que no es otra cosa que escapar del tam-tam de la selva, de la disyuntiva amigo-enemigo, al enemigo ni agua, etcétera. Es una opción, ésta última, la de Mourinho, legítima hasta cierto punto (el límite es meterle el dedo en el ojo al adversario), pero personalmente prefiero la de Pep, por diabólico que sea en el fondo. Tanto, tanto, que ha cautivado la admiración del mundo entero por haber hallado la piedra filosofal del fútbol más bello jamás jugado con chicos de la cantera y sin necesidad de pisar contrarios.

Pep, por sus innovaciones tácticas, pasará a la historia de las academias de entrenadores como Walter Chapman del Arsenal y su archifamosa WM o Arrigo Sacchi y su sublimación de la presión adelantada y el perfeccionamiento de la figura del líbero, patentada por el excelso Beckembauer. Mourinho creo que sólo aportará currículum, agresividad y una pésima educación. Aunque por supuesto debe de ser tan buen o mal tipo como Guardiola. Faltaría más.