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Menorquines en el mundo, mallorquines en el mundo, españoles en el mundo, reporteros en la calle. Hoy día son numerosos los medios, en especial la prensa escrita y la televisión, que dedican una amplia atención a este tipo de reportaje. Esta fórmula tiene mucho éxito entre el público, pero es evidente que la prensa, ante la presión del periodismo digital y la expansión de los medios audiovisuales, tiene que potenciar otras modalidades de reportaje.

Los periódicos ya no pueden limitarse a cubrir adecuadamente la actualidad dedicando sus mayores esfuerzos a las noticias e informaciones de la jornada diaria. No basta. El factor de la inmediatez, ventaja de la que se valen sobre todo la radio e internet, aconseja replantearse los objetivos de la prensa escrita. El cambio operado en el mercado informativo hace inevitable echar la vista atrás para dar nuevos impulsos a la crónica y el reportaje, dos géneros que determinados periodistas y lectores creen haber redescubierto ahora cuando en realidad su práctica ha persistido a lo largo de la historia del periodismo. Y junto con la crónica y el reportaje también será necesario conceder mayor atención y espacio al periodismo interpretativo, al análisis de los hechos.

Al lector de diarios ya no le interesan las reseñas convencionales sobre unos hechos de los que se ha informado a través de la radio, la televisión o internet. Hoy pide algo más. Quiere la crónica bien construida de muchos de los hechos que se suceden en su comunidad y ya no se conforma con una simple información. En la actualidad, por ejemplo, el lector echa en falta una buena crónica parlamentaria. Se informa habitualmente de que el Parlament balear o el Congreso de los Diputados han aprobado o rechazado una ley sobre tal y tal; o se pilla alguna noticia o alguna declaración en los pasillos, pero muy rara vez se escriben crónicas que ilustren sobre el desarrollo y cuantos datos y detalles interesan al lector de una sesión plenaria, sobre las razones que han determinado unas u otras posiciones o el sentido de unas votaciones. El escueto telegrama informativo resulta insuficiente.

El lector también se muestra exigente en el campo del reportaje. Quiere un amplio tratamiento informativo para determinados temas. Está claro que las prisas y la escasez de tiempo que se concede normalmente para la entrega de un reportaje son serios obstáculos a vencer por el periodista, una situación que muchas veces no es tenida en cuenta por los responsables de redacción e incluso por las propias empresas. Para que me entiendan con claridad: Difícilmente podrá aspirarse a servir un periodismo de calidad si los redactores –y los fotógrafos– se ven involucrados en una carrera contrarreloj durante toda la jornada laboral. Para escribir un buen reportaje se necesita tiempo, algo desgraciadamente muy escaso en las empresas que poseen unas plantillas de redacción muy ajustadas. A las grandes empresas, en cambio, no se les presenta este tipo de apuros. Valga este dato: Recientemente, en un periódico de tirada nacional el redactor de un reportaje sobre el Estado de bienestar y las cuentas públicas en España indicó que había consultado hasta quince economistas, sociólogos, políticos y ex políticos. El reportaje en cuestión ocupó tres páginas y lo más probable es que al periodista le concedieran como mínimo 48 horas para realizar correctamente el trabajo encomendado.

El análisis de los hechos será, por otra parte, otra parcela cada vez más importante en los periódicos. El lector ya no se conforma con recibir la mera información de los hechos noticiables; demanda explicaciones, pide que le interpreten el hecho, que le faciliten sus posibles consecuencias. Una labor de análisis que requiere lógicamente una puntual colaboración de firmas expertas.

Para no herir posibles susceptibilidades del presente, los más veteranos consumidores de prensa española recordarán sin duda las crónicas políticas que Lorenzo Contreras firmaba para "El Correo Catalán" y "Abc" ; o las crónicas de José Oneto durante los años dorados de la revista "Cambio 16"; o el reporterismo de prosa apresurada y solvente de Manu Leguineche sobre los conflictos bélicos internacionales a los que se desplazaba, un material muy fresco que servía a los rotativos abonados a Colpisa, la agencia de prensa independiente que dirigió durante muchos años; o los reportajes de hondo calado social que Josep Maria Huertas Claveria y José Martí Gómez realizaron en la prensa barcelonesa.

El periodismo de Contreras, Oneto, Leguineche, Huertas y Martí, citados aquí a título de ejemplo, tuvo muchos miles de lectores. Fueron maestros de la crónica y el reportaje. En nuestros días existen naturalmente otros prestigiosos cronistas y reporteros cuyo trabajo debería servir de guía para las promociones de jóvenes periodistas que ejercen en la prensa, la radio o la televisión. Que no falte el ánimo y una intensa dedicación. Porque estoy convencido de que los periódicos podrán remontar su actual fase de estancamiento si se vuelcan en la publicación de crónicas bien documentadas, reportajes que interesen sobre todo en la calle y no en los despachos oficiales, y análisis que, redactados con rigor y sensatez, logren aportar las claves de las principales cuestiones que preocupan a la ciudadanía. Además, téngase en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre con muchas de las informaciones de cada día, la crónica, el reportaje y los artículos de análisis permiten publicar un material exclusivo que puede contribuir a incrementar el número de lectores del periódico.