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La masa consume cultura como quien se bebe una Cola-Cola en una sosegada mañana de domingo. Dos minutos son más que suficientes para dejarse llevar por la chispa de la vida. Esos dos mismos minutos de un domingo cualquiera -como el de hoy- son, como les cuento, los que emplean miles y miles de personas para echarse un trago del brebaje de fórmula secreta. Tiempo idéntico al que invierten otros tantos miles de individuos arremolinados frente a una obra de arte.

Dicho de otro modo, en el presente la visita a uno de los grandes museos del mundo comprende cuatro comportamientos imprescindibles: 1. Hacer una larguísima cola. 2. Pagar la entrada (tras una media de una hora a la intemperie, dato -obviamente- variable según temporada). 3. Ver -que no contemplar- las pinturas "estrella" del espacio. 4. Salir pitando, previo paso por caja de la tienda de merchandising de rigor por aquello de recordarle a tu entorno más cercano lo de "yo estuve allí" cuando alguno de ellos se dé de bruces con los imanes de tu nevera. No cabe aclarar que el hecho de "salir pitando" se debe a continuar con el periplo que -como si de un ritual se tratara- se anuncia a modo de peregrinaje museístico obligado para cualquier turista que se precie. Nueva York, Londres, París, Amsterdam o Berlín aguardan al perfil de visitantes estereotipados para rentabilizar al máximo sus productos artísticos.

Que cite la archiconocida Coca-Cola no es casualidad. Con el nacimiento del Pop Art, la marca se erige como estandarte de una reacción frente al expresionismo abstracto donde la realidad del momento se multiplica con símbolos de la cultura de masas. Cualquier objeto se reproduce y repite hasta el infinito.

Andy Warhol, padre por excelencia del movimiento, vaticinó el poder del consumismo extremo sobre la Humanidad con su popular frase: "En el futuro todo el mundo será famoso durante 15 minutos". A mi entender, le sobraron trece.

Polémico donde los haya, algunos críticos calificaron el proyecto de Warhol de broma pesada. Pero lo cierto es que su legado, como el de tantos otros y en periodos bien diferentes, se ha revalorizado. Y es evidente que se superará con creces. En 2010, su lienzo "Coca-Cola 4" fue subastado en Nueva York por 31,5 millones de dólares.

Como si de una moderna cápsula de café se tratara, el arte se saborea también de manera instantánea. Cuando eres consciente de que es mejor deconstruir a La Mona Lisa en una postal que atolondrado perdido en medio de una sala atestada de gente dándose codazos para inmortalizarse junto a La Gioconda, la cultura -como la cápsula prefabricada de café- te deja el paladar amargo. Entonces te das cuenta de las malas formas de la política del "Museology 3.0". Cuando dos minutos bastan para beberse una Coca-Cola y "comerse" uno de los platos fuertes de Leonardo Da Vinci, el sistema -lejos de fallar- nos ha vencido a todos.