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Hay que creer en la Menorca Talayótica, patrimonio mundial. Hay que estar convencidos, como dice Cipriano Marín, de que tenemos el Rapa Nui del Mediterráneo.

Tras la fiesta de celebración que se vivió ayer en Riad y que tendrá su réplica en Menorca, el viernes en Son Catlar, habrá que trabajar mucho y reclamar muchos recursos para darle a los 280 elementos de este patrimonio el valor que merecen y que han de beneficiar a la Isla.

Porque es verdad que las piedras son comestibles, porque son cultura que alimenta y a la vez son un producto turístico que da de comer. La cultura no puede medirse, solo, por su rendimiento económico, por eso la recuperación y excavación de los yacimientos, la reconstrucción de lo que sea factible, la mejora de las condiciones de visita han de permitir a los menorquines crecer y disfrutar de este patrimonio. Pero además la declaración tiene una dimensión económica, que no se completa en dos días, ni en diez años, porque la Menorca Talayótica debería llegar a ser el factor más importante del turismo cultural. La declaración no debe servir principalmente para dar más trabajo a la Administración y crear empleo público, ni montar estructuras más o menos costosas que no estén justificadas por objetivos y resultados medibles.

Invertir en piedras ha de resultar rentable a los menorquines. El Consell necesitará el apoyo de otras administraciones. Lo que ha tenido de forma puntual para impulsar la candidatura tendría que convertirse en habitual. El Ministerio de Cultura, por ejemplo, tiene una línea de ayuda de solo 383.000 euros para los 50 bienes catalogados Patrimonio Mundial de la Unesco. Poco se puede comer con una cartera tan escuálida.

Hay personas ateas en materia de títulos y medallas. Desconfían de sus efectos y aborrecen la parafernalia. Yo creo que tienen utilidad, aunque el recorrido depende de muchos factores. La Menorca Talayótica y la Reserva de Bisofera van de la mano. Son dos «medallas» que construyen una imagen de Menorca que sobre todo se percibe desde el exterior. Ellos imaginan que encontrarán lo que les prometemos. Lo que hace falta es que los menorquines creamos en ello. Y a partir de ahí darle valor y rentabilidad cultural y económica.