Raúl Pons. Ayer al atardecer, a las puertas de su casa en Cala Figuera, acompañado de su hijo Raúl. - Gemma Andreu

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Autoridad Portuaria de Baleares no promoverá expropiaciones en Cala Figuera hasta que esté completamente definido el proyecto a desarrollar en esta zona del puerto de Maó. Así lo aseguró Francesc Triay en el transcurso de la reunión del Consejo de Administración del ente gestor de los puertos baleares celebrada ayer en Palma.

Los movimientos que la entidad presidida por Triay ha iniciado en Cala Figuera fueron objeto de comentario en el transcurso del encuentro, cumpliéndose así los deseos de los representantes menorquines en el citado consejo, de tener información actualizada y de primera mano sobre la controversia surgida estos días.

En este sentido, el alcalde de Maó, Vicenç Tur, explicó a este periódico que había solicitado que se clarificase todo lo relativo al Plan de Utilización de Espacios Portuarios del puerto de Maó y que los detalles ofrecidos por Triay permitían afirmar que el procedimiento estaba "más que cerrado".

Por este motivo, y al amparo del PUEP, la expropiación forzosa es el destino que espera a los propietarios que no alcancen un acuerdo con APB. "En este momento, todo está en el terreno personal y Autoridad Portuaria comprará siempre que haya voluntad de vender y no habrá expropiaciones hasta que el proyecto esté cerrado", aseveró Tur.

El alcalde no ocultó su esperanza de que en Cala Figuera encuentren su sitio barcas pequeñas que, a raíz de las nuevas concesiones, han perdido su sitio en el puerto de Maó. Habrá que ver si esta expectativa encaja en los planes de APB. El ente gestor ha adelantado su voluntad de promover una instalación náutica con marina seca para embarcaciones de recreo.

El alcalde de Maó reconoció que en la reunión se había vuelto a insistir en que su diseño "no está ni mucho menos definido", información que desdice las previsiones expuestas por el presidente de APB en el transcurso del IV Encuentro de Puertos Deportivos celebrado en marzo de 2008 en Madrid. Triay concretó en su intervención la idea de crear un centenar de amarres para esloras medias y grandes (entre 15 y 60 metros).

"Con todo esto, no me tocan la casa, me tocan el alma"
"Con todo esto no me tocan la casa, me tocan el alma". Conmueve oir algo así de un hombre fornido, de rostro tostado por el sol e intensos ojos verdes. Raúl Pons no está dispuesto a quedarse de brazos cruzados ante la pretensión de Autoridad Portuaria de adquirir su casa. Se considera "una buena persona, amante de su familia". Lo remarca ante la mirada escrutadora de su hijo Raúl, como si necesitara disculparse por levantar la voz por lo que él y su familia consideran "un atropello".

"Nadie me ha regalado nada. Esta casa es fruto de nuestro esfuerzo. La he levantado con mis propias manos, con ayuda de mi padre y mi mujer. He pedido todos los permisos oportunos y nadie me ha perdonado ni un duro", explica Raúl. Este mahonés del 64, buzo profesional, tras dejar la construcción y el marisqueo - "me dedicaba al dátil pero tuve que dejarlo por una ley de la Comunidad Europea", rememora- comenzó a levantar su casa hace 25 años.

Cinco lustros después, tras su fachada ocre se oculta una vivienda sencilla, acogedora y luminosa, en la que Raúl y su familia han pasado alegrías y sinsabores, mientras se sucedían las descargas de combustible y el tráfico de los miles de camiones que lo distribuían por la Isla. "Ahora estaba tranquilo sin petroleros ni camiones a las seis de la mañana, pero dejé de estarlo cuando leí en el periódico lo de Autoridad Portuaria", confiesa Raúl.

Porque por el periódico asegura haberse enterado esta familia de que más pronto que tarde deberán dejar su casa. "Yo he ido a preguntar a las oficinas de Autoridad Portuaria y me han dicho, "tranquilo, esto no es nada". ¿Tú crees que si yo me hubiese enterado de que me pasaba un vial por encima no hubiese contratado un abogado como he hecho ahora?", me interpela con una voz quebrada por la indignación.

"A mi si me ofrecen lo que tengo ahora, una casa cerca del mar, a "s'altra banda", no pongo ninguna pega, pero es que vienen y te dicen que te tienes que marchar, que te van a pagar mil y pico euros el metro cuadrado y que mejor lo cojas porque después no se sabe, y no lo entiendo. Porque pueden hacer un puerto deportivo y perder el amarre porque no lo pueda pagar, pero esto es mi casa", clama Raúl.

La casa con la que soñó desde que era pequeño, según confiesa, porque le permite dedicarse a lo que realmente le gusta. Salir en su pequeña barca, volver con pescado fresco y comerlo en familia. Se le ilumina la mirada mientras lo cuenta, quizás sin ser consciente, de que reivindica la felicidad que nace de lo sencillo, un modo de vida radicalmente opuesto al de los grandes proyectos de Autoridad Portuaria. Raúl, cuya barca se llama "El último mohicano", insiste, luchará hasta el final con todas sus fuerzas.