Competencia. Los huevos de Menorca deben competir con productos de fuera, con precios a menudo mucho más bajos - Paco Sturla

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Cojo el carrito del supermercado, y me dirijo a la sección de los huevos. Tras descartar golosinas y otras tentaciones que me observan desde algunas estanterías, llego a mi objetivo. Sin dudarlo, agarro media docena de huevos menorquines. Me inspiran confianza y, además, están buenísimos. Un gesto tan fácil y cotidiano podría dejar de serlo por una normativa de la Unión Europea que pone a las granjas menorquinas entre la espada y la pared intentando mejorar la calidad de vida de las gallinas.

La normativa europea supone la aplicación de una directiva aprobada doce años atrás, en 1999. Por ese entonces se prohibió la utilización de jaulas en batería para la cría de gallinas ponedoras y se otorgaba a los productores una docena de años para adaptar sus instalaciones. Una alternativa era la instalación de las llamadas jaulas acondicionadas, más amplias, con un mínimo de 750 centímetros cuadrados por gallina y una altura que no puede ser menor a 20 centímetros. Otra opción son las gallinas criadas en el suelo o más o menos sueltas. Ninguna de estas alternativas es la que aplicaban hasta ahora las dos principales granjas productoras de huevos en Menorca, que aún tenían implantado el sistema de jaulas en batería, considerado más productivo pero que limita el movimiento natural de las gallinas.

Ahora, estas dos granjas deben adaptar sus instalaciones a la normativa europea, puesto que el plazo para hacerlo expira el próximo 1 de enero. El cambio no es barato, más bien al contrario. Supone una inversión muy elevada para unas empresas que, aseguran, obtienen una rentabilidad muy reducida de un negocio, el de los huevos, cuyos beneficios son exiguos o casi nulos. Ante este panorama, explican, se les planteaba un dilema: hacer las reformas, por caras que fueran, o cerrar el negocio y dedicarse a otra cosa. "Hemos decidido acometer las reformas, aunque tenemos miedo de que sea un suicidio económico", comenta uno de los empresarios.

De hecho, alguna de las granjas ya ha iniciado las reformas, y otra lo hará en cuestión de días. "No teníamos alternativa", explican, a pesar de que esto suponga arrastrar a sus negocios al borde del precipicio. "A día de hoy, no sabemos si a partir de enero, la producción será viable o no. Sinceramente, no lo tenemos claro", confiesa otra de las granjas. Y es que no es lo mismo realizar inversiones en estos tiempos de crisis que acometerlas en otras épocas. Uno de los principales lastres de la actividad de producción de huevos es, actualmente, el precio del pienso. "Está por las nubes", dicen, lo que acaba por encarecer de manera notable el coste de producción. Si se tiene en cuenta que para obtener una docena de huevos se necesita algo más de un kilo y medio de pienso, explican los productores, la fórmula resulta ruinosa en Menorca, donde hay que costear también el transporte, y luego intentar colocar los huevos a un precio razonable en el mercado.

Éste es el segundo de los problemas al que se enfrentan los productores menorquines. El elevado coste de producción no puede repercutirse en su totalidad en el precio al que se comercializan los huevos en los puntos de venta. Entonces, explican, los consumidores deberían desembolsar cantidades que no están acostumbrados a pagar, menos aún en tiempos de crisis en que cada céntimo de euro se analiza al detalle antes de ser gastado.

Además, las granjas insulares compiten con otras empresas mucho más grandes, con producciones a gran escala que permiten ofrecer un precio más atractivo para el consumidor final. Así, esta pescadilla que se muerde la cola acaba por desesperar a los productores insulares, que agradecen de todos modos la confianza de sus clientes.

En este sentido, la normativa europea pretendía, como efecto colateral, que los productores de huevos acabaran cobrando por su producto lo que realmente les cuesta. Así, el planteamiento era que como producir huevos sería más caro, las granjas que no se pudieran adaptar desaparecerían del mapa. Entonces, serían menos los que se dedicarían a este negocio, y al haber menos competencia, el precio podría subir y llegar a cubrir el coste de producción. A día de hoy, esta teoría se aleja mucho de la realidad. En Menorca, por ejemplo, las granjas llevan dos años sin cubrir los costes de producción, confiesan.

El temor de estas granjas, además de los efectos que puedan suponer las inversiones realizadas para adaptarse a la normativa europea, es la llegada de grandes cadenas de supermercados. "Si se implantan en la Isla, definitivamente estamos perdidos", explican.

Las grandes marcas se nutren de sus propios productores, afirman, empresas que suministran grandes cantidades de producto a precios mucho más baratos.

Ante este panorama, los productores temen que en el carrito de la compra de cada semana, los menorquines acaben por meter huevos importados de países en los que las exigencias sanitarias e higiénicas no son tan estrictas como en Europa. "Nosotros ahora estamos invirtiendo para acatar las directivas comunitarias y tendremos que subir el precio. Mientras esto pasa, en otras zonas del mundo estarán produciendo huevos en condiciones diferentes y con normativas mucho menos exigentes, productos que al final llegarán a Menorca y se venderán al lado de los nuestros", relatan los empresarios.

De momento, las dos granjas productoras no lanzan la toalla. Al contrario. Se han liado la manta a la cabeza y están en plena transformación de sus instalaciones en Ciutadella y Sant Lluís. A partir de enero, cumplirán la normativa europea. Lo harán sin saber si la caja les va a cuadrar, dudando de su futuro más inmediato y sin ninguna confianza de que alguien les eche una mano. Temen que pronto los menorquines no puedan hacerse una tortilla con huevos de la Isla comprados en el supermercado. De momento, por ellos no quedará.