Fotógrafo. Pedro Mir, en uno de sus viajes a Asia, tratando de comunicarse con las mujeres de una tribu - Pedro Mir

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Pedro Mir Bernal ve en la fotografía un medio con el que mostrar el día a día que se vive en otros países. Y es que, para él, el ser humano es muy parecido a pesar de que sus emociones se expresen de distinta manera por la diversidad de culturas.

Mir, de 37 años y nacido en Maó, vive en Barcelona y se dedica al marketing en una multinacional, además de impartir clases en la Universidad de Navarra. Su pasión es la fotografía, una afición que descubrió a los 16 años cuando empezó a interesarse por el proceso de revelado y el tratamiento de las imágenes. Su padre le regaló una cámara fabricada en Alemania del Este, muy básica, pero de la que le costó desprenderse.
Fue durante los años universitarios cuando Mir comienza a hacer reportajes fotográficos a amigos y compañeros, así como alguna que otra exposición en la propia universidad; aunque no es hasta finales de los 90 cuando, en un viaje a Cuba y posteriormente a Birmania, el menorquín decide que Asia sea su punto de partida para fotografiar la esencia de los pueblos más remotos.

Japón, Indonesia, Tailandia, China, India... Ha estado en numerosos países con un gran contraste a nivel cultural. De la India, precisamente, dicen que o te encanta o sales huyendo.
India es un país que está sobrefotografiado y que rompe paradigmas. Posee una cultura tan distinta que es un impacto. Dadas sus dimensiones es como un continente, reúne muchas culturas. Yo destacaría la hospitalidad, y lo integrada que está la religión en la sociedad y la filosofía de vida existente. Recuerdo un taxista que no sabía ni leer ni escribir que me preguntó: "Pero usted, ¿qué es lo que busca en la vida?". La gente allí no desea cosas materiales para ser feliz. También me llamó la atención la poca permeabilidad social y el sistema de castas, por el que cual la evolución es complicada; así como el papel fundamental del agua en la vida de los hindúes. Para ellos está presente en la vida y en la muerte. Las áreas que más me impactaron fueron la zona tribal del este de la India, con las tribus Bonda y Dunguria, donde las mujeres van rapadas y se vive en matriarcados; el estado sagrado de Gujarat, donde nació Gandhi; y la frontera con Pakistán, estado de Punjab, donde se encuentran los grandes guerreros indios Sikh.

Una de sus colecciones fotográficas muestra los trabajos que llevan a cabo los indios para subsistir.
El sistema indio no da de comer a toda la población. Su gran número de habitantes lleva a que la gente tenga que inventarse profesiones para ganarse la vida. Está el limpiador de orejas, el arreglador de paraguas, el cuentacuentos, el vendedor de excrementos de vaca para hacer fuego, o el ahuyentador de serpientes.

Corea del Norte, que actualmente se encuentra en plena transición, también fue uno de los países que más le impactó.
Fui hace seis meses a través de una agencia autorizada por el gobierno norcoreano. Tuve que firmar y aceptar una serie de normas y condiciones para entrar en el país porque, si no, no te otorgan el visado. Nada más llegar, te retienen el teléfono móvil, el pasaporte y los libros. Intentan evitar cualquier comunicación con el exterior y allí sientes lo que es la no libertad. Hay que tener en cuenta que Corea del Norte recibe 2.000 turistas al año. Ellos consideran al extranjero un enemigo y no se puede interaccionar con la población. Nuestro grupo estaba formado por cuatro personas y teníamos que ir con cuatro guías que se alojaban en el mismo hotel. Tenías que pedir permiso para hacer cualquier cosa y a mí me llegaron a decir que no fuera al baño en una ocasión. Cuando conseguíamos tener cierta confianza con ellos, tampoco éramos capaces de hacerles hablar sobre el régimen. Se limitaban a decir que lo que desearían es una transición de su sistema de gobierno parecido al modelo chino.

Comenta que los norcoreanos parecen no sonreír nunca.
Así es, tampoco los niños. Creo que la gente no está bien y recurren al tabaco, el alcohol o el deporte como vías de escape ante la gran represión que sufren. Ir allí es como un viaje al pasado, donde todo está militarizado y se idolatra al líder. Ellos hablan del enemigo y lanzan un discurso victorioso. Incluso hay altavoces en las cocinas de todas las casas, que no se pueden apagar, que lanzan mensajes políticos continuamente. Recuerdo la vez que tomé un tren hacia Beijing, en China, y entró la policía de aduanas y el servicio secreto. Me revisaron unas 3.000 fotografías y me borraron el 20 por ciento. Menos mal que llevaba una tarjeta de memoria escondida y no perdí el material. Pasé miedo porque había incumplido las normas.

Otro de sus viajes le llevó hasta las Islas Célebes, en Indonesia. ¿Qué recuerda de aquella experiencia?
Los Toraja viven la muerte como la gran fiesta de su vida. Allí, las personas preparan durante muchos años el que será su propio funeral. Cuando el individuo muere, las familias guardan el cuerpo en su casa el tiempo que haga falta hasta que hayan ahorrado lo suficiente para la fiesta, en la que se sacrifican cerdos y búfalos. A los niños, como no han tenido tiempo de prepararlo, se les entierra en bajo un árbol sagrado perfectamente reconocible.

Y, ¿cómo consigue un fotógrafo ser aceptado en tribus tan poco acostumbradas a los turistas?
Está claro que la apariencia ya te delata pero, en general, los pueblos te acogen cuando tú muestras interés por lo que hacen y te integras, siempre sin fotografiar de manera intrusiva. Los viajes de este tipo requieren de una preparación durante varios meses. Hay que documentarse y saber qué se quiere retratar y qué se debe evitar. Normalmente, las comidas son un buen momento para la integración. Ha habido veces que he tenido que comer y beber cosas que no me apetecían. También he visto muchas injusticias con las que te sientes impotente, como es el caso de las mafias que usan a niños para mendigar, a los que mutilan a propósito para que den más lástima.

¿Qué será lo próximo que enfoque su objetivo?
Remataré la zona de Asia con el Transiberiano hasta llegar al este de Rusia. Me encantaría ver esa mezcla de oriente y occidente. Después, me gustaría explorar otros países. África, con Mali, Etiopía o Congo, aunque ahora mismo la situación allí es complicada.