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Resuenan en la plaza las campanas de la Catedral. Es el punto de encuentro. A las cuatro y media llega él, como a él le gusta, puntual. Aparece con su Leica colgada del cuello. Ya está jubilado, pero da igual, la fotografía sigue deslizándose por sus venas, es lo que da sentido a su existencia. Lo descubrió de niño, cuando con una caja de cerillas fabricó la que fue su primera cámara de fotos. Y de ahí hasta convertirse en uno de los fotógrafos de referencia, aunque no sea él amante de piropos. Es Joan Guerrero (Tarifa, 1940), quien aprovechando un viaje con el IMSERSO ha recalado en Menorca, tierra que no le es nueva y donde, sin dudar, ha dado una charla en la Escuela de Adultos de Ciutadella. Como no, sobre fotoperiodismo, esa profesión suya que, desde periódicos como "El Observador", "Diari de Barcelona", "El Periódico de Cataluña" o "El País" durante sus últimos doce años de profesión, tanto le ha dado y tanto le ha ayudado a ver, con otros ojos, la realidad de este mundo cruel.

No puede negarse que es usted un auténtico romántico de la fotografía...
Sí, por descontado. Ya ves... Aquí estoy con la Leica. Entiendo que la fotografía digital ha sido una auténtica revolución, la más grande en el mundo de la fotografía. Pero al igual que ha sido muy positivo porque ha socializado la fotografía, también ha causado un problema. Ha arruinado a muchos profesionales. Aquellas fotografías de los maestros, de los años 50, de los franceses, en que se buscaba no solamente la noticia o la información, sino que se intentaba que tuviera algo de belleza o de poesía... Eso ya no se ve.

¿Más socializada, menos calidad?
Mucha, mucha. Se ha perdido mucha calidad. Y los directores de prensa solo piensan en llenar el hueco, nada más. Si no tienen ni alma, ni vida ni corazón es igual como se llene ese hueco. No toda la prensa es así, pero sí la mayoría. Se ha estandarizado, siempre es algo parecido. Esa fotografía de retrato, esa fotografía de calle está muy devaluada.

En sus tiempos, el fotógrafo debía dominar la técnica, la luz...
Si no la foto no salía. Hoy, con las cámaras digitales, la fotografía tendría que ser mejor, los fotógrafos tendrían que tener más garra. Porque antes éramos esclavos de la técnica, a la hora de hacer la fotografía y en el laboratorio, porque tenías que medir la luz, la velocidad, el enfoque. Y hoy las cámaras lo tienen todo, por dentro llevan a un japonesito que lo corrige todo. Entonces, si la técnica ya no te entretiene, la foto tendría que tener más calidad para captar ese momento decisivo. Pero veo que no. Incluso las fotos más perfectas tienen algo que no me acaba de convencer. Pero lo importante es el fondo de lo que se está explicando, y lo de menos, el soporte, que sea en blanco y negro, en color, digital, en papel baritado o si es diapositiva. Si la fotografía tiene lo que tiene que tener, ¿qué importa el cómo se ha hecho? Pero yo, personalmente, me quedo con la analógica, aunque entiendo que ya no sirve para prensa. Sí que sirve para hacer un libro o para una exposición, algo más reposado. Para prensa, la cámara digital es una bendición, la revolución, pero hay que buscar fotógrafos profesionales que sepan contar historias.

¿Qué carrete lleva puesto ahora?
Blanco y negro, por supuesto, Tri-X Pan 400 ASA.

Prácticamente toda su obra es en blanco y negro. ¿Por qué?
Siempre, a excepción de cuando en el periódico me pedían color. Toda mi vida he hecho blanco y negro. Me explico mejor, me gusta más, entiendo que voy a ese sitio para sublimar aquello, y seguramente los colores me distraerían. Y como la gran mayoría de fotografías que hago son instantáneas prefiero que sean en blanco y negro. Y no es que sea mejor que el color, es que yo navego mejor, me siento más cómodo, más en mi salsa.

Hay quien dice que su trabajo respira humanidad...
Pues es un piropo muy bonito el que me han hecho.... (reflexiona, modesto). Hace tres años me dieron la Medalla de Oro de Barcelona. Yo nunca he concursado en nada, y tengo más premios. Pero si miras el currículum verás que no está, y quizá debería estar para ser objetivo. En cambio, una vez, yendo por Nicaragua, atravesando un campo me encontré a un campesino que vivía en una chabola, muy pobre. Cada día hablábamos. Me llamaba Juansito, y un día, cuando me tenía que volver a Europa y nos teníamos que despedir, se le pusieron los ojos acuosos, a punto de saltársele las lágrimas. Y me dijo: "Espérese Juansito". Y entró en su chabola y sacó en un periódico arrugadito dos huevos de gallina. "Toma, para que te los comas". Me estaba dando lo que no tenía. Era tan humano, tan humano... Creo que ese es uno de los premios más grandes que me ha dado mi profesión. ¿Que respiran humanidad? Tal vez sí, mi meta siempre ha sido aquello que decía Pau Casals, primero la persona y después el poeta. Yo primero he querido ser persona antes que fotógrafo.

Para usted fotografía es vocación.
Por descontado. Desde muy pequeño me hice una cámara con una cajita de cerillas, en aquella Tarifa tan pobre, donde empecé a encuadrar la vida con esa caja. Sí, es innato, supongo. Luego ya, con el tiempo fui haciendo mis cosillas, fracasando mucho en el laboratorio, porque quería el blanco y negro de Ansel Adams, de Cartier Bresson, de toda esa gente. Y pasé muchos años haciendo pruebas, hasta que lo conseguí.

¿Qué diferencias hay entre el fotoperiodismo de hoy y de ayer?
Hay tres etapas diferentes. La primera, la del franquismo, fue terrible, apenas se respetaba al fotógrafo, nos cortaban las fotos, no ponían el nombre del autor, de una foto horizontal se hacía una vertical. A parte de la falta de libertad. Fue una época muy mala para el fotógrafo, no se le reconocía. Luego vino la época de la democracia, la transición. Ahí sí, los diarios daban cancha a la fotografía, "El Periódico" la buscaba siempre, respetando siempre, sin cortarlas. Una página podía ser fotografía en un 50 o 60 por ciento. Fue muy saludable. Y la actual, en que está un poco alocada. La fotografía actual la veo chata, pesada y reiterativa, que no busca lo que hay que buscar. Buscando al buen profesional gana el lector, gana el diario, la página. La fotografía de hoy arruina a cualquiera.

¿La calidad ha quedado reducida al reporterismo de guerra, a las historias humanitarias?
No debería ser así, pero sí, porque el fotógrafo que está ahí es un militante de la fotografía, un apasionado, y se está jugando la vida. Es el caso de Samuel Aranda, al que acaban de dar el mayor premio, el World Press Photo. ¿Y por qué? No es por lo económico, es por la pasión. Doy charlas, clases, en la universidad, en Bellaterra, en Blanquerna, o la del jueves aquí en la Escuela de Adultos, y me doy cuenta que tenemos una generación de jóvenes con gran pasión por la imagen y el fotoperiodismo. Me recuerda a mi de pequeño. Y creo que sé por qué: la fotografía es vida, es esa conversación, ese diálogo con la vida. Y en ese diálogo aparece belleza, aparece poesía, aparecen tantas cosas... Y ahí está el quid de la cuestión.

Hay una fotografía que usted califica como la fotografía de su vida. ¿Por qué?
Sí, la del campesino de El Salvador. Quizá tiene que ver con que vengo de una familia humilde. En esa fotografía hay lo que yo llamo alma, vida y corazón, y de una manera sencilla. Transmite una serenidad y una nobleza muy grande. Uno de los grandes reporteros que ha habido en el mundo, Eugene Smith, decía que la fotografía podría ser esa tenue luz que modestamente nos ayudará a cambiar las cosas. Yo creo en eso. Creo que la fotografía, la música o una gran película como fue "Ladrón de bicicletas" pueden ayudar a cambiar las cosas. Esa fotografía mía tiene eso que yo siempre he perseguido, sencillez, mucha sencillez. Yo no esperaba que la fotografía de mi vida fuera a ser un retrato, y lo ha sido. Las arrugas del anciano, esas manos agarrando el sombrero como si pidiera perdón, la mirada, que no sabemos si mira hacia dentro, hacia fuera o si no mira. Esa fotografía estuvo expuesta en una galería de arte en Barcelona. Un día que fui el galerista me dijo que el día antes había estado allí una señora y que, mirando la foto, había acabado llorando. ¿Qué le diría esa fotografía a esa señora para acabar llorando? Que una persona llore mirando una fotografía, para mí, es un premio.

Dijo usted que no ha podido cambiar el mundo pero sí entender la realidad a través de la fotografía.
Sí, eso viene de que yo estuve en la clandestinidad, en los 60, en Barcelona, empujando la historia para la libertad. Mi objetivo era romántico, era cambiar el mundo. Y no, no pudimos cambiarlo, sólo una parte, ya está bien que cambiáramos la democracia. Pero la fotografía me ha enriquecido muchísimo, a nivel espiritual.

¿Qué hará con las fotografías que está haciendo aquí estos días?
Las revelaré en mi laboratorio y las trataré con papel baritado, con un baño de selenio. Y, o se quedarán en casa para que alguien las vea dentro de 40 años, o haré una exposición. Nunca sé que haré con ellas.