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¿Por dónde empezar esta crónica? Yo creo que Luís Piedrahita también se lo estaría preguntando después de pasarme ochenta minutos riéndome gracias a él, en un Teatre Principal que se llenó como en las grandes ocasiones de un público joven o muy joven, que desde el minuto cero llegó predispuesto a disfrutar.

De vez en cuando, sientan bien estos oasis, no de calma sino de humor del club de la comedia, con uno de los humoristas de mayor trayectoria y reconocimientos de este país, que estoy convencido consiguió el viernes que nadie saliera decepcionado. Al contrario, antes de empezar el espectáculo volaron aviones de papel desde el cuarto piso y el ir y venir del público era constante, atendiendo a la voz en off del propio humorista que solicitaba insistentemente que le depositaran preguntas por escrito en una caja azul que se encontraba a pie del escenario. Preguntas de toda índole para que nuestro monologuista pudiera realizar su show bidireccional, en el que consiguió interactuar con su público como si estuviera cenando entre amigos.

Este escritor y director consolidado, colaborador y guionista de radio y televisión, es realmente un mago de las palabras tal y como lo describe su presentación. El viernes fue capaz de hacernos reír de lo cotidiano, con un toque surrealista pero siempre familiar. Y así sucedió.

Manos a la obra

Se apagaron las luces, empezó su monologo y empezaron sus preguntas ¿Dónde viven las plantas de interior? ¿El veneno caducado mata? ¿Y porqué sudan las aceitunas si no hacen nada? ¿Por qué el zumo de naranja en un bar te lo cobran a precio de barril de brent? ¿Por qué hay mandarinas que llevan etiqueta y otras que no?

Historias enlazadas, interrogantes infinitos y sobre todo, mucho contacto y complicidad con el público, no solo de las primeras filas sino prácticamente de cualquier rincón del Principal que reía al unísono y ovacionaba a este joven gallego de treinta y seis años, que con sus gafas y flequillo, daba la sensación de haber hecho un pacto con el diablo para parecer un adolescente. La necesidad de reír se vio colmada desde el inicio.

Cómico, actor y mago

Las habilidades de Luís Piedrahita no recalan únicamente en su sentido del humor y su constante juego con las palabras sino también en su vis teatral que complementa al personaje. Lo demostró tan solo con su presencia, llenando todo el escenario que únicamente albergaba un taburete con la caja llena de las preguntas del público. Las luces del teatro se abrían y se cerraban constantemente y la platea acababa siendo una pasarela más de sus movimientos.

Otra de las facetas con las que nos dejó boquiabiertos este polifacético artista fue el truco de magia que nos regaló, en el que hizo participar simultáneamente a cinco personas anónimas, descubriendo casi sin poderlo creer, las cinco cartas que habían escogido al azar. No en vano, el extenso currículum de Luis Piedrahita incluye la magia como otra de sus facetas.

Señales de tránsito, villancicos o rayaduras en el capó

¿Qué tendrán en común las señales de tráfico, los villancicos y una rayadura en el capó? Pues es un ejemplo de momentos estelares de la noche del viernes en los que el humorista enlazó un tema con otro, combinando la respuesta sensata a la pregunta socarrona.

Esta fue precisamente una de las grandes bazas en sus monólogos con los que consiguió cautivar a un público nada comedido que le propuso matrimonio, le lanzó preguntas sobre su flequillo o sobre los pingüinos y piropeó su presencia en Menorca con la frase que encabeza este artículo.

Como nos decía ayer, tenemos poco tiempo para entender la vida pero en ese poco rato, nos lo hizo pasar francamente bien.