Pan bretzel, salchicha blanca y cerveza certifican la plena integración del menorquín en su nueva tierra

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No se siente extraño en Alemania, donde reside desde hace un año y medio. Reconoce que en su buena adaptación puede haber influido su pareja, Therese, originaria de la región de Turingia. Pero también su propio carácter, que le hace sentirse cómodo con la forma de ser germana.

A Juan Manuel Pallicer le gusta, como él mismo confiesa, «romper tópicos» y no cree que los alemanes sean fríos, sino respetuosos. Y advierte que, en lo laboral, tampoco es oro todo lo que reluce. «Aquí no puedes venir como un emigrante poco racional, sin contrato, sin derechos, porque tienes malas cartas y te puedes quedar muy tirado».

¿Cómo llegó usted y logró un puesto en la firma Bayer?
— La verdad es que no me había planteado entrar en la industria farmacéutica. Anteriormente vivía cerca de Hannover y tenía un empleo en la universidad, ayudando en la docencia y en investigación, no vine a la aventura. Pero quería algo más de acción, más desafío en mi trabajo, y creo que les gustó oir eso cuando me hicieron las entrevistas para el puesto. Estuve medio año buscando y varias veces la selección se quedó entre otro candidato y yo, y eligieron al otro. También creo que ayudó el hecho de que yo ya conocía la región, porque mi novia y su familia son de allí

¿Era su primera experiencia en el extranjero?
— No, antes de venir a Alemania ya había vivido seis meses en Zurich, mientras preparaba la tesis en la Universitat de Barcelona. Es lo habitual, pasar un tiempo en el extranjero durante los cuatro años que estás preparando el doctorado. Allí conocí a Therese, que es de Turingia.

¿Cuál es su cometido?
— Estoy en una planta que se dedica exclusivamente a la fabricación y venta de píldoras anticonceptivas para todo el mundo. Está en Weimar. Es un concepto moderno de organización que tiene Bayer; en la planta de Asturias, por ejemplo, se dedican a la fabricación exclusivamente de las aspirinas.

¿Es un trabajo de laboratorio?
— No, aquí mi cargo es el de científico, sería la traducción literal, es un trabajo más de despacho. Se trata de planificar todo lo que hacen en los laboratorios y luego evaluarlo. Aquí quieren que trabajes exclusivamente en tu campo, el personal de laboratorio es gente que ha pasado por una formación profesional y entra en el mercado laboral.
La gente con titulación superior tiene puestos de control o supervisión y no un trabajo tan práctico. En España por el contrario es un poco despilfarro, hay quien se pasa muchos años en la universidad para luego hacer un trabajo en el que, en realidad, no se necesita esa titulación. En Alemania es todo más compartimentado y especializado.

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¿Qué tipo de control realiza?
— En algunos casos se trata de ir actualizando el catálogo de productos, cuidarlo, hay que tener en cuenta que hay anticonceptivos que llevan 30 años en el mercado. También es un trabajo complejo en cuanto a burocracia; vendemos a más de 170 países, desde Estados Unidos y Japón a Iraq, y por supuesto Europa.

¿Cuánto tarda en comercializarse un medicamento?
— En algunos casos los estudios clínicos pueden durar de 10 a 12 años hasta que sale a la venta. Se invierten miles de millones.

La industria carga con muy mala prensa, por los intereses económicos que mueve y las pruebas que realiza. ¿Qué opina?
— Está claro que es un negocio y un negocio importante, pero desde que estoy en la empresa no he oído hablar de estas cosas. Sé por ejemplo que en Estados Unidos siempre están muy dispuestos a denunciar si toman un producto y no lo hacen adecuadamente o encuentran un efecto adverso. En Japón se fijan más en la presentación, el aspecto, miran la pastilla o el empaquetado del producto, y las cuestiones legales parece que no tienen tanta importancia.

¿Conoce a otros científicos españoles emigrados a Alemania?
— No, en la región en la que vivo la inmigración es baja. En mi empresa somos 500 trabajadores y hablando español solo estamos una trabajadora cubana y yo.

¿Es un buen país para buscar empleo?
— Depende. No se puede ser un emigrante poco racional, irse con la mochila, sin contrato, sin derechos a una zona, por ejemplo, como Berlín, donde hay poco empleo, porque tienes malas cartas. Además puedes entrar en una espiral de competir con otros inmigrantes que trabajan por muy poco, porque en Alemania no existe un salario mínimo.

¿A qué se refiere?
— Aquí se nota más la división entre la gente cualificada profesionalmente y, digamos, la capa más baja del mercado laboral, los que realizan trabajos de 400 euros al mes, minijobs, y recurren a las ayudas sociales para poder vivir. Les cuesta salir de esa rueda, es una situación que se retroalimenta. Y si alguien quiere trabajar por un euro la hora lo hace. Eso sucede mucho con personas del Este, en la industria cárnica o alimentaria. Con la emigración irracional puedes encontrarte compitiendo con estos trabajadores. A ellos incluso les puede salir a cuenta y enviar dinero a su país, pero tú a España no.

¿Cómo cree que perciben los alemanes la situación española?
— Creo que en general no tienen una mala imagen de España, pero les cuesta entender cómo un país con tanto paro no se colapsa.