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Supo que había acertado en su decisión de irse a trabajar a Eslovenia en cuanto cruzó el parque Tívoli, donde se encuentra su oficina. Un pulmón verde de cinco kilómetros cuadrados en la capital, Ljubljana, la ciudad adoptiva de Cristina Aranda desde el pasado enero.

Allí, en la antigua Yugoslavia (Eslovenia fue el primer territorio que se independizó, en junio de 1991, tras enfrentarse al ejército de la antigua federación, una guerra que precedió al gran conflicto bélico que asoló la ex república socialista), la joven de Maó ha encontrado el empleo que no surgió en España y al que, desde la distancia, sigue aspirando.

¿Cómo surgió la idea de establecerse en Eslovenia?
— Terminé la carrera en plena crisis económica, y después de pasar una temporada en Madrid como becaria, la situación se hizo insostenible, con esos sueldos, y no salía una opción mejor. Así que estuve mandando curriculums a muchos sitios hasta que el International Center of Graphic Arts, donde ahora trabajo como communication executive, me dio una oportunidad.

El centro es un museo especializado en arte contemporáneo, también en su producción, ¿en qué consiste su trabajo allí?
— Mi trabajo se trata de llevar la parte de comunicación del museo, sobre todo las redes sociales. Es muy motivador; aquí hay todavía mucho qué hacer en ese sentido, porque todavía no ha llegado el boom que tenemos en España, todo va a un ritmo diferente.
Además, me han dado una gran libertad para desarrollar mi trabajo, y han confiado en mí para el desarrollo de un proyecto que acabamos de presentar. Se trata de una aplicación informática que incluye unas audioguías para descubrir toda la historia del museo.

¿Le resultó difícil tomar la decisión de cambiar de país?
— No, no fue difícil, y el primer lunes cuando llegué al parque Tívoli, donde se encuentra mi lugar de trabajo, sentí que había acertado con la elección. Cada día me cruzo con ardillas y la oficina está situada en un castillo del siglo XVII dentro del parque; trabajar y al mismo tiempo escuchar los pájaros es un privilegio.

¿En qué idioma se defiende?
— Tanto en el trabajo como en el día a día utilizo el inglés. Es sorprendente, en comparación con España, el gran nivel que tiene aquí la gente en inglés; al ser un país tan pequeño, lo normal es hablar tres o cuatro idiomas. De todas formas, intento aprender algunas palabras en esloveno ya que lo agradecen bastante.

¿Cómo fue su llegada a Ljubljana, es una ciudad complicada para establecerse?
— Pues tuve la suerte de que todo me lo gestionó mi trabajo. Vivo en un pequeño apartamento en el centro de Ljubljana. Es una ciudad que me ha sorprendido mucho y cada día me gusta más.
Tiene una gran actividad cultural, aunque estemos a varios grados bajo cero, la gente sale y está en las terrazas; en ciudades donde el invierno es un poco 'durillo' eso se agradece.

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Como extranjera, ¿se siente bien recibida? ¿Es bueno el trato a los inmigrantes?
— Es lo que menos me gusta, el recelo que tienen hacia los inmigrantes, así que cuesta un poco hacerse con ellos y entrar en círculos realmente eslovenos. Es un país muy peculiar y lleno de contradicciones, tienen la historia muy marcada. Ha sido un pueblo que ha sufrido mucho y a los inmigrantes los ven más como una amenaza en lugar de un intercambio enriquecedor. Ese es un lastre que creo que no les deja avanzar.

¿Encuentra a más jóvenes españoles en su situación?
— Aquí hay muy pocos ciudadanos españoles y tampoco recomendaría que vinieran a la aventura. Eslovenia tampoco está en una situación económica muy buena, están empezando a notar la crisis. Aunque al ser un país tan pequeño la sensación no es tan extrema como en España; por otro lado el idioma, el esloveno, es otra gran barrera, ya que si no lo hablas y vienes sin nada, las opciones de encontrar empleo son casi nulas.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido de este país, cargado de historia pero de incorporación tardía a la UE?
— Sus paisajes de postal y su gran conciencia sobre el cuidado de la naturaleza. Por ejemplo, en mi trabajo se organizan jornadas especiales para limpiar el bosque.
En cuanto a la política, también está presente la corrupción, aunque aquí sí la castigan; acaba de ingresar en la cárcel el anterior presidente de Eslovenia, Janez Jansa, algo que hoy por hoy es impensable en España.

El conflicto que enfrentó a los distintos territorios, hasta que se disgregó el Estado yugoslavo, no queda tan lejos en el tiempo. ¿Se percibe esa huella?
— Sí, todavía palpita la guerra de los Balcanes y se refleja en el carácter de la gente, distante con los extranjeros y sus problemas políticos y económicos.
Eslovenia es un país entre dos mundos, existe una especie de nostalgia del comunismo, y otra generación joven, que se marcha fuera en busca de oportunidades o bien se refleja aquí, en la ciudad, con la apertura de nuevos negocios y un mayor espíritu europeo.

¿Qué imagen tienen los eslovenos de España, de su actualidad?
— Pues, se puso de moda aprender español porque emitían hace poco en la televisión la serie «Verano azul» y alguna telenovela..., pero aparte de eso, nos conocen por el baloncesto. Aquí es el deporte estrella, por el que sienten pasión.

En el ajetreo diario, ¿hay lugar para la añoranza?
— Llevo ya bastante tiempo viviendo fuera de Menorca, y siempre añoro el olor a mar y la luz que hay en la Isla. Cuando abres la ventana y ves el cielo nublado muchos días seguidos, al final eso acaba afectando a tu estado anímico.
Así que cuando puedo me escapo a la costa eslovena, que está a una hora de la capital. Aunque siempre, por muy bien que estés, tienes la sensación de perder los momentos con tu familia y amigos.

¿Se plantea regresar?
— De momento en España no me dan la opción de poderme desarrollar profesionalmente. Puedes enviar más de doscientos curriculums, y el teléfono no sonará. En las ofertas que salen o bien buscan becarios -y no puedes estar estudiando eternamente-, o bien piden mucha experiencia. Cuando acabe esta etapa seguramente volveré a hacer las maletas para ir a otro país, donde pueda trabajar y seguir desarrollando mi profesión.