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Ana Sans visitó por primera vez Lausanne cuando era una estudiante de Ciencias Políticas gracias al Programa Erasmus. Para ella volver «era como un sueño» que ahora está disfrutando. Después de acabar la carrera y trabajar un año de camarera en Barcelona, sin expectativas reales de hallar un empleo acorde con sus estudios, «dije basta», recuerda, y decidió instalarse de nuevo en la ciudad universitaria, la capital del Cantón de Vaud.

¿Cómo logró regresar a Suiza?
— Con una beca del Servicio de Voluntariado Europeo. Son unas prácticas sin remunerar pero que cubren el alojamiento, el transporte, la comida, el seguro médico y un poco de dinero de bolsillo. Te permiten el aprendizaje profesional, conocer el idioma y la sociedad en la que estás, viviendo con una familia.

¿Entonces se aloja con una familia local?
— Sí y es una experiencia que me ha sorprendido en positivo la verdad. Al principio no me apetecía nada pero ahora no lo cambiaría. Cada día es diferente, aprendes cosas, hago actividades, me han llevado a un concierto de música clásica en las montañas, por ejemplo, y también veo cómo es su día a día, lo que cocinan y sus costumbres. Los tres primeros meses estuve con una pareja de una suiza y un chileno, pero tuve que cambiar por falta de sitio, ya que ocupaba la habitación de su hija mientras ella viajaba. La asociación me buscó otra familia pero al mismo tiempo mi jefa me dijo que su padre vivía solo y que le gustaría alojarme. Incluso me ha dicho que podré estar aquí el tiempo que necesite cuando acabe las prácticas si no encuentro algo, es muy generoso.

¿Dónde realiza sus prácticas?
— En la asociación Bénévolat Vaud, una entidad financiada por el Cantón de Vaud y que se encarga de gestionar toda su vida asociativa.

¿A qué se dedica exactamente?
— Apoya a las asociaciones, promueve el voluntariado...por ejemplo, si alguien quiere implicarse como voluntario le ayuda y aconseja, y el tercer punto de acción es los grupos de autoayuda, algo que está mucho más desarrollado que en España, y eso me llama mucho la atención.

¿En qué sentido?
— Tal vez es porque nosotros tenemos un carácter más abierto y hablamos más de los problemas entre nosotros, pero aquí se crean grupos de autoayuda para cualquier tema o problema personal. Enfermos, o mujeres que acaban de dar a luz, gays católicos..., aunque yo no trato con estos grupos, lo hacen el resto de mis compañeras asalariadas.

¿Lo suyo es un trabajo de becaria?
— Sí, pero no me tienen haciendo fotocopias, me siento escuchada y valorada, se me tiene en cuenta. Somos doce en el equipo y yo sobre todo me he implicado en el acontecimiento más importante que celebramos cada año, que es el Día del Voluntario Internacional, el día 5 de diciembre. Este año se celebrará un encuentro, con múltiples actividades. Hay talleres relacionados con temas de interés para las asociaciones, por ejemplo, cómo reclutar gente, la estructura jurídica a elegir o la realización de un presupuesto. Al final de la tarde este evento se abre a todo el público y se organiza un speed meeting.

¿En qué consiste esa actividad?
— Está inspirada en el speed dating para conocer una pareja y haremos algo parecido; habrá 24 asociaciones, se escogerán unas 60 personas y durante dos horas, habrá encuentros y cada siete minutos, habrá un cambio. De este modo si hay personas interesadas en ser voluntarios pueden conocer lo que hace cada asociación e intercambiar opiniones en poco tiempo. Es la primera vez que lo hacemos y es un reto, esperamos la asistencia de unas 150 personas y yo estoy preparando toda la logística de ese día.

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¿Cómo decidió pasar de la politología al voluntariado?
— Cuando acabé la carrera no tenía una especialización concreta ni las cosas claras, aunque la parte de instituciones internacionales siempre me gustó. Así que antes de pagar un pastón por un máster, quería ver sobre el terreno algo que me gustara. Así que hice unas prácticas durante cinco meses en Francia, en Bensançon, gracias al Programa de Intercambio Eurodyssée, que promueve la Asamblea de Regiones de Europa. Después, al ver que no encontraba nada de lo mío en Barcelona, me vine aquí.

¿Había trabajado antes como voluntaria?
— Sí, siempre había estado implicada en distintas entidades, o con los 'escoltes', o en Barcelona preparando la integración de estudiantes internacionales. Lo que me gustó del proyecto de Lausanne fue que tocaba esta vertiente social. Aquí en Suiza se le da mucha importancia al voluntariado de los jóvenes, incluso ayuda mucho en la búsqueda de un primer trabajo. Las empresas cuando ven que un joven sin experiencia profesional sí tienen en cuenta si ha trabajado como voluntario, si tiene iniciativa y compromiso.

La beca se acaba en diciembre ¿cuales son sus planes, volver?
— De momento no. A Menorca o a Barcelona siempre puedo volver. Me gustaría buscar trabajo aquí relacionado con temas sociales, proyectos de juventud o de relaciones intergeneracionales, algo que hice en Besançon y me gustó mucho. La gente mayor y los jóvenes son dos generaciones que pueden aprender mucho una de otra. A veces tenemos a los mayores como un mueble viejo y no, tienen muchas cosas que enseñarnos. Además cada vez más la gente mayor alcanza la tercera edad en buena forma física y con capacidad intelectual, así que piden más actividades complejas. Aquí en Lausanne se está desarrollando mucho la universidad para los mayores.

¿Fue complicado encontrar una ayuda para las prácticas en un campo que le gusta?
— Es cuestión de tiempo y paciencia, hay que rellenar muchos papeles, encontrar allí donde están buscando gente..., y una vez que te cogen, volver a rellenar papeles. Son cosas públicas, que dependen de las asociaciones o de la administración, y debe de estar todo muy justificado.

¿Y la entrada en Suiza? Sus leyes de inmigración son duras...
— En febrero de este año se celebró un referéndum en el que se aprobó aumentar el control de las fronteras. Yo creo que hay dos suizas, una que rechaza más a los inmigrantes -y yo lo soy-, y otra más internacional a la que le encanta que haya culturas diferentes.
Yo personalmente no he tenido ningún problema, me encuentro muy bien aquí; también es verdad que hay dos tipos de inmigrantes, los europeos, que lo tenemos más fácil, y los que son de fuera de Europa. Hay muchos tipos de permisos de residencia, en función de los contratos de trabajo. Cuando termine las prácticas yo podré seguir aquí al tener un documento de identidad europeo, no sería ilegal. Y en el momento en que encuentre un trabajo volvería a pedir el permiso de residencia.
(Por una estrecha mayoría del 50,3% los ciudadanos suizos decidieron imponer cuotas de entrada a sus vecinos europeos y acabar con la libre circulación de personas que regía desde 2002).

¿Qué opina de la gente?
— En mi trabajo la gente es abierta, por eso ya han cogido a una persona de otro país, que tienen que integrar. Tengo una tutora que me hace un seguimiento, para ver cómo va todo e incluso saber cómo me siento. Y a nivel personal estoy bien porque yo ya conocía gente de cuando hice el 'Erasmus'. Además realizo una actividad para la integración de estudiantes aquí (Erasmus Students Network) para conocer más gente, sobre todo suizos.

¿Qué destacaría de su forma de ser?
— Son muy cívicos. Aquí se pueden hacer barbacoas donde quieras, porque lo dejan todo impecable, venden incluso barbacoas de usar y tirar en el supermercado. También se mueven mucho, tienen una red de tren muy eficiente y un buen servicio, así que no les importa viajar a lo mejor dos horas para pasar una tarde. El tren es caro pero hay muchos tipos de abonos y descuentos, yo por ejemplo tengo una tarjeta y me cuesta la mitad, y otra con la que puedo viajar gratis a partir de las siete de la tarde. Eso fomenta mucho el moverse y conocer el país.

¿Ha podido hacer turismo?
— Sí, he podido viajar en Suiza y conocer diferentes cantones. En septiembre con el trabajo nos reunimos jóvenes que hacemos voluntariado europeo para distintas entidades, y el encuentro fue en Ticcino, en el cantón italiano. Nos llevaron de excursión y fue precioso. Allí hice una de las cosas más bonitas que he hecho estando aquí, bañarme en unas cataratas. La naturaleza en Suiza está siempre muy cerca.
Otra cosa que he hecho es correr la media maratón de Lausanne en octubre, una experiencia muy bonita, corrimos entre viñedos y un lago enorme. A veces me siento más en casa, más en Menorca, gracias al lago. Tener el agua cerca me recuerda nuestras playas.