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Trabajar en un crucero siempre le había llamado la atención. Ahora lleva ya su segundo contrato firmado a bordo de uno de esos gigantes que surca los mares solo por placer. Una manera cómoda de hacer turismo y un lujo que no sería posible sin las tripulaciones, multilingües y diversas, que viven en el barco y cuya misión es hacer que todo, en la ciudad flotante, funcione. El mahonés Carlos Petrus es una de esas personas.

¿Cómo se enroló en el grupo Pullmantur?
— Me atraía la idea de trabajar en un crucero y me había informado a través de excompañeros que habían estado embarcados, aunque cada compañía es diferente.
Yo personalmente envié mi curriculum, pasé varias entrevistas vía Skype y luego viajé a Valencia para una entrevista personal a bordo. Por último tuve que sacarme varios certificados internacionales y pasar muchas pruebas médicas. La verdad, dejar la isla no fue un reto tan importante como la experiencia que iba a ser embarcarse.

¿Qué le motivó a hacerlo?
— Tuve que empezar a buscar alternativas laborales para el invierno, ya que en España, y más concretamente en Menorca, el tema del trabajo en esos meses está bastante mal. Por eso me decidí y me puse en contacto con una agencia que buscaba crupiers para trabajar en cruceros. El principal motivo fue el laboral, y también mi ilusión por conocer mundo.

¿Lo está consiguiendo?
— La verdad es que sí. Por mi contrato tengo la suerte de poder visitar todas las ciudades donde atraca el crucero, ya que el casino cierra al entrar en aguas nacionales.

¿Qué rutas hace?
— En la actualidad hacemos rutas por el Mediterráneo, con puertos españoles como Barcelona, Cádiz o Menorca; marroquíes como Casablanca o Tánger; italianos como Civitavecchia (Roma), Messina o Nápoles; griegos como Piraeus en Atenas, o turcos como Marmaris. También hemos estado en Funchal (Madeira) o en el puerto israelí de Ashdod, desde allí vamos a Jerusalén, Malta, Chipre y Gibraltar. Luego cruzaremos el Atlántico para ir al Caribe, donde realizaremos la ruta saliendo de Santo Domingo a La Romana, Sint Maarten, Guadalupe, Martinica e Isla Margarita.

No está mal. ¿Sabe dónde se encuentra en cada momento?
— Bueno, precisamente lo que más me gusta del buque es levantarme, mirar el planning y decir «estoy en Atenas o estoy en Estambul». Es una sensación buenísima.

¿Y lo que menos le gusta?
— Los drills, que son los simulacros de emergencia que hacemos en cada crucero dos veces, una con los pasajeros, indicándoles los puntos de encuentro de emergencia y su bote, y otro que es para el entrenamiento de la tripulación.

¿Como es el personal a bordo?
— Hay mucho contraste de culturas, tanto por los distintos puertos en los que atracamos como entre los miembros de la tripulación. En mi crucero actual Croisière de France hay más de 30 nacionalidades, entre los latinos -y ahí incluyo españoles, italianos y sudamericanos-, hay pocas diferencias la verdad, nos gusta divertirnos y explorar sitios.
El resto de la tripulación no es tan extrovertida, son correctos y normalmente agradables, aunque también hay que entender que en sus países de origen son más fríos y secos, es gente que trabaja muchas horas.

Supongo que en un barco, por muy grande que sea, no es fácil desconectar ¿Cómo es un día cualquiera en el crucero, más allá de las cenas y las fiestas para los turistas?
— La vida a bordo del crucero gira a partir de dos ejes, el horario de trabajo y el horario de llegada y salida de cada puerto. El día a día es cómodo, ya que no te preocupas de ir a comprar, hacer la comida o limpiar, aunque tampoco tienes tanta libertad como cuando estás en tu casa. Además, hay muchas reglas y cuando estás en un barco, el trabajo es la prioridad, porque es para lo que estás.

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¿A qué se refiere cuando alude a las reglas?
— Para empezar trabajas los siete días de la semana y la cosa más sencilla que harías en tu casa, a bordo tiene su horario y sus responsables. Hay que seguir muchas normas y horarios. El idioma oficial es el inglés, que es la lengua en la que están todos los manuales, entrenamientos y meetings, aunque extraoficialmente también se hablan otros idiomas entre tripulación y pasajeros.
Mi adaptación no fue fácil, porque además mi inglés no era precisamente bueno; ahora mi aprendizaje del inglés y de idiomas como el italiano, el portugués y el francés puedo decir que es un hecho. Lo que es delicado es el tema del alojamiento.

¿Por qué razón?
— Porque las cabinas de la tripulación son de camarotes para una, dos o cuatro personas. En mi caso, en este contrato, estoy compartiendo cabina y la verdad es que la calidad de vida se reduce. No tienes tanta intimidad y tampoco quieres molestar a tu compañéro, ni que él te moleste a ti. Es verdaderamente una lotería y el choque de nacionalidades, en estos casos, es mucho más peliagudo.

¿Y entre el pasaje, qué tipo de turistas abunda?
— En mi anterior contrato la gran mayoría de los pasajeros eran italianos, en las rutas europeas, y brasileños, en las sudamericanas. En mi barco actual son franceses.

(Croisières de France es una filial del grupo Pullmantur Cruises dedicada al turismo de habla francófona que en su ruta por el Mediterráneo, en 2015, prevé hacer escala en Menorca saliendo desde Marsella y pasando por Barcelona).

¿Quiere hacer de su empleo en el crucero algo fijo, o es una experiencia de corto recorrido?
—Lo considero más bien un trabajo temporal, la vida a bordo creo que no es recomendable a largo plazo. Se trabajan muchas horas y es algo itinerante.
Ahora mismo estoy en un momento personal en el que me gusta conocer mundo, tener nuevas experiencias, conocer alternativas y sobre todo aprender lo que hay fuera, que me hace abrir los ojos a nuevas oportunidades. La verdad es que no me pongo una fecha para establecerme en tierra, puede ser al final del contrato o dentro de unos años. De volver a tierra, la verdad es que tengo varias alternativas y una de las más importantes para mi es Maó, ya que me encanta Menorca, aunque Sevilla siempre me atrae.

¿Por qué Sevilla?
— Porque es una ciudad a la que ya me desplacé anteriormente, a vivir, por iniciativa propia. Y allí estuve cinco años de mi vida. Por eso el hecho de dejar Menorca no fue tan duro, pero sí fue un reto la mezcla de nacionalidades, idiomas, costumbres....., ya que es la primera vez que resido en el extranjero.

¿Hay más españoles trabajando con usted?
—En los dos cruceros en los que he estado he encontrado muy pocos españoles en la tripulación. Para nosotros es realmente complicado entrar a trabajar en cruceros. No hay casi cursos de formación para este empleo y los que hay están muy masificados y con largas listas de espera. Yo creo que se trata de una muy buena alternativa a la estacionalidad en el empleo, hay que estar dispuesto a trabajar y buscarse uno mismo la vida. Eso sí, entre los compatriotas que he encontrado ha habido mucha afinidad, al igual que con los latinos, siempre nos buscamos para hablar, salir a puerto y tomar algo o ir por ahí de fiesta.

Debe ser difícil conocer realmente la tierra donde se atraca, pero tendrá impresiones, retazos, contrastes...
— Muchos. Imagínese Noruega, donde todo es tranquilo, ordenado, muy limpio, la gente va sin prisas y con mucha educación. Y luego vas a Estambul, una ciudad muy poblada con sus habitantes siempre queriendo regatear, todo mezclado en sus calles: personas, bicis, motos..., comida, gente pescando y al otro lado uno que vende electrónica (ríe), un caos, pero muy peculiar. Me encantó Estambul, hicimos un buen grupo en el crucero y salíamos, la noche en Estambul era una locura...

Guardará buenos recuerdos y no pocas anécdotas de esta etapa de su vida...
— Sí, aunque la verdad, prefiero guardarlas para la familia y amigos. Lo que sí puedo decir es que he caminado por un glaciar en Longyearbyen, en el Polo Norte; he recorrido toda la isla griega de Mykonos en quad; he podido ir a playas de acceso limitado por mar en Brasil; he salido por la noche de Estambul hasta conocérmelo como el puerto de Maó; y he celebrado fiestas como las de Navidad en Montevideo, en Uruguay, comiendo con unos samoanos y haciendo de traductor, o en playas de Sudamérica .