Cavaller, con un broche diseñado por Eva Burton. | Manuel Ocaña Mascaró

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Las últimas semanas han sido de una actividad frenética, confiesa Ignasi Cavaller Triay (Ciutadella, 1982). Pero al final el trabajo ha merecido la pena para este menorquín de 32 años que se acaba de licenciar en Bellas Artes. Su esfuerzo por abrirse un hueco en el competitivo mundo de la joyería artística y talla de piedras ha tenido su recompensa, un paso más en la todavía incipiente carrera de un profesional que ha apostado por seguir creciendo en el extranjero, en Alemania, después de haber estado también una temporada en Finlandia.

¿Qué se siente como recién licenciado en un máster de Bellas Artes?
— Por una parte, mucha felicidad. Por otra, la presión de tener que tomar serias decisiones en referencia al siguiente paso a dar; me refiero a la salida profesional.

¿En qué especialidad se ha graduado?
— Hace un año habría sido solo máster en Artes con especialización en joyería y talla de piedra. Para alegría de mis compañeros y mía, el año pasado un comité de educación, después de evaluar nuestros trabajos y los de los alumnos de cursos anteriores, decidieron cambiarlo a Bellas Artes. Este grupo es la segunda promoción.

¿En qué ha consistido su tesis?
— Mi tesis está basada en la memoria. Pasé los dos últimos años estudiando: primero, la parte científica, el funcionamiento de la mente en referencia a la memoria. Después, terminé con la parte histórica, cómo se ha utilizado el arte a lo largo de la Historia para conservar o crear la memoria. De aquí salió la parte teórica de la tesis. A la vez, durante estos dos años, he ido desarrollando tres técnicas, de las cuales he incluido dos en la colección final de joyas que presentamos. Pero al final la tesis no es solo eso. Para entrar al máster nos piden unos objetivos personales. En mi caso, por ejemplo, quería aprender a enseñar a otra gente, ver mi personalidad reflejada en mis piezas. Estos son realmente los objetivos importantes y, por suerte, creo que los he cumplido.

Dicen que Idar-Obertstein es la capital alemana de la industria de las piedras preciosas. ¿Fue eso lo que le llevó a vivir a Alemania? ¿Cómo está siendo la experiencia?
— Básicamente, lo que me trajo aquí fue la escuela y su departamento de talla de piedra. Tuve la oportunidad de conocer a los profesores en una feria gracias a una amiga, vieron mis piezas y me dijeron que tenía que presentarme para cursar el máster en su escuela, y así lo hice. La experiencia, como todas hasta ahora, ha sido muy enriquecedora. No soy muy fan de la ciudad donde vivo, pero queda compensado con la familia que formamos los estudiantes de este pequeño campus. Somos unos 60 entre bachelors y másters, con más de 20 nacionalidades distintas.

Además, ha compaginado sus estudios con trabajo en el sector. ¿Cuál ha sido su principal ocupación laboral durante los últimos años?
— Actualmente estoy trabajando para una diseñadora de joyería más comercial, en la fase de producción. La verdad es que no es el empleo de mis sueños, pero ayuda a pagar el alquiler y la comida.

¿Qué le llevó a elegir esta profesión?
— Un error burocrático y la posibilidad de hacer que arte y cuerpo compartan el espacio. Cuando cursaba Bachillerato en la Escola d'Art de Menorca podíamos elegir una asignatura optativa y, por error, me pusieron en la lista de joyería. Me gustó mucho y, por alguna razón, se me daba bien, así que decidí dejar el Bachillerato y hacer el grado medio en el mismo instituto. El problema real es que en ese momento era un pésimo estudiante o, mejor dicho, los estudios no eran una prioridad para mí. Dejé las clases y me fui a trabajar a una fábrica de mármol, cargando peso y haciendo escaleras, cocinas, etcétera. Hasta que, un día, un buen amigo me convenció para ir a Barcelona a probar suerte en la Escola Massana. Nos pasamos un año preparando los exámenes de acceso en una academia y logramos entrar. Allí descubrí un mundo nuevo, entendí que se me daba la oportunidad de crear esculturas para el cuerpo, sin poner límites a la imaginación. A partir de ese momento, y hasta día de hoy, todo lo que he hecho ha servido para convencerme un poco más de que debo luchar para hacerme un lugar en el mundo de la joyería artística.

Tengo entendido que ha expuesto su obra ya en varios países europeos...
— Sí, en Polonia, Alemania, Finlandia y últimamente también en España; no es mucho, pero poco a poco intentamos sacar la cabeza.

¿Cómo se ha adaptado a la vida en Alemania?
— Idar-Oberstein en particular es bastante aburrido y la gente muy cerrada. Pero cuando sales de aquí es como vivir en cualquier otra parte.

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¿Cómo es un día normal en la vida de Ignasi?
— Últimamente no ha habido días normales para los que preparábamos la tesis, tenemos el tiempo muy limitado para crear la colección de piezas. O sea que, básicamente, estaba viviendo en la universidad, donde tenemos un sofá-cama, ducha y cocina, lo necesario para poder estar un poco cómodos, y... a trabajar. Y, para mantenernos veinte horas despiertos, cafeína, mucha cafeína. Ahora, desde la presentación, estoy en estado de «medio vacaciones». Voy a trabajar con Petra algunos días pero, en general, me relajo antes de volver a la realidad.

¿Qué es lo que más y lo que menos le gusta del estilo de vida alemán?
— No sé realmente qué es el estilo de vida alemán. Vivo con dos chicas, una colombiana y una judía. Mis amigos y compañeros de universidad son en su mayoría extranjeros; solo hay unos veinte alemanes en el campus. He vivido en una menestra de estilos de vida bastante peculiares.

¿Y con el idioma qué tal se las arregla?
— Finalmente, la pregunta de la vergüenza… No hablo alemán. Al principio, cuando llegué, estaba muy motivado y quería aprender, pero la universidad solo nos ofrecía dos horas de clase una vez a la semana, lo que no da para mucho. Además, el máster es en inglés y la vida social en el exterior es muy limitada. Al final, al no sentir la necesidad, enfocas la energía en los estudios. Será una de las espinas que me lleve clavadas.

Según tengo entendido, ya tiene otras experiencias de vivir en el extranjero. Concretamente en Finlandia. Háblenos de esa etapa.
— Empezó cuando aún estaba estudiando en la Massana. Llegué a Finlandia con la intención de pasar cuatro meses como Erasmus. Allí descubrí la talla de piedra y quise aprender más; al final, conseguí una extensión de otros cuatro meses. Cuando el tiempo se acabó, volví a Barcelona a presentar mi proyecto final, con la oferta de volver a Finlandia como asistente de Tarja Tuupanen, una profesora de piedra de la universidad, y no lo dudé. Me gradué en la Massana y volví a Finlandia, donde pasé casi dos años más. Fue una experiencia muy enriquecedora y me ayudó mucho a llegar donde estoy ahora.

Ve su futuro profesional fuera de España. ¿Es más complicado aquí que en el extranjero?
— En este momento lo veo más fuera que dentro, pero esto nunca se sabe. Si encuentro algo en Barcelona volveré, me apetece tener a mi gente más cerca. Pero, a la vez, pienso que ahora es el momento si quiero probar suerte en Estados Unidos o Reino Unido.

¿Tiene planeado volver a la Isla?
— Lo ideal para mí sería poder vivir un mínimo de tres meses en la Isla cada año, se echa de menos.

¿Qué es lo que más echa de menos de Menorca?
— Salir con familia y amigos a buscar esclata-sangs, ir de pesca, pasear por el campo, ir a ver una tramuntanada a los acantilados… ¡Y el sol!