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Rafael Luterbacher (Tübingen, 25 junio 1984.) ha vivido a caballo entre su Alemania natal y S'Altra Banda del puerto de Maó, la ciudad de su madre, donde siempre ha veraneado. Ingeniero en Materiales, ha recorrido mundo cursando sus estudios (Francia, Suecia, Alemania, España e incluso como conferenciante en Estados Unidos), y tal vez por eso su ilusión, al margen de lo profesional, es sencilla: seguir visitando Menorca y mantener mientras pueda ese vínculo con sus orígenes.

¿Qué encaminó sus pasos hacia el Reino Unido?
— Me ha traído hasta esta ciudad mi carrera, porque la Universidad de Bristol tiene uno de los departamentos de Materiales Compuestos más grandes del mundo, es una muy buena universidad para lo que yo quiero hacer, y tenía ganas de realizar mi propio proyecto de investigación.

Empecé estudiando Ingeniería Industrial en Barcelona y decidí cambiar a Ingeniería Europea de Materiales, una titulación en la que colaboran distintas universidades, lo que me llevó a estar año y medio en Francia, medio año en Suecia, y otro año más en Alemania; después regresé a Barcelona donde acabé la carrera y también estuve trabajando unos dos años y medio. Más tarde me instalé en Bristol para hacer el doctorado.

¿Por qué decidió especializarse en ese campo? ¿Sigue tal vez los pasos de otro investigador mahonés, Manuel Elices Calafat?
— Personalmente no le conozco, aún no he tenido el gusto, me haría ilusión al ser alguien tan destacado en esta rama. En mi caso fue Marc Anglada, profesor de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) y director de la Ingeniería Europea de Materiales, quien me empezó a hablar de esta materia y despertó mi interés.

¿Qué investiga en su proyecto de doctorado?
— La capacidad de los materiales de arreglarse ellos mismos o self-healing, copiando el cuerpo humano y el de los animales, ese poder de autorreparación que tienen. La idea es que los materiales aprendan a tener esa capacidad de autoarreglarse. Nosotros cuando nos cortamos empezamos a sangrar; en los materiales compuestos el problema es que tienen diferentes capas y éstas se separan, la idea es que haya dentro una especie de tubería dentro de la estructura que también empiece a sangrar, y se pegue y repare dicha estructura, que se pueda autorregenerar.

Suena un poco a ciencia ficción, eso de que se arregle por sí mismo un material...
— Sí, sé que por ahora suena a ciencia ficción pero la idea es que de aquí a 10 o 15 años ya se pueda hacer algo, por ejemplo en el caso de los aviones, que sean un poco más inteligentes, que puedan empezar a sentir si se dañan, digamos que avisar: «tengo un pequeño impacto por una piedra o un ave», detectar algo así automáticamente y, en un futuro, 20 o 30 años, que se pueda arreglar él mismo.

Y que sangre, también.
— ¡Exáctamente! (se ríe) Bueno, no sería que el ala se volviera roja, hay coloraciones que no son visibles, pero algo q ue le ayudara a avisar y repararse. Los aviones están diseñados para seguir volando aún con un pequeño daño, y tras su inspección éste se repara, pero la idea sería que se pudiera hacer de manera más autónoma, detectarlo automáticamente y en un último paso, en lugar de tener que desmontar una parte y repararla, que la estructura ella misma se arregle.

Todavía es un poco futurista, los conceptos ya existen, ahora se trata de intentar aplicarlo. La industria aeronáutica por suerte es muy exigente y crítica a nivel de certificación, si no se certifica que va a funcionar no se pone en un avión. Pero hay aplicaciones más simples, por ejemplo en un tipo de carcasas de smartphones que ya funcionan, se autorreparan los arañazos.

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¿En qué momento se encuentra su trabajo? ¿Está avanzado?
— Sí, son cuatro años de investigación y llevo estudiando en Bristol desde 2011, así que...¡toco madera pero debería terminar esta Navidades!

¿Se ha financiado usted los estudios de postgrado?
— Los dos primeros años obtuve una beca de La Caixa y ahora estoy becado por la universidad y también dentro del proyecto europeo Hipócrates, en el que me incluyeron mis tutores.

(Hippocrates: European project for self-healing aeronautical composites es un consorcio europeo para el desarrollo y aplicación de esta tecnología de autorreparación en la industria aeronáutica, que cuenta con apoyo económico comunitario).

Recientemente también viajó a Estados Unidos como parte de su formación ¿cómo fue ese viaje?
— Estuve en Estados Unidos para la presentación de una parte del tema de mi doctorado, en una conferencia de la asociación estadounidense de aeronáutica y astronáutica, la AIAA (American Institute of Aeronautics and Astronautics), cerca de Orlando, en Florida, en la ciudad de Kissimmee.

¿Sobre qué trató su charla en una entidad de las más relevantes del mundo en aviación y ciencia del espacio?
— Sobre la estructura controlada del daño, redireccionar el daño dentro de una estructura de material compuesto, para que cuando tengas un daño éste se pueda redireccionar hacia una zona en la que exista capacidad de self healing y así arreglarlo más fácilmente.

Creo que allí hubo un par de visitas obligadas...
— Exacto. Primero Cabo Cañaveral (o el Kennedy Space Center) que es una pasada. Allí tienen un space shuttle original, que ha ido a órbita y alucinas, creo que no solo los que estudiamos esta materia sino todo el mundo. Y el segundo lugar, Saint Augustine, para reencontrarme con mis raíces menorquinas. La verdad es que me hizo muchísima ilusión, visitar la Casa Llambias, un apellido que está en mi familia, y encontrarte nada más llegar ¡una bandera menorquina!
Además, la ciudad es de las más bonitas, con calles peatonales, dicen que la más antigua de Estados Unidos. Que al otro lado del charco haya Llambias y banderas menorquinas, la verdad, resulta curioso.

¿Casi más a gusto que en Bristol?
— Bueno, a pesar de haber vivido en varios países aún siento añoranza del clima, la comida y la tranquilidad de Menorca, pero Bristol es una ciudad muy amena, y al estar en el sur de Inglaterra el tiempo no es tan frío, aunque hace dos semanas a punto estuve de poner la calefacción.

La ciudad en sí es grande pero resulta fácil para ir caminando, vivo a 15 minutos andando desde mi casa al centro, que se puede hacer todo a pie, y hay mucha oferta cultural, música en directo, cines y teatros. Es una ciudad industrial pero también universitaria, es bonita. Ahora están subiendo los precios de los pisos una barbaridad, y hay muchísima gente española, no solo trabajando sino también jóvenes que van a estudiar inglés.

¿Se instalará un día en Menorca?
— Es complicado con mi carrera vivir en la Isla, ahora mismo aspiro al menos a poder seguir ligado a ella y regresar cada año.