Rafael, junto a su hermana Tere, en una de sus visitas a Bolivia, y una amiga, Marisol | R.F.

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Es un proceso que ahonda en ti, te encuentras bien y buscando ser feliz, ves que con estos niños, pese a las dificultades, lo eres». Así describe Rafael Femenías lo que siente haciendo de voluntario, por su cuenta y riesgo, en distintos proyectos humanitarios. Siempre con pequeños, desfavorecidos por distintas razones, este mahonés confiesa que algunas veces ha pensado en renunciar ante las dificultades, pero que pese a ello, mantiene viva su ilusión. Ha encontrado su camino lejos, geográficamente y profesionalmente, de sus inicios, como empleado de banca en Menorca.

Su periplo de voluntariado le ha llevado a Perú, Guatemala y ahora Bolivia, ¿por qué esos cambios?
— Mi idea era quedarme en Perú pero cambié porque no me gustaba el método educativo de la ONG en la que estaba, aunque contaba con gente excelente. En el hogar de Perú ayudaba con niños huérfanos, abandonados, o separados de sus padres por orden judicial debido a abusos o maltrato. Después pasé a Guatemala, donde estuve con dos organizaciones, una dedicada a recuperar niños menores de cinco años desnutridos, y otra en la que entré en contacto con la discapacidad, o mejor dicho las capacidades diferentes. Yo no sabía nada de este mundo, tan complicado, porque además en algunos de estos países hay muy poca empatía hacia estos niños, y eso me generaba ciertos conflictos.

¿Ese fue el camino hacia su destino actual, el Hogar San José, en Santa Cruz de la Sierra?
— Sí, siempre he buscado que las organizaciones incidan de forma positiva en los niños, el aportar ese granito de arena positivo. Así que empecé a buscar en internet hogares de niños y encontré el Hogar San José, situado a 20 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más poblada de Bolivia. Tiene más de dos millones de habitantes y en realidad es el motor económico del país, más que La Paz y Sucre, esta última es su capital constitucional.

¿Cuántos niños acoge el hogar y qué problemas tienen?
— En el orfanato viven treinta niños y adolescentes y dos adultos, y tienen diversas discapacidades, lo cual hace el trabajo más complejo a nivel de recursos. Hay niños con síndrome de Down, parálisis cerebral, autismo, enfermedades mentales o el síndrome de alcoholismo fetal, que son pequeños con afecciones neurológicas debido al consumo de alcohol o de drogas por la madre. Su dependencia varía, hay diferentes grados, algunos tienen una dependencia total.

¿Y solo se ocupan de ellos en el orfanato?
— Hay algunos que fueron abandonados, todos viven allí, no hay centro de día ni nada de eso. De los treinta que residen, uno o dos reciben la visita de sus familiares, no más.

¿Cuál es su tarea con ellos?
— Yo trabajo con un grupo de ocho niños que son los que tienen la discapacidad más severa, cinco de ellos con dependencia total y otros tres media. Como digo siempre, allí simplemente tienes que hacer de mamá y a veces también de papá. Cambiar los pañales, ducharlos, darles la comida, atenderles cuando enferman... Y sobre todo, hacer llegar a estos niños cantidades infinitas de vitaminas A, B, y C, que son abrazos, besos y cariño. Así es como con estos niños, aunque muchos no hablan y algunos tampoco ven por secuelas de la parálisis cerebral, puedes ir estableciendo comunicación y vínculos afectivos. El objetivo es que su vida tenga más calidad y que se sientan acompañados. Son situaciones que he ido aprendiendo, el esfuerzo de empatizar con su situación.

¿Qué le dan a cambio esos niños? ¿Ocupan un lugar importante en su vida?
— Claro, total, total. Como casi todo en la vida esto es un proceso, uno va familiarizándose con un mundo que para mi era desconocido. Yo trabajaba en una caja de ahorros cuando decidí dar un giro a mi vida. Ese proceso va ahondando en ti, te das cuenta que estando con estos niños te encuentras bien, y en la búsqueda de todos, de un lugar en el mundo, dices bueno, pues aquí y ahora eres feliz, a pesar de todas las dificultades.

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¿Es un centro público?
— No, es privado. Lo pusieron en marcha personas de inspiración cristiana y católica.

¿Su labor en Bolivia es totalmente altruista?
— Nunca he cobrado un centavo, es más, en la medida que puedo me implico también eonómicamente en los proyectos, también gracias a la ayuda y donaciones de otras personas y de familia. Puedo hacerlo gestionando bien los recursos que obtuve cuando dejé mi trabajo y vendí una propiedad que tenía en la Isla.

¿Entonces no piensa regresar a Menorca?
— No lo sé (ríe), a nivel personal lo que hago me ha dado todo lo que ha escrito hasta ahora y muchas más cosas, aunque también algunos sinsabores. Mi ilusión sería seguir ayudando, pero muchas veces también he pensado en renunciar, son las dos caras de la misma moneda. Al final ahí sigo, y convencido, en resumen, no sé qué responder a la pregunta de si volveré.

¿No le resulta duro adaptarse?
— Sí, Santa Cruz, con sus dos millones de habitantes, cuando yo siempre he sido, y a mucha honra, de pueblo. Con 50 y largos años es complicado, además el clima es duro, amazónico, muy caliente, ocho o nueve meses con más de 30 grados y humedad. Pero bueno eso es lo de menos, lo importante es encontrarse en un lugar a gusto y lo estoy.

¿Su familia qué opina de su dedicación a estos proyectos?
— Mis padres ya no vivían cuando decidí irme y la familia más cercana me apoyó, desde la reflexión, sobre todo mi hermana Tere.

¿Reside también en el centro, donde trabaja?
— No, yo vivo en la ciudad, en el octavo anillo (la ciudad de Santa Cruz de la Sierra urbanísticamente está diseñada siguiendo un modelo de anillos concéntricos). Me alojo en un hospedaje en el que también hay estudiantes.

El presidente boliviano, Evo Morales, aspira a presentarse a un nuevo mandato pero acaba de sufrir su primera derrota electoral en diez años. ¿Cómo ve usted la situación política del país?
— Es difícil posicionarse, el país evoluciona económicamente, su política es socialdemócrata pero muy populista. En lo que atañe a nuestro hogar y a los niños que acogemos, el Gobierno concede diez bolivianos por niño y día. Eso son aproximadamente 1,3 euros por cada uno. Las ayudas son muy pocas.