Es Castell. En la casa en la que sus padres se retiraron tras toda una vida en Túnez, y que él ahora cuida | Javier Coll

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Juan Olives Baños regresa cuando puede y tiene vacaciones a la tierra añorada de su padre, Menorca, a la casa de Es Castell que sus progenitores adquirieron para retirarse después de su exilio obligado en Túnez. Este hombre de ciencia, empleado del Centro Nacional de Investigación francés (CNRS) en Marsella, es tunecino de nacimiento, español de nacionalidad, francés de estudios, y menorquín por genealogía y vínculo emocional.
Pero la historia de una vida a veces no la escribe solo uno mismo, sino que viene forzada por los acontecimientos. «Parece que esto se ha olvidado o no ha existido nunca, pero es muy reciente, era mi padre», reflexiona Juan Olives sobre sus orígenes.

Volvamos al comienzo de su historia. ¿Por qué nació en Túnez?
— Mi padre, Roberto Olives, nació en Maó, en junio de 1912, e ingresó en la Armada en septiembre de 1929, como alumno de la Academia Naval de Especialistas. Embarcó en el buque «Almirante Valdés» en diciembre de 1934 y cuando estalla la rebelión, el 18 de julio de 1936, él sigue embarcado y permanece leal al gobierno de la República. Su último empleo en la marina fue como teniente de navío en el barco «Miguel de Cervantes», con el que se escaparon. El 5 de marzo de 1939 salió de Cartagena a bordo de ese buque y desembarcó en Bizerta, Túnez. Allí comenzó un exilio de 36 años y por eso yo y mis hermanos, Roberto y Lorenzo, nacimos allí.

¿Cuándo visitó por primera vez Menorca?
— En 1968. Mi padre durante toda su vida solo pensaba en una cosa, en regresar a España, supongo que como todos los exiliados. Pero no quería volver mientras Franco estuviera vivo. Aquel año hizo una excepción porque su madre, mi abuela, era ya muy mayor y quería verla por si le sucedía algo. Curiosamente, ella falleció poco después, ese mismo año. Mi madre también quería volver pero no con tanta insistencia, había formado su familia y se había adaptado a Túnez. Sin embargo mi padre nunca olvidó el menorquín y lo hablaba cuando estaba en la Isla, con sus hermanos y amigos.

¿Sus padres nunca vivieron en Francia?
— No, ellos no se movieron de Túnez, allí lograron salir adelante a pesar de las dificultades y cuando murió Franco vinieron a Menorca y a Cartagena. Se esforzaron para que pudiéramos estudiar y yo terminé mis estudios en París y más tarde me establecí en Marsella.

Su relación se vio rota por la guerra y aún así, se reencontraron...
— Así es, se casaron en plena guerra, en 1937, y cuando mi padre se marchó de Cartagena en 1939, le pidió a mi madre que subiera al barco con él, pero en aquel momento ella dudó, y me dijo que lo sintió toda su vida; pensaba que podría salir más tarde de España, pero ya no pudo dejar el país, no se podía, te fusilaban. Estuvieron diez años separados; su primer hijo, mi hermano Lorenzo, nació en Túnez en 1949.

Supongo que serían recuerdos muy dolorosos en su familia, ¿qué contaba su padre?
— La verdad es que yo ahora quisiera saber más cosas, mi padre nos contaba muy poco de la guerra, supongo que a tus hijos les quieres contar cosas bonitas y una guerra no lo es. Ellos se conocieron en un tren, mi padre, marino, viajaba entre Barcelona y la base de Cartagena, y ella iba con su familia -o regresaba, no sé-, de trabajar como temporera (costurera) en Lyon. Lo que más nos contaba mi padre era lo dura que fue su llegada a Túnez, lo terrible de las condiciones en el campo de concentración del sur tunecino, bajo mando de los franceses, que los maltrataban y explotaban; al final, mi padre pudo escaparse del campo.
Los sentimientos que tengo es que las autoridades francesas que había en aquella época en Túnez eran de extrema derecha y muy racistas, también con los españoles que huían de la guerra, que eran considerados como 'rojos'.

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¿Se queda usted con algo positivo, dentro del drama que vivieron sus progenitores?
— Bueno, a sus hijos nos permitió conocer países y gentes diferentes, eso fue interesante, conocer Túnez en un momento bastante agradable, no había problemas como ahora, ni islamismo radical. Gobernaba una especie de dictador, Habib Bourguiba, pero apoyaba por ejemplo que las mujeres no usaran el velo. Era cercano a los franceses, Túnez era un protectorado hasta 1956, y su independencia no fue problemática como sí lo fue la de Argelia.
Sus padres lograron recuperar su vida, establecerse en Túnez, y que sus hijos se formaran. ¿Qué recuerda de aquella época?
— Mi padre nos contó que se escapó del campo y trabajó en cualquier cosa, en un cementerio, de jardinero, de taxista, de pintor de casas... Y al final montó una pequeña empresa de pintura. Mi madre, con algunas nociones de costura, acabó siendo una modista conocida en Túnez. Y sin ayudas, nos enviaron a Francia a terminar nuestros estudios. Toda su ilusión era que sus hijos estudiaran, ya que ellos no lo hicieron.

¿Caló la nostalgia de su padre en usted? ¿Se siente menorquín, tunecino, español o francés?
— El vínculo con Menorca existe porque es la tierra de mi padre, pero yo me siento extranjero en todas partes (ríe), a veces incluso de época, no sé si estoy en la correcta. Creo que me viene de toda esta historia. Me parece que en la vida no hay que arraigarse tanto, no me fío mucho de las raíces, conducen al racismo; ni me gustan los nacionalismos ni las religiones, que separan a la gente. Para mi el hombre es universal.

Usted además se dedica a la ciencia, ¿qué investiga actualmente?
— Estudio la termodinámica de las superficies, las propiedades de las superficies de los cuerpos, sus singularidades matemáticas (singularidades en las interfaces) y las aplicaciones que tienen en objetos, como por ejemplo, el cristal de sus gafas. Es complicado explicarlo, pero la deformación de los objetos muy pequeños -que son los que estudia la nanociencia-, es importante en muchos campos, en la electrónica, en los componentes de los móviles, por ejemplo. Algunas fuerzas, como las denominadas de capilaridad, tienen muchos efectos en esos objetos casi moleculares. Yo me centro más en la parte teórica y matemática, otros en el laboratorio realizan experimentos.

¿Qué tipo de experimentos?
— Por ejemplo experimentamos en algo que hemos llamado nanoelectrólisis. Hemos logrado que las burbujas salgan de un solo punto del electrodo, que en realidad es de dimensiones nanométricas, un millón de veces más pequeño que el milímetro. No se trabaja con microscopio óptico sino electrónico. Es algo muy extraño, hemos aplicado una corriente alterna y a una frecuencia y amplitud determinadas, hemos logrado que solo salgan en un punto las burbujas.

Explíqueme las utilidades de esa investigación...
— Todo tiene su aplicación, de hecho el estudio de las microburbujas es de gran importancia en medicina, por los problemas que pueden crear las burbujas en el cuerpo, fíjese en los buceadores, por ejemplo. También las burbujas reflejan mucho los ultrasonidos, se detectan, y en medicina se pueden utilizar como agentes de contraste ultrasonoro, ayudan a dibujar imágenes en el interior del cuerpo humano. Nuestro último descubrimiento con este sistema de nanoelectrolisis es el de poder parar una burbuja, que se detenga y no suba, es algo increíble.

¿Cómo surgió su vocación? ¿Cuándo ese niño nacido y forjado en el exilio de sus padres, en el norte de África, decide investigar?
— Yo siempre me sentí atraído por las ciencias, de pequeño cuando me preguntaban decía que quería ser sabio; en realidad lo que quería ser era investigador y es posible que viniera de mi padre.
Él no tuvo casi estudios, pero se formó en la Armada, era apuntador de artillería y sabía realizar cálculos de trayectorias y otras cosas prácticas, todavía guardo algunos de sus apuntes. Cuando yo era pequeño y hacía mis problemas de matemáticas, solía sentarse a mi lado. Creo que siempre tuvo la ilusión y las ganas de saber más.