Tras haber vivido en grandes ciudades, Annette ha encontrado su sitio en Menorca, un lugar del que valora la cercanía a la naturaleza

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Cuando se le pregunta por el día que llegó a la Isla, Annette abre su monedero y saca la tarjeta de embarque del vuelo en el que llegó con su marido y su hijo de tan solo siete semanas. «Es un recuerdo muy bonito», comenta, una especie de símbolo de una nueva etapa en su vida que ya dura cinco años.

Veo que recuerda perfectamente su llegada. ¿Qué sensación le produjo cuando pisó la Isla?
— Llevaba viviendo en el Mediterráneo algún tiempo. Llegué a España, y recuerdo perfectamente también la fecha, el 5 julio de 2006. El primer sitio en el que me instalé fue en el lugar de nacimiento de mi marido, Buñol, Valencia. Siempre hemos vivido en el Mediterráneo. Luego fuimos a Tarragona y después a Menorca. Con eso quiero decir que el ámbito no me era desconocido. La llegada me produjo unas sensaciones muy positivas...

¿Le gusta el estilo de vida Mediterráneo?
— Mucho... ¿A quién no? (risas).

¿Qué le trajo a España?
— El amor. Conocí a mi marido en Valencia, cuando estaba preparando las oposiciones a notario. Él estudiaba y yo trabajaba, pero sus padres nos ayudaban mucho. Aprobó en 2009 y nos mudamos a un pueblo de Tarragona, Constantí, pero fue una época de la que no guardamos muy buenos recuerdos. Los comienzos siempre son complicados, y él llegó a ser notario en la época más difícil de la crisis. Fue duro. Solo estuvimos un año y medio. Como la plaza no era lo que queríamos, optamos por buscar un nuevo destino, y así apareció Menorca en nuestras vidas.

Su marido llegó por trabajo, pero para usted ¿cómo fue la adaptación a la vida menorquina?
— Yo no tengo problemas con la adaptación. Con siete años mis padres, por razones familiares, decidieron trasladarse de Alemania a Hungría. Y no fue solo un cambio de país, sino también de amigos, de idioma... Pero los niños siempre se adaptan con facilidad... Yo creo que desde la cuna tengo una buena capacidad de adaptación.

¿Cómo fue su incorporación al mundo laboral en la Isla?
— Al principio decidí cuidar de mi bebé, quería aprovechar ese momento. No buscaba trabajo, pero lo que sí hizo mi marido fue repartir mi currículum en varios sitios cuando el niño cumplió un año a ver qué pasaba. Y así, unos años más tarde, cuando la Escuela de Turismo se trasladó de Maó a Ciutadella comencé a trabajar allí. Tuve suerte.

Enseña alemán, ¿qué papel juega ese idioma dentro de la formación turística?
— Sí que hay demanda, pero hay que tener en cuenta que Menorca no es como Mallorca. Allí hay mucho más interés por aprender el idioma. Cuando estoy en Mallorca me siento un poco rara... Sé que estoy en España, pero parece una invasión alemana... Es como una colonia. Los alemanes la consideran casi como suya. Fuera de la Escuela de Turismo también hay gente interesada en aprender el idioma, pero poca. En el centro de Europa el alemán es mucho más importante por la influencia económica. En España la gente comenzó a estudiar alemán también por razones económicas, para tener posibilidades laborales fuera del país...

Dicen que no es un idioma fácil de aprender. ¿Qué opina?
— Es un punto de vista. Yo pienso que inicialmente es difícil, pero luego para mí es un idioma muy lógico. Al principio cuesta mucho porque hay que declinar... La estructura de las frases es también bastante rígida, pero el aprendizaje depende también del profesor que imparte las clases. Mi experiencia me dice que si no sales a Inglaterra o Estados Unidos para aprender inglés te estancas; sin embargo, he visto a gente aprender alemán en casa sin salir a Alemania o Austria y llegar a un nivel muy alto, tanto en la pronunciación como en la gramática.

Y hablando de idiomas, ¿cuántos habla?
— Seis... El alemán, como lengua nativa, y después húngaro, inglés, español, italiano y ahora estoy con el francés...

¿Y el catalán/menorquín?
— No (risas). Entiendo cada vez mejor el catalán, aunque el menorquín me cuesta todavía un poco más...

¿Y su hijo?
— Él es trilingüe. En casa yo hablo con él en alemán y castellano, y en la escuela aprende menorquín. También ha comenzado este año con las clases extra de inglés. Hay diferentes teorías, pero yo creo que es la mejor época de la vida para aprender idiomas.

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Retomando el tema del turismo, ¿cree que Menorca es la gran desconocida para el mercado alemán?
— Creo que están descubriendo el destino. Pero lo que veo es que cada vez vienen más franceses, y lo digo porque mi marido cada vez tiene más clientes galos interesados en invertir en Menorca.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?
— Supongo que muchos entrevistados en esta sección habrán dicho lo mismo, pero la calidad de vida y la cercanía a la naturaleza.

¿Cómo vendería la isla como destino a sus compatriotas?
— Creo que lo interesante es su naturaleza intacta... Si ves toda la costa española desde el aire es un bloque de cemento, y eso aquí no pasa. Creo que eso es un mérito de los menorquines. Creo que a muchos extranjeros que quieren invertir aquí es una cosa que les gusta.

¿Cuál es su rincón favorito?
— Son Saura... Me gusta su olor y la arena, pero sobre todo el paseo por el bosque para llegar hasta la segunda playa. También nos gusta mucho Pregonda...

¿Se había imaginado alguna vez viviendo en una isla?
— Pues no... Pero se da la curiosidad de que empecé a estudiar español en 1994, y dos años más tarde, cuando todavía no había Erasmus, para mejorar mis conocimientos y perfeccionar el idioma vine a trabajar a Barcelona con un a familia de origen alemán y catalán. Mi trabajo consistía en hablar con sus hijos en alemán. Fue así, cuando en verano vinimos a pasar diez días a Fornells. Alquilaron un barco y conocimos muchas playas, pero no llegué a conocer Ciutadella ni Maó.

¿Los planes de vivir aquí son a largo plazo?
— Pienso que sí. Aunque eso nunca se sabe. Si repaso mi vida, me doy cuenta de que nací en un país, viví en otro y ahora estoy aquí. Yo puedo tener planes, pero realmente son las circunstancias las que van a decidir por ti. Mi deseo es que sí. Se podría decir que hemos encontrado nuestro sitio, es un paraíso.

¿Viaja mucho a Alemania?
— Intento ir cada año. No solo por mí, sino también por mi hijo. Él no es solamente español, es también todo lo que soy yo. Quiero que conozca mi cultura y la de otros países. Yo no soy la típica alemana....

¿Y cómo es el típico alemán?
— El alemán suele mantener mucho la distancia, y yo no soy así. Seguramente tengo cosas que son muy alemanas, como la puntualidad... Soy una persona exigente conmigo misma y exijo a mis alumnos.

¿Se siente un poco mediterránea?
— Creo que después de diez años, un poco sí. Hay que decir que el carácter húngaro también es diferente al alemán. Mi casa es abierta, no me cuesta invitar a la gente... Me he dado cuenta de que en España eso no es tan fácil; no me refiero a Menorca en concreto, sino a nivel general. Y no estoy hablando de mi familia, que siempre me acogió con los brazos abiertos y me ayudó a adaptarme y sentirme más segura.

¿Qué echa de menos de Alemania y Hungría?
— … Nada (risas). Lo que echas de menos son personas. Yo llevo ya muchos años separada de mi familia, y al final uno se acaba acostumbrando... También se echa de menos los amigos, pero estos van y vienen.

En pocas palabras, ¿como resumiría su experiencia en Menorca?
— Muy positiva. Tengo suerte de vivir en Menorca, creo que es un privilegio. Las ciudades grandes desgastan física y emocionalmente. Aquí, la cercanía a la naturaleza me parece muy importante.