Gerard Villalonga es administrador diocesano desde septiembre del 2015 | Josep Bagur Gomila

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Cumple un año al frente de la Iglesia de Menorca, tras ser elegido administrador diocesano con el voto unánime de los presbíteros del Colegio de Consultores. Gerard Villalonga Hellín (Maó, 1958) cubre la etapa de sede vacante abierta en septiembre del 2015 cuando el obispo Salvador Giménez tomó posesión de la sede episcopal de Lleida.

¿Cómo valora este año?
— La sede vacante es un tiempo de esperanza. Lo importante es la proyección hacia el futuro. He procurado reforzar la comunión entre unos y otros, y no limitar mi actuación a funciones burocráticas, sino pastorales. Me siento como un hermano mayor que en ausencia del padre convoca a los hermanos. Mi mayor satisfacción será que el nuevo obispo hallará una diócesis viva, unida y bien organizada.

¿Qué papel desempeña el Colegio de Consultores?
— Los seis sacerdotes que lo formamos nos reunimos con frecuencia. Con ellos comparto la responsabilidad de la administración diocesana. En mis decisiones he contado siempre con su ayuda, colaboración y consentimiento. Al prolongarse este periodo, nombré a Bosco Faner como delegado para la generalidad de los asuntos para contar con la ayuda constante y cercanía de un sacerdote dotado de sabiduría y experiencia, que vive conmigo el día a día de la diócesis. Le estoy muy agradecido y extiendo esta acción de gracias a todos los sacerdotes de Menorca y a la Curia Diocesana.

¿Cómo ha vivido Menorca el Año de la Misericordia?
— Con intensidad en toda la Isla. Quiero recordar su inauguración con la apertura de la Puerta de la Misericordia; las peregrinaciones a la Catedral para obtener la gracia de la indulgencia, entre las que destaco la presidida por nuestro arzobispo, el cardenal Cañizares, con motivo del jubileo de las cofradías; y las 24 horas de oración con la presencia de más de cuarenta jóvenes que velaron toda la noche. En todo este tiempo hemos visto de cerca el amor de Dios y la Iglesia de Menorca se ha renovado interiormente y ha sentido la necesidad, impulsada por el Papa Francisco, de fomentar la práctica de las obras de misericordia a nivel personal y comunitario.

¿También a través de Caritas?
— Efectivamente. Caritas Diocesana de Menorca, con la ayuda de las administraciones públicas, ha puesto en funcionamiento durante este año un centro para atender a las personas que carecen de un hogar estable en la Isla, habiendo localizado hasta el momento unas cincuenta que se encuentran en esta situación de dificultad y precariedad.

¿Qué impacto ha ocasionado la muerte de Rafel Portella?
— Ha sido un momento muy duro para todos. Tras el primer momento de dolor intenso que hemos compartido muy de cerca con su familia y con los demás sacerdotes, descubrimos la manera de actuar de Dios, que se lo ha llevado consigo porque ha encontrado en él un corazón que ha vivido, sufrido y amado intensamente durante 54 años. Rafel ha sido un regalo de Dios para quienes le hemos conocido y tratado. Ahora nos ayudará todavía más desde el Cielo. Me impresionó ver cuánto le quería la gente. Me puse junto a su madre durante el duelo, tanto en la Catedral como en Es Migjorn Gran, y vimos a cientos de personas, emocionadas, con lágrimas en sus ojos. Doy gracias a Dios por el don del sacerdocio, al comprobar el gran bien que difunde en la sociedad y la Iglesia.

¿Con qué criterios se han realizado los cambios en las parroquias?
— La incorporación de tres sacerdotes a la diócesis planteaba dos escenarios: hacer un parche o aprovechar para hacer una remodelación más amplia y que garantizara una estabilidad durante un tiempo más amplio. Todos los cambios se han hecho con el acuerdo del Colegio de Consultores y debo elogiar la disponibilidad de los sacerdotes implicados. Todos han aceptado voluntariamente, tras una reflexión y un diálogo, sus nuevas responsabilidades pastorales. Hemos tenido en cuenta las cualidades personales de cada uno y las necesidades peculiares de cada comunidad. Los cambios cuestan, pero se irán asentando después de un breve periodo de adaptación. También agradezco, a las parroquias su acogida cariñosa a los nuevos pastores.

¿Cuáles son los principales retos de la Iglesia en Menorca?
— La principal misión de la Iglesia es evangelizar. Hemos tratado durante dos cursos de asimilar bien la exhortación apostólica La alegría del Evangelio, una ruta de navegación de este pontificado. Nos señala que con nuestra vida, nuestra palabra y nuestro testimonio hacemos creíble y atractivo el mensaje del Evangelio. El proyecto de Dios para la humanidad es bello: vivir en paz y comunión con Él, con los demás, con nosotros mismos. Si lo hacemos así, el mundo se abrirá a esta propuesta.

¿Qué pide a los menorquines?
— Que seamos fieles transmisores del amor de Dios. Aquí decimos que «els qui haurien de donar llum, donen fum», lo que no tendría que suceder. El Papa habla mucho de la diferencia entre pecadores y corruptos. Nosotros somos pecadores y debemos convertirnos cada día, pero luchamos para ser fieles discípulos de Cristo, sin juzgar a los demás. Me gusta hablar de la Iglesia como «familia de Dios en la tierra». En una familia todos se quieren, se ayudan mutuamente, son corresponsables unos de otros, se respetan y viven abiertos a las realidades que les rodean. Me gustaría que se tuviera esta percepción sobre la Iglesia y las familias cristianas de Menorca para ser verdaderamente sal de la tierra y luz del mundo.

¿Qué le preocupa, como administrador diocesano de la Isla?
— Que en la sociedad menorquina todos fuéramos capaces siempre de anteponer los intereses generales a los particulares y que nos preocupásemos especialmente de los más necesitados y olvidados en la sociedad. Que de la misma manera que los turistas reconocen la belleza de nuestra geografía, también hallasen en esta Isla, sede episcopal de Severo, unos valores humanos y cristianos que les hiciera exclamar como en los primeros tiempos del cristianismo: «¡mirad cómo se aman!» Para ello es muy necesario dialogar, ser tolerantes, tener paciencia y saber reconocer los aciertos de los demás.

¿Cómo ejerce la Iglesia menorquina su labor social?
— En primer lugar a través de los proyectos de Caritas. Hemos pasado de una acción de beneficencia a una promoción integral de las personas. Me quedaría corto si intentase resumir los aspectos organizativos que son importantes y se llevan a cabo con una gran eficiencia por parte de los responsables, a quienes felicito. Lo más importante de la acción caritativa de la Iglesia es lo que no se ve: el esfuerzo callado y silencioso, la dedicación y entrega de tantos voluntarios que, cada día, practican la misericordia con los más necesitados, sin esperar nada a cambio, con la conciencia de que están recibiendo más que dando. Además, existe un vivo compromiso que va mucho más allá de nuestras necesidades particulares y que llevamos a cabo a través de Caritas, Manos Unidas, el Secretariado de Misiones y la Pastoral Penitenciaria para practicar y aplicar eficazmente la solidaridad.

¿Se ha alcanzado una solución para la planta TIV, para la gestión de residuos voluminosos?
— Esta instalación, destinada a la transformación de residuos voluminoso, fue creada para ser una empresa de reinserción social y favorecer el equilibrio medioambiental, no para competir en el mercado. El proyecto nació con la ayuda de las administraciones públicas, al reconocer y valorar su finalidad social y ecológica. Supuso además una fuerte inversión económica por parte de Caritas. La diócesis sigue creyendo en este proyecto y así lo hemos compartido en numerosas conversaciones con las autoridades, buscando su comprensión y ayuda. Esta planta puede autofinanciarse y no ser una carga para nadie, pero se necesita una voluntad política que permita la entrada de voluminosos para que las cuentas salgan y no nos veamos abocados al cierre. Creo en el diálogo y el acuerdo. Cuando se ven las cosas claras, se articulan los medios necesarios para llevar a cabo lo que se propone. En este punto nos encontramos ahora y soy moderadamente optimista de cara al futuro de la planta.