Walter Isaac Ramírez | Josep Bagur Gomila

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Tras una vida dedicada en cuerpo y alma a la medicina, Walter se acaba de jubilar, aunque solo parcialmente. Le cuesta desprenderse de su profesión, pero tiene planes para el tiempo libre que ha ganado, escribir: «Lo que he vivido aquí da para contar mucho, pero me decantaré por algo más breve", explica el peruano, quien repasa su trayectoria menorquina.

Lleva ya un cuarto de siglo viviendo en la Isla, pero Menorca no fue su primer destino en España.
—Efectivamente, al principio trabajé en Mora de Ebro, al sur de Tarragona, en un hospital comarcal. Todo cambió cuando leí en el periódico que la Clínica Menorca de Ciutadella necesitaba un anestesiólogo. Llamé por teléfono y hablé con quien por entonces era el director, Bernardo Monserrat.

¿Le ofreció el trabajo directamente?
—Me preguntó de dónde era y me dijo que ellos trabajaban con un compatriota mío, me puso en contacto con él, un colega anestesiólogo que ya falleció, el doctor Domingo Echevarria. Fue él quien me dijo que visitara la Isla para ver si me gustaba antes de coger el trabajo. Vine con la idea de pasar un mes, pero al llegar aquí el amigo muy hábilmente me llevó a los sitios más bonitos de la Isla y me impresionó; al final me quedé para siempre.

¿Cuándo llegó a España y por qué?
—En 1991 y fue fruto de lo que mueve a la mayoría de las personas que salimos de nuestro país. Primero el deseo de superación. En Perú había estudiado Medicina y la especialidad de Anestesia pero necesitaba hacer más cosas; además, la situación económica por aquel entonces se había puesto muy mal. La cosa se empezó a poner difícil a partir de 1989. Trabajé once años en la seguridad social peruana, pero renuncié para venir a España y hacer un curso de reciclaje en el Hospital Universitario Sant Joan de Reus y luego recalé en Mora de Ebro, un pueblo que era pequeño y me transmitía una sensación de soledad. Vine a Menorca pensando que si era un lugar más bonito, me quedaría.

Y así fue.
—Sí, me enamoré de la Isla. Me llevaron al lago de Cala en Bosc y me encantó, cuando aquella zona era todavía natural, me pareció bonito y hermoso; me gustó también mucho el color del agua, pensé que era un paraíso. Cuando era pequeño, a los seis años, era muy inquieto y me gustaba la lectura. Eran los años de la revista «Life» y las «Selecciones de Reader's Digest», y a pesar de que era un chiquillo me gustaba leer mucho. En esas páginas descubrí que había una isla en España, Mallorca, a la que iban los actores más famosos de Hollywood de los años sesenta, como Gary Cooper o Errol Flynn. Me enamoré de aquellas historias, pero con el paso del tiempo me olvidé.

Pero el destino le acercó un poco a ese lugar.
—Cuando vine a Menorca me di cuenta de que estaba al lado de ese lugar del que yo había leído tanto. De alguna forma mi sueño se hizo realidad; al final todo ha sido una mezcla del deseo de superación y el sueño de llegar hasta aquí. Vivir aquí está siendo una experiencia hermosa, agradable y me ha llenado la vida. Si volviera a nacer, regresaría a Menorca, eso es indudable.

¿Vino solo?
—Al principio, como la mayoría de los emigrantes, vine solo para ver cómo me iban las cosas, y luego fui trayendo a la familia de forma escalonada, primero los dos hijos mayores y luego la pequeña con mi esposa, en el año 1996.

¿Cómo fue el proceso de adaptación?
—Bien, porque como yo estuve solo los primeros años ya me encontraba más adaptado, con muchas amistades. Yo vine a trabajar específicamente a la Clínica Menorca, que ese tiempo pertenecía al grupo Femenia, hasta el año 2002, cuando me fui al Hospital Monte Toro de Maó y después al Hospital Mateu Orfila, donde me acabo de jubilar.

Solo parcialmente, ya que tengo entendido que sigue en la sanidad privada. ¿Tanto cuesta dejar la profesión?
—Sí, porque es una especialidad muy interesante. Es una profesión muy bonita y terminar bruscamente y no hacer nada no entraba en mis planes. Creo que es algo que hay que ir dejando gradualmente. El hecho de salvar una vida o hacer un acto de esa naturaleza te dignifica y te hace sentir mejor.

¿Se ha realizado profesionalmente?
—Sí. Los primeros años uno no viene de frente a ejercer, hay que convalidar los títulos, algo que hice con esfuerzo. Lo bonito de España es que a los médicos los obligan a actualizarse constantemente.

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¿Eso no ocurre en Perú?
—Ocurre, pero no es iniciativa de los hospitales ni del Ministerio, allí cada uno se lo busca como puede. Yo estuve cuatro meses en el Hospital Universitario Son Espases en 2012, a los sesenta años haciendo reciclaje y me pareció algo muy interesante.

¿Cómo está la salud pública en su país?
—El problema de Perú es que ha habido tres sistemas, seguridad social, ministerio de salud y aparte la sanidad privada. El segundo de ellos es el que tiene un mayor número de profesionales y el que atiende a más personas, pero tiene menos recursos porque los presupuestos que se le asignan lamentablemente no cubren todo, hay una desigualdad económica, pero no profesional, entre los médicos peruanos.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida aquí?
—El ambiente natural y la tranquilidad es algo básico para un desarrollo bueno; la gente noble, cordial y amistosa; es una vida muy pacífica, una isla demasiado tranquila, pero bueno…

¿Demasiado?
—Sí, yo llegué con 37 años, y el tiempo que pasé en Catalunya era un mundo muy movido; llegar aquí fue como si de repente entrara en un convento, tranquilo, sin ruido, mucha diferencia respecto a Perú. Aquí lo que se gana mucho es en calidad de vida. Puedo caminar tranquilamente por la calle sin que nadie me asalte, mientras que en Latinoamérica la inseguridad es un problema.

¿Regresa mucho a su país?
—No, solo regresé por la muerte de mis padres. Una de las cosas más bonitas que viví aquí fue traer a mis padres de vacaciones medio año. Pertenezco a una familia de ocho hermanos, de los cuales la mitad nos fuimos fuera; yo fui el primero en emigrar.

Y ahora que está parcialmente jubilado, ¿se plantea la posibilidad de regresar a vivir a Perú?
—Solo de visita. Quieras o no ya hemos hecho una familia aquí. Ya tengo dos nietas y una bisnieto menorquines. Soy bisabuelo con 65 años. Volver a Perú no entra en mis planes.

Como todos los años, el pasado 12 de octubre, se celebró en España la hispanidad, una conmemoración no muy bien vista entre los latinoamericanos. ¿Cuál es su posición?
—Cuando estudiaba primaria eran los años cincuenta y nos enseñaron a respetar todas las cosas; en aquellos tiempos hablar de política en los colegios era como algo prohibido, era tabú. Fue en la universidad cuando uno se despierta y comienza a reaccionar y darse cuenta de las cosas. En Perú no es el Día de la Hispanidad, es el Día de la Raza, al igual que en otros países de Sudamérica.

¿Hay resentimiento?
—Lo que pensamos es que hubo un genocidio. Unos 200 españoles armados mataron a unos 1.500 indios en un momento en Cajamarca para apoderarse de todas las propiedades. Los españoles actuaron quizás amparados en la religión católica. Hubo actuaciones que llenaron de resentimiento a los peruanos, en mi caso mi reacción llegó cuando fui a la universidad. El Perú de hoy no es el de antes; ahora está más independizado, más moderno.

¿Vive una buena época el país actualmente?
—Sí, a pesar de que el gobernante sube con muchas ideas buenas al poder, pero cuando ya está allí metido se corrompe. Creo que es algo que sucede en todas partes, al final las buenas intenciones se van a otro lado. Yo creo que Perú está renaciendo económicamente, pero también otros países del continente. Son ciclos a la inversa de lo que ocurre en Europa. En Latinoamérica estamos más avanzados que en Europa en algunas cosas, o al menos cuando yo vine; en 1993 en la Isla no había analgesias epidurales, yo fui el primer anestesista en ponerlas.

Ahora, sin embargo, algunas voces apuntan que se abusa de la epidural.
—Lo que ocurre es que hay una mala información. La verdadera analgesia epidural es quitar el dolor, pero claro, si no se pone la dosis adecuada a cada paciente es lógico que se duerma de la mitad del cuerpo para abajo, pero eso no es una epidural.

En su profesión no hay margen de error. ¿Cómo se aprende a convivir con esa presión?
—Es una especialidad muy hermosa, pero también muy traicionera. Puedes hacer cien operaciones, 99 excelentes, pero basta una mala para que todo tu historial se venga abajo. Y puede ser por un error que no uno lo provoque, sino porque todos los cuerpos reaccionan de forma diferente ante una anestesia. Por eso la especialidad tiene que ser muy cercana al paciente. Es una alta responsabilidad ser anestesiólogo.