Alon Celnik, junto a su mascota, en el muelle de Cala Corb | Javier Coll

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La ficha

Originario de: Tel Aviv, Israel

Fecha de nacimiento: 23 de agosto de 1984.

Actualmente vive en Es Castell.

Llegó a Menorca por primera vez en verano de 2010 y se instaló al año siguiente.

Ocupación actual: músico del grupo K de Cumbia y adiestrador de perros.

Estudios: música popular y latina.

Su lugar favorito de la Isla es: Cala Pilar.

Fue en el Conservatorio de Róterdam donde Alon Celnik entabló amistad con un estudiante de Barcelona que había vivido en Menorca y quien le invitó un verano a viajar con él a la Isla para hacer algunos bolos. «La cosa es que Menorca fue un lugar que me flipó bastante cuando llegué», recuerda. «Por aquel entonces llevaba como cosa de un año y medio viviendo en Holanda, que mola mucho menos...»

... Y además hace mucho frío.

—Sin duda. Hay que tener en cuenta que vengo también de un sitio mediterráneo, por lo que la conexión aquí era mucho más grande que la que podía tener con un país como Holanda. Menorca resulta una isla muy encantadora cuando llegas en verano, y más si consigues ganar algo de dinero.

Vino para una semana pero volvió.

—Sí, para hacer otra visita en otoño y al invierno siguiente ya me instalé de forma definitiva.

¿Qué hizo con sus estudios de música?

—No los terminé por venir aquí. Allí me estaba especializando en música latina y popular. Toco la batería y ciertos instrumentos de percusión.

¿Con qué perspectivas llegaba?

—Con mucha ilusión y la intención de vivir el sueño campesino.

¿El sueño campesino?

—Ya sabes, el de la gente de fuera que viene con una visión muy romántica del campo. Eso es lo que hice unos años y al final te acabas ubicando. Me he acostumbrado, y es algo como muy positivo y negativo a la vez de Menorca, y es que si llegas a construir algún tipo de vida aquí, todo lo que queda fuera es muy diferente.

¿A qué se refiere exactamente?

—A que vengo de un sitio muy distinto y cada vez que regreso a mi país estoy más fuera de lugar. Éste es un lugar mucho más blando.

¿Resulta duro salir adelante en Israel?

—Para mí no, si te refieres al tema del conflicto. Yo no soy un buen ejemplo para tomar como referencia; soy de Tel Aviv, de clase media… El conflicto allí está presente pero yo no lo vivía a diario. Aquí la vida es mucho más factible, y mira que es un sitio caro, pero aún así aquí el estrés económico es más leve que en muchos otros sitios que conozco.

¿Cómo fue su proceso de adaptación a la vida en la Isla?

—No fue fácil. Primero está el tema del idioma, que afecta directamente a la hora de buscar trabajo. Cuando llegué no quería trabajar de músico, quería ganarme la vida con otra actividad, de lo que fuera. Pero me encontré en un sitio pequeño en el que no conseguía un empleo, algo que es comprensible dada mi situación.

Pero salió adelante.

—Sí, aunque no logré encontrar un trabajo que no estuviera relacionado con la música.

¿Por qué ese afán de escapar de esa profesión?

—Porque resulta complicado conseguir estabilidad. Aspiraba a tener una vida más tranquila, con mi sueldo fijo cada mes, y nunca lo he conseguido. Pero puedo decir que la música, además de trabajo, también es para mí una pasión.

Sin embargo, con el paso del tiempo ha logrado dedicarse al adiestramiento de perros. ¿No es así?

—Sí, pero es igual. Es el mismo rollo, algo poco estable. Cuido perros, pero lo que más me gusta es adiestrar, y en ello estoy desde hace cuatro años. Me formé en ese campo, aunque se trata de una profesión en la que experiencia habla mucho más de lo que haces que cualquier otra cosa. Me resulta gracioso como al fin conseguí otro trabajo que no tuviera nada que ver con la música para que luego los números y los datos técnicos fueran los mismos, la misma dinámica: intentar conseguir clientes como si fueran bolos.

Al menos parece un sector en el que no hay mucha competencia. ¿Me equivoco?

—No hay muchos adiestradores, pero suficientes para que los perros de la Isla estén bien. Lo que no hay es mucha disponibilidad por parte de la gente. Yo creo que es muy importante tener un perro adiestrado para poder controlarlo como es debido.

Volvamos a la música. ¿Cómo se buscó la vida?

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—Como batería está claro que no puedes ser solista, así que siempre he sido músico de acompañamiento. Actualmente tengo un proyecto que he impulsado yo, la primera vez que saco adelante algo propio, el grupo K de Cumbia, y creo que está yendo muy bien.

Un proyecto suyo pero en el que participa mucha gente.

—Sí, somos una banda grande que ofrece algo que en Menorca no hay mucho, que es un grupo para bailar. He trabajado con muchos músicos en la Isla y la tendencia es siempre hacer música para que la gente la escuche. Pero siempre he querido tener un grupo que fuera una fiesta desde la primera a la última canción.

¿De dónde le viene es afición por la cumbia?

—La música latina me gusta desde hace años, pero en la cumbia me introdujo mi pareja, que se llama Marcela Hoffman y es de argentina. A ella le gusta mucho, y a medida que fue poniendo temas me di cuenta de que era una música que molaba mucho. De hecho, la mitad de nuestro repertorio lo ha escogido ella.

¿Es Menorca un sitio que se queda pequeño para según qué proyectos musicales?

—Supongo que sí, pero yo tengo un punto de vista quizás un poco diferente. Ya tengo como medio abandonado eso de ser un músico que lo peta; si quieres ese plan, Menorca no es el sitio ideal para conseguirlo. Pero estoy a gusto con lo que hago y sin ninguna prisa; por decirlo de alguna forma tocar en Barcelona no es que me haga más ilusión que hacerlo en Es Mercadal; si el bolo es bueno, es bueno. Hay trabajo, pero es como picar piedra hasta que te conoce la persona que toca, esas cosas sí que tardan.

¿Trabajo demasiado estacional?

—Llevamos tres años juntos pero nuestro primer bolo oficial fue el verano pasado, así que en sentido no sabría qué decir por el momento. Lo que sí sé es que al tratarse de un grupo grande a la gente a veces le da cosa contratarnos. Pero tengo claro que somos los que somos, y no vamos a quitar un músico para ajustarnos a lo que piden.

¿Consiguen el reto de que la gente baile?

—De principio a fin. Pero he decir que es el primer grupo con el que lo consigo, y he estado con muchas bandas en la Isla, algunas de las cuales apuntaban a eso pero sin éxito.

¿Qué le parece la escena musical de la Isla?

—Para lo pequeña que es hay muchos músicos.

¿Faltan sitios donde tocar?

—Sí, y muchos de los que hay no están adaptados. También hace falta que los ayuntamientos presenten más ayuda, se ponen muchas pegas.

Una de las principales reivindicaciones de la recién fundada asociación de músicos de la Isla es la de poder recuperar la calle como escenario.

—La calle es el mejor escenario que conozco. He tocado mucho en la calle y siempre me gustó mucho. No sé por qué aquí no se puede. Hace falta cultivar una escena que muestre cosas al público.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir aquí?

—Instalarme aquí no fue una decisión muy pensada, simplemente pasó. Ni siquiera sabía de la existencia de la Isla, tenía más en mente a Mallorca. Me gusta el ritmo de la Isla, que puedo vivir bastante bien con poco y estar cerca de la naturaleza.

¿Y lo que menos?

—Me gusta el ritmo de la Isla, como decía antes, pero a veces el poc a poc se lleva al extremo. A veces es demasiado lento y me molesta cuando estás motivado con algo y quieres resultados un poco más rápido. En ocasiones cuesta sacar adelante algunos proyectos de una manera más ágil.

¿Cómo está la escena musical en Israel?

— Hay mucho nivel, pero para salir de allí lo primero que necesitas es pasta para el billete. Como es un país en conflicto con casi todos los territorios que están alrededor, no puedes simplemente coger el coche e irte. Salir necesita un trabajo de producción. Cuando estaba estudiando en Holanda hice bolos en muchos países europeos. En Israel, en el plano musical, hay una línea muy directa entre Tel Aviv y Nueva York, y también con Berlín. Hay musicazos.

¿Vuelve a casa mucho?

—No mucho, dos veces al año. Ahora ha empezado a venir mi familia, y eso me gusta.

¿Qué les pareció que se instalara en una pequeña isla?

—Una ida de olla. Pero mi madre, ahora que conoce el lugar, me entiende.