Lili Cheng regenta el Restaurante Asiático de Ferreries | Gemma Andreu

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Actualmente vive en...

Ferreries

Llegó a Menorca...

— En el verano de 2004, tras varios meses en la Península

Ocupación actual

— Regenta junto a su marido el Restaurante Asiático de Ferreries

Estudios

— Cursó en China el equivalente al Bachillerato y estudió unos meses español en una escuela de Barcelona

Su lugar favorito en la Isla es…

— Binibèquer

Vivió en China hasta los 17 años, hasta que, para unirse a su familia directa, se desplazó a España; primero a Barcelona y Pamplona, y después, a Menorca. Aquí conoció a su marido, Lu Guo. Los dos hablan la misma variante del idioma, aunque no son de la misma ciudad. Ella tiene 33 años en China, pero aquí son 32. Lili explica que la edad se calcula de forma distinta, porque el embarazo en China también cuenta. El calendario también es distinto; es lunisolar y fija este fin de año en nuestro 24 de enero. En cuanto a la diferencia horaria, cuando aquí son las siete de la tarde allí son las dos de la madrugada. El matrimonio tiene dos hijos, Luk, de 13 años, y Lucy, de 11. Lili no habla muy bien español, y a la hora de deletrear los nombres se ayuda de la escritura. En el papel donde escribe incluye la versión china de cada palabra que intenta deletrear, con toda la belleza de los pictogramas. Con su acento, por otro lado, no oculta su procedencia, con una pronuncia que responde al arquetipo, y hay que alabar su esfuerzo por hacerse entender en esta entrevista.

Lili Cheng nació en la ciudad de Quingtian, en la zona de Zhejiang, una de las 22 provincias de la República Popular China. Está situada casi en el extremo este, y casi mirando a Taiwán. De esta provincia, con su propia variante del idioma chino, provienen la mayoría de los inmigrantes de este país residentes en España; se calcula que ocho de cada diez chinos que llegan proceden de aquí. Quingtian es un condado tan montañoso que sus habitantes tienen un dicho, que tan bien relacionado con la estadística, para describir este lugar: «De diez partes, nueve son montañas». Para llegar a algunos de los pueblos de esta provincia hay que recorrer carreteras de arena o tierra, muchas veces, enfangadas por la lluvia, y bordear precipicios. Esta región configura una mínima parte de un país inmensamente poblado y grande como es China, 15 veces la Península Ibérica.

¿Por qué vino a vivir a Menorca?

—Llegué a España con 17 años, siguiendo a mi madre, empresaria, con distintos negocios en Barcelona y Madrid. Pasé el primer año mío español en la zona de Fondo de Barcelona (barrio de Santa Coloma de Gramenet), donde fui al colegio para aprender español. Pero pronto me puse a trabajar en restauración. Con mi hermano nos fuimos después a Navarra a trabajar en un restaurante de unos amigos de la familia. Mi madre tenía un restaurante en Binibèquer, abierto solo en verano, y por eso vinimos aquí. La temporada de invierno, no obstante, la pasábamos trabajando en la Península.

¿Aquí conoció a su marido?

—Le conocí el primer verano que vine a trabajar con mi hermano a la Isla. Él vino a ver a unos amigos en Menorca, quienes casualmente, eran conocidos de un tío mío. Este tío, hermano de mi madre, tenía un restaurante en el puerto de Maó, donde yo ayudaba por unos meses. Mi marido entonces trabajaba en Madrid en un almacén, y después, ya se quedó aquí, trabando también en este restaurante de Maó. Aquí nos conocimos, sí.

¿Y dónde se casaron?

—Celebramos una gran boda en Barcelona, reuniendo a mucha familia china que vive en España. Toda la familia de mi marido está en Madrid, y es numerosa, porque ellos son siete hermanos.

Con la política establecida años atrás del hijo único esto no debe ser frecuente.

—No, en mi familia, por ejemplo, solo somos mi hermano y yo, y eso es lo más normal.

¿Desde cuándo viven en Ferreries?

—Desde hace 11 años, ya. Vinimos aquí para abrir el Restaurante Asiático, el primero que se puso en el pueblo.

¿Les ha acogido bien?

—Aquí se vive muy bien con los niños. Al principio, la gente era más cerrada con nosotros, y nos costó un poco, pero ahora, ya muy bien. Mi segundo hijo, que es niña, Lucy, ha nacido aquí. El primero, Luk, nació en Maó.

Entonces, vuestros hijos son bien menorquines.

—Ellos hablan menorquín; nosotros, no, porque es muy difícil (Se ríe). Cuesta mucho poderles ayudar con los deberes, por ejemplo.

¿Qué hablan en casa?

—Tenemos dos lenguas, como aquí. En casa, mi marido y yo hablamos un idioma de nuestra región, que es diferente al chino mandarín. Pero el chino mandarín es el idioma que hablamos a los niños, y ellos lo entienden y lo hablan perfectamente.

¿Qué echa de menos de su país?

—Nada más llegar, echaba de menos la vida en mi ciudad; a mis amigas, sobre todo, supongo que por la edad que tenía entones y como adolescente. Recuerdo que durante los primeros meses en Barcelona mis profesores y mis compañeros de clase me hablaban y yo no entendía nada. Supongo que por eso fue más difícil adaptarse a la vida de aquí.

¿Se ha sentido diferente por ser china?

—He tenido la sensación, a veces, de que se ponía a todos los inmigrantes en el mismo saco, y en ocasiones, como si todos fuéramos delincuentes. Se han reído de mí alguna vez, cuando era joven, sobre todo recién llegada, por como hablaba, pero supongo que todo esto entra dentro de la normalidad. Ahora ya no volvería a vivir a mi país; me he acostumbrado a esta forma de vida. La gente me parece más educada y amable. Aquí todo es mucho más ordenado.

¿Cómo es su pueblo?

—Dicen que se parece un poco a Hong Kong, pero en pequeño, aunque aquí viven unas 300.000 personas. China en general está muy poblada, hay mucha gente. La gente ahí trabajaba prácticamente del campo, pero ha cambiado mucho en los últimos años, con más industria. La región vivía de la agricultura del arroz y la pesca, y también se cultiva algodón y té. Zhejiang, la provincia, es conocida porque produce seda. Las industrias principales son las químicas, textiles, alimentarías o de materiales de construcción.

¿Qué recuerdos tiene ahí de pequeña?

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—Me recuerdo jugando con mi hermano y con mis primos. En mi pueblo, había colegio pero no había instituto, por lo que tenía que ir a otra ciudad a estudiar. Salía de casa el lunes por la mañana y no regresaba hasta el viernes por la tarde. Solo pasaba en casa los fines de semana. Mis padres se separaron cuando era joven. En China un divorcio es visto, como aquí, como algo normal.

No debe ser fácil salir de China para abrir un negocio en Europa.

—Es complicado, pero mi madre ya tenía negocios allí y se vino porque había gente de la familia que ya había hecho esto.

¿Viaja a China a menudo?

—La última vez fue en 2017, por pocos días. En estos años, he ido solo cuatro veces y por periodos de no más de dos semanas.

¿Qué es lo más difícil para ustedes aquí?

—Hablar español nos cuesta mucho; esta lengua es muy difícil. Además, en casa vivimos con familia de China, y esto hace que lo practiquemos poco. Trabajando, en el restaurante, lo hablamos («Números, sobre todo», salta bromeando su marido, quien sigue a ratos esta conversación que transcurre en el restaurante), pero después no nos relacionamos demasiado con este idioma. La verdad es que trabajamos mucho, y pasamos muchas horas aquí.

¿Entonces, no es un mito que los chinos trabajan mucho, en alusión al dicho?

—Sí, es verdad, trabajamos mucho; los chinos somos muy trabajadores.

¿Cómo se preparan estas fiestas en el restaurante?

—Por Noche Vieja, desde hace algunos años, tenemos mucha gente, muchas reservas, y es una noche de mucho trabajo sirviendo la carta normal, porque no hacemos un menú especial.

¿Qué platos son nuestros preferidos?

—Lo que más piden es arroz tres delicias, ternera con bambú y setas chinas y pollo con almendras. Estos son los platos preferidos aquí. Ah, y pato cantonés, que en general, sorprende a quien no lo ha probado antes, porque no se acostumbra comer en Menorca.

¿Les gusta a ustedes la comida de aquí?

—Claro que sí, hay muy buena comida en España. La paella nos encanta.

¿Fin de Año en China es muy diferente?

—El Año Nuevo se celebra con más fiesta, desde la noche y durante todo el día. Nosotros trabajamos con un calendario que tiene las dos fechas, la de aquí y la de China.

¿Navidad es una fiesta para recordar a la familia que está lejos?

—Por suerte, está casi toda aquí. En China solo me quedan mi abuela y un tío, y nada más. En Menorca tenemos mucha familia, pero no en Ferreries, donde solo estamos nosotros, sino en otros pueblos como Maó y Sant Lluís. Mi hermano ahora está en Madrid.

Su abuela debe echarles de menos.

—Sí, la verdad es que sí. Hablo con ella por WhatsApp, a pesar de que tiene 90 años. Luk, con ocho meses, se fue a China, donde su tía, la hermana de mi marido, lo cuidó. Lucy también se fue de bebé, con tres meses, y regresó con cuatro años. Ahora casi ya no se acuerda de nada de ahí. Era difícil tenerlos aquí, trabajando, de pequeñitos. Ellos no han vuelto más.

¿Aquí es donde quiere que echen raíces?

—Estoy muy agradecida por cómo nos han tratado, sobre todo, en el colegio. Doy las gracias a los profesores por la paciencia que han tenido con mis hijos. La educación en China es muy distinta y mucho más dura.

¿Y si sus hijos se casaran aquí?

—Podría pasar que se casaran con gente originaria de aquí («Hay pocos chinos aquí», dice riendo su marido). No nos importaría.