Una pareja de bañistas, en el aparcamiento de la playa de La Vall. | Josep Bagur Gomila

TW
14

El sol calienta, la brisa transporta el olor a bronceador, salitre y el sonido de las risas de los niños que corretean por la orilla, el mar refresca, lo cura todo, y permite evadirse de los meses de confinamiento y de las noticias machaconas sobre contagios de covid-19. Sin duda, la playa es el lugar perfecto para el relax y para bajar la guardia frente al contagio. Es más, un paseo por célebres calas, las que más gustan a menorquines y visitantes, dejan estampas preocupantes porque incluso habiendo espacio libre, hay grupos que no respetan las distancias (debe ser de un mínimo de un metro y medio).

Noticias relacionadas

Si bien es cierto que el uso de la mascarilla no es obligatorio en la playa, hay caminos y pasarelas de acceso a los arenales en los que se registran aglomeraciones de gente y no se guardan las distancias, por lo que quizás en esos puntos sería prudente cubrirse. Sin embargo la sensación de que en la playa no existe riesgo vence por goleada a la prudencia.

Y por último, la relajación es tan elevada que muchos bañistas compran a los vendedores ambulantes sin cuestionarse si esos productos cumplen con las medidas de higiene y seguridad que, sin embargo, son estrictas y exigidas a los comercios, ya sean de comida, de ropa o de cualquier otro producto. «Percibimos peligro en ciertos sitios y en otros no, tomamos medidas por un lado, nos lavamos las manos y luego compramos un trozo de piña al niño sin saber de dónde viene», reflexiona Joaquín Salvador, oficial de policía y coordinador de Salvamento y Socorrismo de Ciutadella.

Lea la noticia completa en la edición impresa del 10 de agosto en Kiosko y Más