La situación excepcional de la pandemia ha modificado las características de las propiedades demandadas y el perfil de los compradores

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«La actividad ha bajado considerablemente» o «va al ralentí» son algunas de las frases con las que resumen los profesionales del sector el comportamiento del mercado inmobiliario en estos momentos, cuando se ha superado el ecuador de un año marcado de forma clara y notoria por la pandemia de la covid-19. Además, esta situación excepcional ha modificado las características de las propiedades demandadas y el perfil de los compradores.

Según el Institut Balear d’Estadística (Ibestat), en los primeros seis meses del año en la Isla se han vendido 760 viviendas, lo que supone un descenso del 12 por ciento respecto al mismo periodo de 2019. La cifra es más moderada que en el resto de Balears, donde los porcentajes de la caída de ventas se mueven en torno al 25 por ciento.

No obstante, el frenazo se ha hecho mucho más evidente en las estadísticas de mayo y junio, ya que en estos dos meses se contabilizan 148 operaciones de compraventa de viviendas en Menorca, aproximadamente la mitad de las 291 de los mismos dos meses de 2019. De hecho, en el primer tercio del año (de enero a abril) el balance era positivo respecto al anterior (612 por 577) pese a que el estado de alarma se inició a mediados de marzo. Esto sucede porque la estadística recoge la compra en el momento en que se notifica en el registro de la propiedad, lo que puede tardar un mes o incluso más desde que el acuerdo entre las partes se ha cerrado ante notario.

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El vocal en la Isla de la Asociación de Agentes Inmobiliarios de Balears, Joaquín Ferrer, explica que «el mercado no está muerto, pero va al ralentí, no hay alegría». Explica que en los meses más duros del confinamiento «apenas se movía nada», a lo que se unía el hecho que trámites burocráticos como la obtención de una cédula de habitabilidad se volvieron más complejos y lentos. «Todo era más complicado». Ahora, no obstante, «sí se ve interés, con contactos iniciados, pero se nota que hay menos gente en la Isla», concluye Ferrer.
Roser Villalonga, de Fincas Faro, apunta también al factor turístico como causa de una actividad que «ha bajado considerablemente». No obstante, el modo en que la crisis ha afectado al mercado inmobiliario es, para Villalonga, diverso: hay quien ha visto la concesión de una hipoteca frustrada por un ERTE que ha alterado su nivel de riesgo, modificaciones de los plazos del contrato de arras, y la prudencia de quien ha preferido un alquiler con opción de compra posterior o simplemente se ha echado atrás. Villalonga explica que durante el estado de alarma más duro se frenaron en seco, por ejemplo, las operaciones que requerían desplazamientos desde fuera de la Isla o las que carecían de hipoteca aprobada. Hubo parón, pero las ventas que tenían hipoteca concedida y un acuerdo previo con plazos próximos a expirar se iban formalizando poco a poco pese a las restricciones.

El cliente ha cambiado. Para Joaquín Ferrer, el británico ha pasado ser un colectivo vendedor, «antes compraban y vendían, ahora solo venden», ante las decisiones de su país. Ahora compran franceses y españoles, «hay de todo, pero algunos buscan una segunda residencia a la que poder acudir si nos vuelven a confinar».

Señala Roser Villalonga que ahora quien busca una casa tiene más claro lo que quiere y dónde, además de ser un cliente de una mayor estabilidad económica «Las prioridades también han cambiado, ahora se buscan viviendas con espacios exteriores, terrazas, patios o jardines, así como espacios anchos, luz y buena distribución, que permitan una convivencia más cómoda», comenta.