Estado del chiringuito actual de Los Bucaneros | Gemma Andreu

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La resolución de Costas sobre la concesión del chiringuito de Binibèquer, Los Bucaneros, que otorga a esta playa de Sant Lluís su peculiar estampa, sigue pendiente, con el Ayuntamiento, para sorpresa de la familia que lo ha regentado desde sus inicios hasta hoy, como competidor para gestionar este espacio.

Hasta ahora nadie de la familia que tenía la titularidad de la concesión había realizado declaraciones sobre esta situación, pero Joaquín Sanchis Moysi, a título personal y en conversación con «Es Diari», ha manifestado    la «indefensión, pena e indignación» que sienten quienes están unidos al bar de Los Bucaneros por algo más que el negocio, por los recuerdos y la historia familiar que guardan las paredes de la caseta junto al mar.

«¿Cómo es posible que el Ayuntamiento ni siquiera haya hablado con nosotros, después de años de buenas relaciones?», se pregunta el nieto de quien, en los años 60, levantó el negocio de Los Bucaneros, Juan Moysi Crespí, y biznieto de quien impulsó la construcción de la caseta en el siglo XIX, Santiago Moysi Vidal. De hecho, la edificación de la playa de Binibèquer está incluida en el Catálogo de Protección Arquitectónica y Bienes Etnológicos de Sant Lluís, en la categoría de caseta de vorera y con el nombre Sa caseta d’en Moysi.

Joaquín Sanchis Moysi junto a su abuelo Juan en 1989.

La protección ahora mismo es inexistente, ya que al estar en la zona de dominio público marítimo-terrestre y sin que se haya resuelto la autorización por parte de Costas, los antiguos concesionarios no pueden encargarse de su mantenimiento, como quisieran. El Ayuntamiento tampoco. Y nada hace prever que como bar vuelva a abrir a corto plazo.

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Recorrido legal

El nieto del fundador de Los Bucaneros lamenta el bloqueo administrativo, manifiesta su confianza en «el buen hacer de los técnicos, que actúen de manera diligente» y añade que «lo normal es que si nos deniegan la concesión, haya un recurso». A su juicio al Ayuntamiento de Sant Lluís «le ha faltado empatía» a la hora de actuar en este asunto, no entiende su postura porque defiende que a lo largo de más de 50 años la familia concesionaria ha cuidado de este patrimonio y de su entorno «con cariño», y ha cumplido con todos los requerimientos pese a estar en desacuerdo con algunos de ellos, como la retirada de las sombrillas fijas de madera y brezo que caracterizaban el establecimiento y ofrecían sombra.

Los baños –ahora inutilizados tras un incendio que el peritaje, afirma Sanchis, demostró intencionado–, se construyeron en su día de acuerdo con el Consistorio, con permiso municipal y financiados por los concesionarios.

Si la respuesta de Costas es denegatoria para la familia que ostentaba la concesión, un recurso por su parte alargaría el proceso y Los Bucaneros con toda probabilidad se quedaría otro verano cerrado. En el caso de tener una respuesta positiva, es obvio que «se tendría que ir a contrarreloj para poner todo a punto y abrir en la temporada», con esta ya iniciada.

La alcaldesa de Sant Lluís, Carol Marquès, ya anunció que si la concesión finalmente es municipal se convocaría cuanto antes un concurso para la explotación del bar al que podrían optar distintas empresas, pero un recurso ante Costas paralizaría el procedimiento, así que el verano de 2023 se presenta más incierto que nunca para el chiringuito.

Fotografía del bar muy concurrido en los años 70 | Cedida Sturla

La caseta construida por iniciativa de Santiago Moysi Vidal (1887-1952) era un lugar de encuentro familiar y de amigos hasta que en 1964 Juan Moysi Crespí instaló la famosa barra de madera y en 1968 solicitó formalmente la concesión administrativa. «No se traspasa nunca hasta que fallece mi abuelo en 1998 y la gestión pasa a su hijo Santiago», explica Joaquín Sanchis. Santiago Moysi, su tío, se encarga de Los Bucaneros hasta que ya después de la pandemia de 2020 se retira. Es en esta circunstancia cuando los concesionarios recurren de manera provisional a Bonita Menorca, la empresa de Luis Anglés. «No queríamos tener cerrado, no solo por cuestión económica, es que creíamos que no podía estar cerrado, esto es más que un negocio, hay personas que se han dejado la vida allí, un lugar familiar». Sanchis Moysi asegura que    no se quedarán de brazos cruzados si la concesión va a parar al Ayuntamiento, al que presume un interés meramente lucrativo por la explotación del bar, como se hace con otros servicios de la playa. «Si solo buscan recaudar lo explotarán empresarios con el objetivo de extraer el máximo rendimiento y al final se estropeará el lugar, perderá su esencia», defiende.

«Siento que esto es una agresión a la historia del pueblo»

Los vericuetos administrativos se entremezclan con los recuerdos. Para Joaquín Sanchis Moysi la caseta construida por su bisabuelo guarda algo más que el trajín de un bar de playa, forma parte de su anclaje emocional. Insiste en que habla por sí mismo, «no en nombre de mi familia», aunque añade, en plural, que «estamos deseando poder cuidar de esa caseta». Porque si algo molesta y entristece a los concesionarios hasta 2021 es que el deterioro haga mella en la edificación y su entorno.

«Como no tenemos la autorización no podemos ni tocarla ni impedir que vaya gente incívica y deje basura, nunca en 50 años había pasado esto y la verdad es que se nos parte el corazón», asegura. El famoso bar, estampa de Binibèquer, ha soportado muchos embates del mar, pero últimamente los golpes llegan de distintos sitios: en enero de 2020 el temporal Gloria se cebó con sus terrazas, y ese mismo año, en marzo, empezaba una pandemia que lo mantuvo cerrado ese verano. La reapertura en 2021 fue una fiesta, pero la concesión acababa ese año y empezó otro camino tortuoso, el administrativo, con una intervención municipal que no ha gustado, «siento que esto es una agresión a la historia del pueblo», reprocha este familiar.

En septiembre de 2022 un suceso, un fuego en los baños que Sanchis Moysi sostiene que no fue fortuito, empeoró la degradación de un enclave que siempre había sido paradisiaco.

Por circunstancias familiares que se remontan al tiempo de su bisabuelo, esa caseta de vorera, fue la única herencia de su abuelo Juan, quien inició el negocio junto a su mujer. «La defendió de los intereses inmobiliarios que había en la zona», explica, en una Binibèquer codiciada para el    desarrollo turístico. «Es un negocio familiar que hacen crecer mis abuelos, lo levantan y convierten la caseta en un estandarte de Menorca, porque aparecía en todos los folletos turísticos», recalca, «eso es mérito de mis abuelos y no del Ayuntamiento de Sant Lluís».