Un grupo de jóvenes que viajaban desde Alcudia, a su llegada al puerto de Ciutadella a primera hora de la mañana. | Josep Bagur Gomila

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En Ciutadella, la fiesta de Sant Joan es doble. Una tendencia que se adivina desde años atrás y que no hace más que confirmarse. Por un lado está la tradicional, la que sigue todos los protocolos; mientras que por otro lado está la de fin de curso, de la que disfrutan un buen número de jóvenes mallorquines. Así lo reconoce Jaume, de 20 años y residente en Manacor: «Venir es como una especie de recompensa, se ha convertido en algo casi como una tradición. Estas fiestas son un buen momento para desconectar y pasarlo bien con los amigos». Lo que le han comentado sus allegados ha propiciado que este año se haya animado a comprobarlo por sí mismo. El boca oreja funciona.

Una moda, no obstante, que no ven con muy buenos ojos algunos locales. «A ver si sopla un poco más de tramontana y dejan de pasar barcos», comentaba este jueves con cierta sorna un vecino que contemplaba desde el mirador el comienzo de la ajetreada jornada en el puerto de Son Blanc. En el buque que atracó a las nueve y media de la mañana desde Alcúdia viajaba Maria Magdalena, de 23 años y procedente de Muro. También es su primera vez en las fiestas de Sant Joan y lo hace siguiendo una moda que en su caso ha adoptado un poco más tarde. «La tradición es venir cuando cumples 18. Nos han dicho que está muy bien y nos hemos venido a la aventura», explica junto a un nutrido de amigas mientras esperan un taxi en la terminal portuaria. Eso sí, lo han planificado con tiempo: la reserva del alojamiento la realizaron el pasado diciembre.

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Ainhoa (17 años, Calvià) también se estrena este año en Sant Joan. «Hemos oído que las de Ciutadella son las mejores fiestas, así que habrá que verlo y comprobarlo», asegura, aunque viaja con cierta prudencia, ya que ha sido advertida de que la celebración implica algunos riesgos: «Los caballos sí, pero de lejos», de momento.

Mucho ‘debutante’ desembarcó a bordo del ‘Cecilia Payne’ de Baleària, pero también algunos veteranos como Cristina (Binisalem, 23 años), que repite por sexta vez. «Es como una rutina que hemos cogido cuando se acaba el curso; me encanta el ambiente y que sea el estreno del verano». Ella y sus amigos prefieren los bares antes que las discotecas y vivir la fiesta en las calles del centro; entre todos los actos hay uno que nunca se pierde, Els Jocs des Pla. Su amiga Neus (Lloret, 26 años) también es ‘repetidora’ y cuando se le pregunta por la creciente masificación de las fiestas reconoce que «hay tanta gente que te encuentras más mallorquines que menorquines; es fácil toparse con algún conocido».

Una baja de última hora en su grupo de amigos ha permitido a Rubén (Palma, 18 años) ocupar su plaza. El joven viaja apoyado con una muleta y es consciente de que no será del todo fácil: «Intentaré adaptarme todo lo que pueda», apunta. Desconoce la esencia de las fiestas pero sabe que «hay muchísima gente y que es muy complicado moverse por el centro de la ciudad». «Cuanta más gente, mejor», añade su compañero de viaje mientras la cola del taxi avanza muy lentamente.

El apunte

Reservas con medio año de antelación y preferencia por quedarse en la ciudad

Aunque los días fuerte de desembarco están siendo los previos a la fiesta (ayer y hoy, sobre todo), este año se ha comprobado cómo la visita de jóvenes se ha adelantado en el calendario, empezando con la celebración del Dia des Be. Los testimonios recogidos ayer en Son Blanc coinciden en una clara tendencia a planificar el viaje con mucha antelación, en torno a unos seis meses. Entre los que repiten año tras año cabe destacar también la preferencia por alojarse en la ciudad en vez en las urbanizaciones. «El tema de los taxis para volver es muy complicado», señala Cristina, una joven que está haciendo prácticas en un despacho de arquitectura técnica que calcula que las vacaciones (hasta el domingo) le costarán cerca de 900 euros. La parte más económica de la visita es el viaje, con una media de 50 euros (con descuento de residente).