Las grandes superficies han ido restando progresivamente clientes a las carnicerías más tradicionales. | Gemma Andreu

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Cuentan los más viejos del lugar que en su época de máximo esplendor, a principios de la década de los 70, llegó a haber en el entorno de la Plaça de la Llibertat de Ciutadella hasta 22 carnicerías. La hilera de negocios llegaba hasta donde está actualmente la sede del Esplai. Ahora, el panorama es bien diferente, con tan solo cinco puestos en activo y no demasiadas buenas perspectivas de futuro. No hay relevo generacional, como se ha demostrado recientemente con la jubilación de los responsables de dos negocios en la plaza.

A sus 67 años, y desde los 11 viendo la vida pasar desde el mismo mostrador, Antoni Sastre Cortés, ha sido testigo de cómo ha cambiado todo. Recuerda cómo al principio se guardaba la carne en el pozo del Seminari, la llegada del hielo para conservar el producto y finalmente la comodidad de las cámaras frigoríficas. Ha evolucionado la técnica y también el modelo de negocio, más diversificado, pero por encima de todo ha cambiado la forma de vivir y de comprar. «Está fatal la cosa», confiesa Sastre, prejubilado y sin fecha en el horizonte para el retiro. «Los supermercados han ido absorbiendo a la gente poco a poco», confiesa resignado el decano entre los carniceros de la plaza.

A unos metros de distancia trabaja otro de los veteranos del mercado, Santiago Torres Pons, que se dedica a la profesión desde los 14 años (tiene 62). «Me jubilaría ahora mismo si pudiera», confiesa. ¿Ya no es un buen negocio? «Qué va, es un desastre», añade para a continuación, como sus compañeros, recordar el daño que están haciendo a las carnicerías de la plaza la llegada masiva de los supermercados. Eso sí, como tantos otros negocios de la Isla, en verano la cosa cambia, y hay que traer carne de fuera porque la de aquí no basta, pero claro, solo son dos meses. Seguramente una de las razones por las que nadie se hace con los traspasos de los locales que acaban de quedar vacíos. «Sin el mercado del pescado al lado estaríamos acabados», sentencia. Una opinión que comparte Sastre: «Si se llevarán el pescado fresco de aquí sería el final, nadie vendría solo a comprar carne».

Entre los puestos de ambos está situado el de Jaume Torres, el más joven del gremio, pero con 32 años y tres lustros ya despachando carne. En su caso, socio de una empresa que se dedica también a la fabricación y distribución de productos, reconoce que «si dependiéramos solo de la venta directa al público no nos salvaríamos». A su juicio, sa plaça, uno de los lugares más visitados de la ciudad y con gran ambiente los sábados por la mañana, tiene la ventaja del entorno turístico, pero también el problema de que es complicado aparcar cerca. Además, «la gente cada vez tiene menos tiempo para comprar», reconoce sobre un mercado en el que es complicado ver a gente joven.

La tendencia en el mercado cotiza a la baja, sin signos claros de recuperación y con una fecha en el calendario en la que se terminan las concesiones de los puestos de titularidad municipal: finales de 2018.