Confiesa el fabricante y diseñador de la lámpara, electricista de profesión, que «me hubiera gustado tener más tiempo para recrearme», pero los plazos marcados no lo han hecho posible | JOSEP BAGUR GOMILA / J.G.

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Probablemente existan pocas personas (quizás ninguna) que sepan más de la historia del Teatre des Born que Joan Gomila, más conocido popularmente como «Gumi». Su relación con ese espacio escénico es un idilio que se prolonga en el tiempo. A punto de cumplir los 45, empezó cuando tan solo era un adolescente a «echar una mano en el teatro» con la experiencia acumulada de haber colaborado con la actividad cultural en otros escenarios de la ciudad, como los de Sant Miquel o Calós.

Su participación en la vida del Born durante los fines de semana era más que un trabajo «un hobby», reconoce Gomila, un electricista de profesión que desarrolló un especial interés por la creación y el diseño de escenarios. Así, una cosa le llevó a otra, «hasta que el mundo en torno al teatro se convirtió en una pasión», haciendo en ocasiones también funciones de tramoyista.

Por su profesión ha desarrollado la afición de restaurar lámparas antiguas. Confiesa que está muy interesado por la parte histórica de esos elementos. Relata como antes de que en 2006 se cerrara el teatro, la lámpara que había, instalada en 1990, se retiró por precaución. Algo que le abrió el camino a una idea que tenía en mente, la de diseñar una nueva luminaria que recuperara la esencia de la primera que decoró el teatro.

Un regalo con historia

Después de mucho investigar, no fue hasta 2019 cuando se puso manos a la obra con la lámpara que actualmente cuelga del teatro, su particular regalo al espacio. La labor de investigación le llevó a averiguar que la original, de estilo imperio, se había manufacturado en 1874 en la Real Fábrica de Cristales de la Granja de Segovia, fundada por Felipe V para obtener las lámparas de su palacio. Cuenta «Gumi» que todas las de las casas señoriales de Ciutadella procedían de esa factoría, y se cree que la del Born fue un regalo de un noble de la ciudad.

Así fue como el electricista se inspiró en aquel modelo de la araña de cristal, mucho más pequeño y sencillo, que funcionaba con aceite (aún no había electricidad) y que había que subir y bajar cada día para encenderla. Un diseño que posteriormente se adaptó al gas y que permaneció hasta que en la década de los 30 irrumpió el cine mudo, factor que también obligó a que dejara de funcionar el reloj de la fachada, ya que donde estaba su maquinaria se instaló la nueva sala de proyecciones.

Volviendo al que ahora es uno de los elementos más espectaculares del teatro, Gomila reconoce que si «montarla y fabricarla ha sido divertido, buscar la información y las piezas ha resultado apasionante». Estamos hablando de 9.075 cristales de diferentes tamaños (uno de ellos ámbar), todos de la Real Fábrica de Segovia. El elemento, con 2,90 metros de diámetro y 2,80 de altura, pesa 260 kilos y tiene 110 bombillas. En resumen, en la actualidad es la lámpara más grande de Balears entre las de su estilo.

Explica el fabricante que «quería conseguir un elemento que diera la sensación de que había estado ahí toda la vida, que evocara la época en la que se construyó el teatro». Un edificio sobre el que ha logrado reunir un amplísimo dossier fruto de las investigaciones que ha llevado a cabo (más allá de la lámpara), documentación a la que quiere dar forma de libro, no con la intención de publicarlo si no con el objetivo de que «ese material no se pierda».