Diego Gil, investigador de ecología evolutiva del Museo Nacional de Ciencias Naturales | David Arquimbau Sintes/EFE

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La expansión de las ciudades ha obligado a algunas aves a adaptarse al entorno urbano y modificar su alimentación, canto e incluso personalidad, de manera que especies como las palomas, gorriones o golondrinas son «más atrevidas» que sus parientes silvestres.

Así lo ha afirmado en una entrevista con EFE el investigador de ecología evolutiva del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN), Diego Gil, que participa en el XXV Congreso Español de Ornitología en Menorca y que ha constatado que las aves que se han adaptado a vivir en ciudad tienen «menos miedo al riesgo» y «se atreven a probar nuevas formas de alimentos así como a acercarse a los hombres».

En el extremo contrario, Gil ha certificado que los pájaros que no han abandonado sus entornos naturales se muestran «más tímidos o cautos» ante la presencia humana.

La razón principal es la alimentación, ya que los alimentos que encuentran las aves en el bosque de asfalto y hormigón no son los mismos que los que les ofrece el bosque de árboles y matorrales.

«Solamente aquéllas que encuentran comida parecida en la ciudad y fuera de ella consiguen pasar el filtro» de mudarse a la urbe y, de hecho, las que practican una dieta omnívora se han adaptado mejor que las carnívoras o las que comen fruta.

Un factor que ha favorecido a unas especies sobre otras a la hora de encontrar comida con éxito es la capacidad cognitiva: cuanto mayor es, es decir «las que tienen más tamaño de cerebro», mejor se adaptan, ya que pierden el miedo al ser humano «al haber aprendido que nosotros no somos un depredador potencial» para ellas, ha afirmado Gil.

Otra característica peculiar de los pájaros que habitan en un entorno urbano es que con el paso del tiempo aprenden a modificar su canto para que sea eficiente, debido a «los altos niveles de ruido».

«Estos animales se comunican mediante su canto, por lo que han aumentado la frecuencia» del mismo de tal forma que «sube en altitud y suena más agudo», con el objetivo de «evitar el enmascaramiento» producido por el ruido de fondo de la ciudad, un entorno bastante más ruidoso que el natural.

También han adaptado sus horarios de acuerdo con las necesidades urbanas, como sucede por ejemplo con las aves que viven en los alrededores del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, que «han adelantado su horas de canto para anticiparse a una parte del tráfico aéreo».

Además, buscan «ramas más altas en los árboles» en comparación con las que escogerían si vivieran en el campo, con el fin de evitar la presencia de gatos que, para ellas, «son importantes depredadores y para evitarlos tienen que ascender en altura».

Como parte de su proceso de adaptación, los pájaros urbanos han tenido que buscar nuevos tipos de hogares y, así, la golondrina común, que «antiguamente vivía dentro de las cuevas de montaña», ahora busca las «cuevas artificiales» construidas por el ser humano como los garajes, aleros y cornisas, que le permiten «disfrutar de este recurso cubierto, cerrado y protegido».

En cuanto a las palomas, Gil afirma que «ahora es casi imposible encontrar ejemplares de la especie original», que vivía en los roquedos de las montañas, mientras que los ejemplares actuales se han visto forzados a «conquistar el medio urbano que para ellas representa una especie de copia de lo que era el medio natural».

Otros ejemplos de aves urbanas son los gorriones, las urracas o la cotorra argentina, si bien esta última es una especie invasora.

Gil considera que estos animales forman ya parte indisoluble de los paisajes urbanos, donde su presencia «aumenta el bienestar de los habitantes».