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La de ayer fue una fiesta reivindicativa, bien programada por el Menorca Bàsquet para que su tercer ascenso tenga la repercusión apropiada que active soluciones en el Govern Balear. El discurso del presidente, conciso pero firme, fue una muestra elocuente, tanto como el deseo expresado de convertir a la Isla, de nuevo, en un territorio ACB.

Fueron los jugadores los grandes protagonistas, antes durante y después, de una celebración que hay que dimensionar en el escenario actual. Con la que está cayendo y el desconocimiento ante el futuro del club no hay demasiados factores que inviten a desatar la euforia. Poco que ver, por tanto, con aquella manifestación de fervor menorquinista que vivió la misma plaza del Ayuntamiento hace siete años o hace dos en los ascensos anteriores.

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Pese a todo la respuesta de los aficionados resultó de lo más destacable. No es sencillo reunir alrededor de un millar de personas como volvió a hacer ayer el Menorca. El estado animoso de los profesionales, que llegaron a la Plaza tras un almuerzo de hermandad en el que no hubo restricciones, contribuyó a mejorar la temperatura ambiente del marco festivo y permitió demostrar, una vez más, la capacidad de concentración del primer club de la Isla que debería seguir siéndolo en función de sus méritos deportivos.

A partir de ahora se inicia la carrera contrarreloj que determinará primero, su subsistencia o no, y segundo, si ésta es posible, el retorno a la ACB.