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El tiempo pasa y cambia el presente, tanto de las personas como del paisaje que nos acompaña. Dejando de lado el aspecto humano, hoy quiero centrarme en la vida de los edificios que han perdido la utilidad para la que fueron creados. Por citar solamente dos ejemplos, está el patrimonio militar o las fábricas que han pasado a ser una muestra de la arqueología industrial. Así, mientras las piedras caen de un lado, el pueblo y los inversores reclaman espacios para responder a las nuevas necesidades que se van creando en los diferentes ámbitos sociales, económicos, culturales o de servicios públicos.

Dicho lo anterior, se suele plantear dos opciones. Reconvertir espacios en desuso (lo que supone una rehabilitación) o partir de cero y levantar construcciones adecuadas al proyecto que se quiere desarrollar.

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En una isla, en la que el territorio es un bien escaso, la tendencia normal tendría que ser aprovechar lo que hay. En este sentido, hay bastantes ejemplos que han dado un buen resultado (casas señoriales o llocs reconvertidos en establecimientos hoteleros, mercados como el Claustre del Carme de Maó, los cuarteles de Es Mercadal que han pasado a ser un recinto ferial...). Pero también existen mamotretos olvidados porque no se sabe qué hacer con ellos (léase el antiguo hospital Verge del Toro).

Además, no todo sirve para albergar cualquier uso. Y esto nos lleva a los faros, concretamente al de Favàritx. En primer lugar, la propuesta de dedicar estas instalaciones a un uso hotelero o de restauración debe ajustarse a la normativa vigente. Por otra parte, cabe preguntarse si el plan de negocio propuesto chirría con el entorno.

Y así estamos, en un dilema entre lo viejo y lo nuevo. Lo que no hay que perder es la perspectiva y evitar apostar con cartas marcadas que pueden llevarnos a un futuro efímero.