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Tengo un buen amigo -quizás el mejor- que se resiste a las redes sociales y abomina del whatsApp. Director editorial de una multinacional con sede en Girona es el único del grupo de colegas de toda la vida que no tiene friesbu, como le llama jocosamente a la red social por excelencia, y todavía ninguno de nosotros hemos sido capaces de convencerle para que se descargue la aplicación de móvil que nos mantiene conectados en todo momento.

No es un ser extraño, créanme. Al contrario, pese a ser un apasionado del fútbol está al cabo de todo, ya sea política, deporte, sociedad o cultura, sin necesidad de husmear en la vida que muchos publicitan en la red o estar sometido a la tiranía de los mensajes grupales que bombardean el smartphone, en muchas ocasiones, sin ningún motivo. Tampoco ha necesitado jamás un chat para trabajarse un ligue. Es un hombre de trato franco y directo, de principios innegociables.

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El método que aplica para mantenerse permanentemente en la onda de la actualidad es simple pero eficaz:devora un par de periódicos -de papel- a diario, escucha, es un observador empedernido, hace un uso eficaz de las posibilidades de internet para buscar la información que precisa en cada momento, y antes, cuando tenía ocasión, pisaba la calle para la conquista del sexo opuesto.

Hoy no debe haber muchas personas como él pero seguramente sería terapeútico para todos, especialmente para los más jóvenes, aplicar su método, al menos durante un tiempo. Los beneficios se antojan interesantes porque las horas invertidas en el móvil o el facebook podríamos emplearlas en cuestiones más productivas como la lectura, por ejemplo, una buena conversación cara a cara o una conquista a alguien del sexo opuesto a partir de la seducción directa, sin pantallas ni teclas de por medio.