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A estas alturas, la infancia queda como una etapa pretérita, casi perdida en el tiempo. Era aquella época en la que, en uno u otro momento, sentimos cierta atracción por el espectáculo circense.

En uno de esos vagos recuerdos conservo una sesión multitudinaria en la plaza Monumental de Barcelona, donde me llevaron mis padres para ver a la que era célebre trapecista, Pinito del Oro. Desde entonces las visitas al mundo de la carpa se han limitado a las ocasiones en las que acompañé a mis hijas, que no han sido muchas, porque tampoco se trata de una oferta de ocio habitual en la Isla.

En todo caso, no es un espectáculo gratificante, en parte, porque uno ha aprendido a ser más sensible con el maltrato animal y los animales son un componente fundamental del circo.

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Pero hete aquí que la perfomance del pasado miércoles en la constitución de las Cortes derivó hacia el 'maravilloso mundo del circo' a partir de la actuación que ejecutaron algunos de los diputados de las nuevas formaciones de la izquierda radical.

Autodenominados hacedores de la nueva política, será que ésta también incluye perfiles, cuanto menos discutibles en ese ámbito en cuanto a su estilismo, bravatas, promesas a la carta, mujeres con bebé a cuestas ocupando el escaño, o la llegada al Congreso como si del pelotón de la Vuelta a España se tratara.

Aquél circo al que me llevaron mis padres una vez en los 70 seguro que tuvo un coste notable para sus bolsillos por la fama de Pinito del Oro. Pero valiera o no la pena el abono de la entrada, fue una decisión voluntaria. No lo es que las personas que representan al resto de ciudadanos payaseen en el epicentro de la política nacional amparados en consignas accesorias e innecesarias. Yo no quiero pagar ni un euro para esta clase de circo y lo malo es que nos lo están cobrando a todos.