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Los músicos de Sabina volvieron a Menorca, cuatro años después, reforzados con la voz prodigiosa y altiva de Mara Barros, pero, tras una veintena larga de canciones, tres bises y más de dos horas de espectáculo, seguimos añorando al maestro. Es lo que ocurre con este tipo de conciertos. Los músicos del escenario interpretan los temas conocidos a su manera, e incluso a veces les dan la vuelta hasta límites poco reconocibles pero, por elogiable que resulte su ejecución, ninguno nos entusiasma tanto como el original.

A la Noche Sabinera le faltó precisamente eso, Sabina o, al menos su voz canalla, el tono ronco y chulesco con el que se planta ante el público. Pancho Varona es un genio que ha compuesto varios de sus temas más preciados, un 'hermano' que le acompaña desde los tiempos ochenteros de Viceversa, y el artífice de que este espectáculo que ya se ha visto hasta en Sudamérica gire de nuevo por 26 ciudades españolas, entre ellas Ciutadella, hasta fin de año. Pero la noche del viernes aportó la voz más monótona e ininteligible del fiasco acústico que es esta Sala Multifuncional, contraindicada para oídos exigentes, a los que chirriaron los acoples iniciales y hasta la alarma del recinto que saltó, inesperadamente, con el penúltimo bis en marcha.

Más desenvuelto al piano y, sobre todo, en la voz, Antonio García de Diego le puso alma, y Mara Barros lo remachó a lo Ana Belén, ya fuera «A la sombra de un ciprés» o entonando el «Y sin embargo te quiero». Fue el momento álgido de la velada que, pese a haber empezado demasiado fría y sin apenas respuesta por parte del público, se calentó cuando el trío dio paso al karaoke colectivo con el que suele rematar las actuaciones de esta gira.

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Entre los cinco espontáneos que intentaron emular a Sabina, todos con buen nivel, destacó sobremanera el primero, un chaval llamado Dani Juanico, que le dio un toque muy suyo al «Princesa» de toda la vida. Aunque los músicos le echaron «huevos», y alardearon de ello -en alusión al shaker con forma de tal que acompaña a la percusión, nadie más volvió a arrancar un aplauso tan entusiasta.

En definitiva, de eso se trataba. El público, poco acostumbrado a este tipo de eventos, marchó satisfecho, al igual que Bep Marquès, al que esta vez aplaudieron los espectadores sin necesidad de que saltara a cantar. Y eso que, como promotor del recital, habría hecho justicia a la ilusión y el empeño que siempre pone en todos sus proyectos.

De ahora en adelante, urge mejorar, en la medida de lo posible, la sonoridad de la sala pero, sobre todo, ayudar a quienes programen conciertos de este corte. Y si no da para contratar al Sabina de turno, no problem, nos lo inventamos...