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Los que llevamos tiempo en el voluntariado de s'Illa del Rei, sabemos muy bien lo que significa y cuales son las consecuencias de una propuesta de colaboración sugerida por el presidente de la Fundación.

Escribo estas líneas con todo el cariño y el respeto que hemos desarrollado entre nosotros, en estos años de estrecha colaboración en la tarea de llevar a buen puerto la recuperación del hospital naval construido por los ingleses en 1711. Una joya arquitectónica y una parte fundamental de la historia de Menorca, en todo caso de la historia moderna de la isla.

Se ha escrito mucho sobre la génesis de este proyecto de restauración y de cómo un reducido y muy heterogéneo grupo de personas, de lo que ahora a menudo se llama sociedad civil, ha podido hacer para vencer la desidia de sucesivas administraciones pasadas y ofrecer a los menorquines y a sus visitantes, un lugar que permita hacer un recorrido por los últimos 14 o 15 siglos de nuestra historia. Es también una historia de liderazgo muy especial y, a veces, debatido.

La pandemia provoca a menudo en las personas, entre muchas otras cosas positivas, un ansia de colaboración y un número de horas a disposición para trabajos que de otra forma nunca encuentran el tiempo para ser llevados a cabo.

Dentro del impresionante legado del doctor Juan Camps, contemporáneo de Mateu Orfila, recibimos un tratado de oftalmología del siglo XVIII, firmado por un tal John Taylor, desconocido para muchos de nosotros, pero que era el oftalmólogo del Rey Jorge II.

Como parte de las actividades de la Fundación, alguien propuso que seria interesante la tarea de traducir esta obra. Como se suele ser el caso entre los voluntarios, se encontraron tras algunas rondas, los suficientes para iniciar el trabajo.

Y como acostumbramos a hacer en s'Illa del Rei, nos distribuimos el trabajo y nos lanzamos a ello con toda la energía de la que somos capaces.

Pocos meses después y tras 23 capítulos de esta obra, descubriamos a un charlatán oftalmólogo ingles, o como se llamara en esa época, en la que los conocimientos en este campo eran limitados, que escribía en un inglés antiguo, con grafía algo diferente de la actual y que describía operaciones y tratamientos que realizaba "in vivo" o sea a lo bestia en sus pacientes. Tras cada operación se recreaba en auto alabanzas, alimentando así su inmenso ego.

Descubríamos también -gracias Internet- que había tenido una cierta fama en Europa y que había tratado a gente de alta alcurnia, algunos de los cuales quedaron algo afectados por sus operaciones. Bach y Händel fueron algunos de los más famosos a los que dejo ciegos intentando eliminar unas cataratas.

Era también un nómada itinerante que se movía por Europa, no como los que ahora gracias a Internet y el teletrabajo, pueden acomodarse a lugares lejanos a su sede física de trabajo, sino que para evitar los problemas del "día después" de sus operaciones, normalmente importantes. Así evitaba las reclamaciones y dejaba la responsabilidad en otras manos, a las que siempre podía culpar del mal seguimiento de la recuperación. Me suena esta forma de hacer, y con esto de la pandemia, todavía más.

Hasta ahí, pues normal, cosas de la vida. Aprendimos, cada uno de la docena larga de traductores, muchas cosas sobre operaciones e historia de la oftalmología, términos antiguos que nos sonaban a latinajos, que nos obligaban a rebuscar en diccionarios y encontramos términos intraducibles así como una forma de escribir muy diferente de la nuestra actual, con frases kilométricas, sin comas, con algún punto y coma salteado, resultando en párrafos imposibles.

Cada uno de nosotros hizo su trabajo con mejor o menor suerte, pero todos con la buena voluntad que nos caracteriza y al final el trabajo resultado quedo aparcado en un cajón virtual.

Llegó la primera ola de la pandemia y la disponibilidad de la que hablábamos anteriormente.

Y en s'Illa del Rei, si preguntas…date por muerto.

Cometí el "error" de preguntar y como podía suponer, me tocó el premio ¡ Tan inteligente que parecía el muchacho…!

Bueno, estaba confinado, tenia tiempo y a ello me lancé.

12 traductores, 12 métodos, 12 criterios, 12 tipos de letra, 12 tamaños, 12, 12, 12 de todo. ¡La locura total!

Pero como todo en la vida, hay que ponerse a ello y poco a poco, las cosas se hacen. Gracias a la colaboración de algunos voluntarios, en especial la de José María Vizcaíno, logramos armonizar los tipos y formatos, pegar, limpiar los textos y darle algo de sentido a 23 capítulos que se resistían como leones a ser ensamblados y formateados.

Incluso me sirvió para aprender detalles de Word que no había nunca imaginado podrían estar por ahí, escondidos entre las pestañas…

La lectura final es realmente interesante, por decirlo de alguna manera, ya que los comentarios del Chevalier John Taylor sobre su trabajo y el de los que le precedieron, son jugosos, a veces políticamente incorrectos, cosa que no parecía preocupar al Chevalier.

Si bien, como decía, la lectura puede parecer en ciertos capítulos interesante y incluso apasionante por los "innovadores" métodos, algo sangrientos y ciertamente invasivos como se dice ahora, el bloque es verdaderamente difícil de digerir para un lego en la materia.

El debate actual es como presentar este trabajo, como hacerlo atractivo para un lector no profesional, que esté simplemente interesado en la historia y en la evolución técnica de esta especialidad de la medicina.

¡Menos mal que no existía Tweeter en aquellos tiempos…a lo mejor le habrían cortado el hilo o anulado su cuenta, como a uno muy famoso que todos conocemos!

En ello estamos…

Alfredo Fenollosa Domènech

Ingeniero Agrónomo