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El ajustar es ceñir una situación anterior a la realidad presente. Ajustar es la palabra de moda entre los políticos. Hablan y hablan de los ajustes necesarios en todo tipo de ámbitos, presupuestos o salarios. En los dos últimos años, los ciudadanos sufrimos muchos de ellos, tanto sociales como económicos. A la baja, en nuestros salarios y derechos. Al alza, en nuestros impuestos y  deudas.

Nos adoctrinan para ser pragmáticos, para que aceptemos la realidad del camino a la salvación de no sé sabe qué o quienes. Hay que expiar los pecados económicos cometidos, aunque sean cometidos por otros. Así hablan los mismos que precisamente nos imponen los ajustes, llenándose la boca al invocar la necesaria aceptación de la realidad imperante y sus consecuencias.

Vislumbrar la realidad y ajustar, qué noble misión. Pero qué innoble cuando solo se vislumbra en casa ajena. Cuando la paja está siempre en el ojo del vecino.

Voy a dejarme de rodeos e ir directamente al grano. En España tenemos 350 diputados, 208 senadores y un presupuesto para mantenerlos, de 117 millones de euros anuales, o sea, 25 mil millones de las antiguas pesetas. Un pastón. En total 558 autómatas que se limitan a figurar, pero sobre todo a su importante misión como tales, apretar el botón que les ordena su partido. Un auténtico desajuste.

Vislumbrar la realidad, digo yo, también es eso, y además una realidad muy ajustable. Pues, díganme si no seria mucho más ajustado a la realidad, -que con tanto autómata existente y lo caro que resulta mantenerlos- hubiera un solo diputado o senador, por partido. El resultado de la votación de las propuestas, por sus señorías, seguiría siendo el mismo, con menos botones y menos sillones, aunque de esta manera habríamos hecho un ajuste considerable de dinero, ahorrando en un gasto inútil.

Los partidos políticos, en su afán de autoprotección, se encuentran muy cómodos infrautilizando la democracia con el sistema de listas cerradas establecido en España, ya que  en ellas la fidelidad del voto del candidato se debe al partido que lo elige, y que a la postre, le permite vivir tan ricamente apretando el botón cuando y cómo le mandan.
Y como de ajustes hablamos, ajustarse a la realidad sería alejarnos de esta especie de democracia infantiloide tutelada, y acercarnos a una democracia consolidada, como ya es la nuestra en España, adoptando el sistema de listas abiertas. En ellas,  el candidato debe su elección a los votos recibidos directos de sus conciudadanos, y por tanto, a ellos les debe su fidelidad, si quiere volver a salir reelegido Así ocurre, por ejemplo, en un parlamento con pedigrí democrático como es el inglés.

De adoptarlo en nuestras Cámaras,  dejaría de practicarse el automatismo pseudodemocrático actual. Nuestros representantes políticos, serian ciertamente nuestros representantes políticos. Diputados y senadores podrían votar las propuestas presentadas con libertad al margen de las directrices de sus partidos. La democracia sería más directa y representativa, más real. Mejor, en una palabra.

Solo entonces, con listas abiertas, se podría llegar a pensar que ese oneroso gasto que generan nuestros diputados y senadores, de 117 millones de euros anuales, tiene una cierta  lógica y necesaria razón de ser. Tomen nota los señores ajustadores, que los ciudadanos estamos ansiosos esperando el momento de ajustarles las cuentas, dependiendo de lo que ajusten o desajusten.