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La dura imagen del cuerpo del pequeño Aylan, de apenas tres años, varado en una playa de Bodrum (Turquía) constituye un aldabonazo sobre la magnitud de la tragedia de la inmigración en Europa, provocada por los miles de sirios que huyen del conflicto armado en su país y del horror que impone el yihadismo del Estado Islámico.

La solidaridad ciudadana se ha adelantado a la habitual frialdad institucional, aunque en esta ocasión la reacción se ha iniciado desde los ayuntamiento al Gobierno, que ayer anunció la creación de una comisión interministerial para su coordinación con las autonomías. En Menorca, el Consell anunció la creación de una red insular de pueblos-refugio para acoger exiliados. Han sido los ciudadanos quien se ha movilizado para reclamar medidas que palien este drama humano. El mar se ha convertido en un inmenso cementerio para quienes huyen del hambre y la guerra. España ha de ser capaz de organizar planes de ayuda que den respuesta a las necesidades de estos miles de refugiados. Debemos corresponder a la solidaridad que obtuvimos cuando eran los españoles quienes protagonizaban la emigración económica y política.