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Las personas de cierta edad que me honran leyéndome, se recordarán que antes era costumbre de ponerle a los recién nacidos un santo del día en que la criatura había llegado a este mundo. Por esa razón algunas personas tienen un nombre, sobre todo por los pueblos del centro de la península, muy poco frecuente. Fíjense que dando yo una ojeada al santoral, nada más que en los primeros 15 días del mes de enero, he ido esmotando o recopilando los siguientes nombres que me han parecido de uso infrecuente: día 1 de enero, Produberto, Almaquio, Concordio; día 2, Siridión, Acucio; día 3, Zósino, Primo, Teopento; día 4, Marciano, Quinto, Mayulo; día 5, Sincletica, Omulfo; día 6, Liceria, Milamón; día 7, Nicelas, Macra; día 8, Paciente, Erardo; día 9, Marciana, Revocato, Marcianila, Epícteto, Jacondo, Pusilana, Favila (un rey asturiano se llamaba Favila y se lo comió, cerca de Cangas de Oís, un oso, por eso se dice cuando se tiene prisa: "espabila Favila que viene el oso"); día 10, Agatón, Patronio, Marciano–pb, Urcéolo; día 11, Polemón, Leucio, Honorata; día 12, Taciana, Sátiro, Zótico, Rogato, Tigrio, Eutropio, Aelrecto; día 13, Servideo, Hermilo, Estratónico, Glafira; día 14, Eufrasio, Macrina, Prisco, Engelmaro; día 15, Torsicia, Macario, Miqueas, Habacuc y Efigio.


La mayoría de estos nombres han dejado de usarse, costaría mucho encontrar quien lo ostentase en su DNI. Sin embrago, no siempre se tenía para toda la vida un nombre raro por haberlo elegido los padres en el santoral. Toda vez que el común de las gentes de los pueblos castellanos, de más trabajo tenían con sacarle a la tierra improductiva y con una climatología hostil, cosecha para la subsistencia, como para encima tener que andar sabiéndose los santos del día. De tal suerte, que solían ser los curas de pueblo o rurales los que socorrían aquellas naturales ignorancias. El sacerdote ya procuraba elegir entre los santos del día un nombre que no fuera muy arriesgado, de manera que por eso libraban con bien la chiquillería de tener un nombre lo más normalito posible. Aunque a veces el nombre extraño provenía de una cabezonería paterna, antiguamente había gente que no se apeaba del burro ni a la de tres. Y así conozco un paisano, que el hombre nació hombre y no mujer como había sido el deseo de sus padres, que ya antes de concebir la madre, le tenían el nombre de Magdalena destinado. Pues tenía que ser niña, y venga de Magdalena viene y de Magdalena va... Y por fin llegó el día que entre gritos y sofocos, la madre alumbró un rollizo niño, y no una niña como debió de haber parido. ¿¿¿Niñooooooooooo???, dijo el padre. Pues no va a llamarse Magdalena, balbuceó la dolorida madre. Magdalena no, pero Magdaleno sí, dijo el padre. Y ahí está, 70 años más tarde que lleva el hombre llamándose Magdaleno. Por cierto, una de las mejores personas con las que la vida me ha puesto en contacto.


No quiero dejar de decirles que me ha sorprendido ver que el día 4 de enero es san Marciano, y el día 9 santa Marciana. Yo tuve durante años un compañero de trabajo que se llamaba, y seguramente seguirá llamándose, Marciano, de manera que solía yo gastar la broma de decir que trabajaba con un marciano... y era verdad. Pero déjenme en tono coloquial que la líe un poco. Se me ocurre, si un marciano se casa con una marciana, sus hijos serán... exactamente.
En fin, no sé qué es mejor o peor, si aquellos nombres o estos que ahora les ponen a los hijos porque lo han escuchado en una telenovela, casi siempre de allende nuestras fronteras, y es que una cosa era la costumbre, y otra muy distinta es el buen o el mal gusto.