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No sé con exactitud cuántos pueblos han presentado su oferta para que instalen en su término el silo de residuos nucleares. Dejé de anotarlos cuando se ofreció el pueblo número trece, un número por cierto, para muchos, de mal agüero, pero que para este caso tan poco amable como es el asunto que estoy tratando, no puede este número ser premonitorio de males mayores por venir para el pueblo que se ofreció, como Yebra en primer lugar o como el que corresponde en la cola de pueblos necesitados con el número trece. Los presumibles males no serán por el número trece, sino por lo que significa en sí misma la basura nuclear.

No deja de ser llamativo que todos los pueblos que aspiran a tener basura radioactiva almacenada en su término sean pueblos pequeños y de escasos recursos económicos. Salvadas sean todas las distancias, me viene a la memoria aquel desesperado, que pasa tantas fatigas económicas que ni siquiera piensa en qué hora es para desayunar, almorzara o cenar. A él el hambre no le azuza el estómago a horas preconcebidas y de poder comer, comerá cuando tenga comida, sea la hora que sea. A uno de esos desesperados se le ocurrió intentar vender un riñón para que le dieran unos euros para no morir de inanición, pero no porque con un riñón se esté mejor que con los dos: Congosto de Valdavia, Melgar de Arriba, Lomas de Campo, Santervas de Campos, Santiuste de San Juan Bautista, Torrubia, Ascó, Albalá, Villar del Pozo, Villar de Cañas, Campo de San Pedro, o la ya nombrada Yebra, están infinitamente mejor, o por lo menos más seguros sin una escombrera nuclear cerca de sus casas que con ella. Pero como el que puso un riñón en venta cuando la necesidad es pequeña, no puede ser pequeño lo que la socorra.

El gobierno ha puesto una subasta nuclear en marcha para que pujen los candidatos, porque el contrato que tiene con Francia termina el año que viene, avisando de que la basura nuclear que tiene en su territorio, procedente de Vandellós I, que fueron mandados al país vecino en el año 1989, deben volver a España so pena de pagar a partir del 2011 nada más y nada menos que 60.000 euros diarios, 10 millones de las antiguas pesetas. Y claro, ha pasado lo que tenía que pasar, que a pesar del peligroso almacenaje, han optado por él los pueblos que saben de crisis crónicas, los pueblos que están de acuerdo en lo que dijo el torero: "más cornadas que el toro da el hambre". Lo que no ha dicho el gobierno, bueno, ni el gobierno ni nadie, es que los residuos nucleares no van a caer del cielo en el silo, esté éste donde esté. Los peligrosos residuos viajarán en camiones por carretera, de manera que seguramente por una carretera comarcal, que llevará hasta el silo nuclear, atravesarán los camiones por mitad del casco urbano de más de un pueblo. Pueblos que estarán expuestos a un tráfico que llevará una carga mortífera. He pasado varias veces por delante del Camping de los Alfaques (Tarragona), donde un camión cisterna con una peligrosísima carga causó hace unos años una verdadera masacre. Además, los pueblos vecinos que no verán ni un euro por tener un almacén nuclear en su término, pasarán parecidos peligros porque una catástrofe por contaminación nuclear no se circunscribe al perímetro de donde sucede.

El problema de las centrales nucleares es tan grande como el peligro potencial que representan y no sólo cuando están funcionando, sino centenares de años después de ya no ser útiles. Ahora se ha empezado a desmantelar la vieja central nuclear de Zorita, después de 50 años de funcionamiento. Para que se hagan cargo de lo que es una central nuclear, el desmantelamiento costará más de 100 millones de euros y necesitará de seis años de un trabajo complejo, con el peligro habitual del desmantelamiento de una edificación, incrementado miles de veces por ese otro peligro, el más terrible y letal, la siempre posible contaminación nuclear.