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Cada vez que se habla de un pacto por la educación o de cambios en el sistema de enseñanza me pongo a temblar.

La propuesta actual tiene 104 puntos. Nada más y nada menos. Qué manera de perder el tiempo.

Está bien que haya foros de reflexión, que se propongan e impulsen mejoras, pero no creo que mi cuerpo pueda soportar otra vez un debate político sobre enseñanza con las banderas populistas de cada bando ondeando. Volverá a salir la libre elección de la lengua, las variantes insulares (pronto vendrán las municipales), la ñoña educación para la ciudadanía...

¡Qué hartazgo! ¡Qué inutilidad! La fórmula para mejorar la educación, señores, se basa en gran parte en una única fórmula: medios. Maestros y profesores ya saben hacer, en general, su trabajo.

Déjenlos en paz. Lo único que necesitan son colegios nuevos, especialistas, ratios más bajas.

Pero a los políticos esto no les pone. Prefieren debatir y debatir en las cámaras, enmendándose, cocinando acuerdos virtuales, aplaudiéndose y recriminándose con actitudes, precisamente, nada ejemplarizantes para los niños.

En el telediario de IB3 del martes se podía ver a los parlamentarios baleares de un grupo dando al unísono golpecitos en sus mesas para vitorear a un colega. Poco antes, otra de cómo con gran estoicismo se imparten clases en el ensardinado Conservatorio de Maó.

Lo dicho. Educar, lo que es educar, no les interesa demasiado.