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La vida me es infiel. Si no, no me lo explico. Mi vida se ha ido con otro, con un fulano de tal que quizás se parece a mí pero que no soy yo. A lo mejor es más alto, más guapo o más rubio que yo. Más simpático no creo, porque según mi madre lo soy un rato largo. Pero sí, amigo lector, mi vida me ha cambiado por Menganito y me he quedado comiéndome los mocos, que es un decir, claro.

Me imaginaba, a los 14, que mi vida a estas alturas estaría ligada con fuerza al fútbol y que en la cuenta corriente coleccionaría ceros con un uno delante. Lo que es un muchimillonario corriente hoy en día. Además, como otros ases, o asnos, del balón, sería estúpido, arrogante, prepotente y un poco 'figa flor'. Pero no, lo dicho, esa vida que planeaba se fue con otro.

A los 16, más curtido en esto de la vida y algo cansado de tanto entrenador algo cabroncete, me vi a mi mismo como abogado, médico, profesor y alguna profesión más que ahora no recuerdo o no quiero recordar. Claro que por entonces las notas académicas me apuntaban ciertas maneras como Doctor Honoris Causa en Vagancia y Mención Especial como Cara Dura. Y prometo que le puse ganas y ambición en esta faceta, lo que al final, a base de empujones y ayuditas docentes lo sacamos para adelante. Esa vida, la de una profesión seria y valorada por la sociedad, también me dejó tirado en la cuneta, a las primeras de cambio.

A los 18, con algo de pelusilla ya en la cara, con granos y adicto a internet y a sus vicios, descubrí que lo de escribir era una afición que se podía camuflar tranquilamente en una profesión y me enseñaron a ser periodista. Periolisto como me defino cuando me presentan a alguien. Que consiste, básicamente en ser una maruja chismosa con el menor número de faltas de ortografía posibles y con capacidad para sentarse delante de un ordenador y transmitir los cotilleos al lector.

A los 20, poca cosa. Barcelona y la vida de estudiante me tenía demasiado hipnotizado como para tomarme nada en serio, y a los 23 empecé a escribir esta columna. Sigo siendo una maruja pero encima estoy titulado.

Lo que quiero decir es que la vida suele ser infiel por naturaleza. La obligación reside en adaptarse a sus deslices y levantarnos si nos zancadillea. Y quién sabe, a lo mejor nos acabamos encontrando con nuestra amante perfecta.

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dgelabertpetrus@gmail.com