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A las puertas de celebrar el día del Seminario, se nos pide concienciar, a fin de que más jóvenes o adultos escuchen la llamada del Señor y sepan responder abrazando el sacerdocio ministerial. Pero, puede que surja la pregunta: ¿más sacerdotes, para qué?, ¿Qué necesidad hay hoy de presbíteros?

En un momento histórico en el que la práctica religiosa ha disminuido, de tratarse de una empresa, la solución sería inmediata: reducción de plantilla. Pero, bajo mi punto de vista, éste seria un análisis y una solución demasiado superficial del problema.

Vivimos unos tiempos concretos y, por lo tanto, el modo de vida actual es diferente a cualquier tiempo pasado. Nuestra era está determinada por el avance técnico y científico que nos ha llevado a una rápida evolución en muchos ámbitos. Pero las preguntas existenciales del hombre no encuentran la respuesta sólo en una mentalidad empírica. Puede que hayamos llegado a la luna pero aún no conocemos el camino para sabernos a nosotros mismos.
El día a día se vive velozmente y puede que aquí radique el motivo por el cual no se presta la suficiente atención al sentido de la existencia. Las preguntas ¿para que existo?, ¿qué sentido tiene la vida?, ¿quién soy y para que soy?... se ven eclipsadas por un "modus vivendi" cargado de actividades. Estar siempre en movimiento puede que sea saludable, pero ello no nos evitara los problemas de la contingencia humana que en uno u otro momento exigirán responder a lo esencial de la existencia.

Es decir, o nos paramos voluntariamente para encontrar el sentido a nuestra propia existencia, o será la propia vida la que nos situará frente al problema.
Aquí es donde quiero insertar la religión, y con ella de un modo inseparable, la figura del sacerdote. Éste, no es quien simplemente se equivoca y comete errores, como injustamente muchas veces nos trasmiten los "mas media". El sacerdote es quien intenta llenar de sentido la existencia del hombre. Es "signo" que recuerda e impregna al mundo y a la persona concreta de los valores trascendentes.

Pensemos por unos momentos en el Padre Petrus, el "Pater", quien en su contexto ayudó a los jóvenes a vivir según unos valores indispensables para la felicidad. También recordamos al Sr. Cots, quien pudiendo vivir rico vivió pobre siendo un testimonio de gratuidad evangélica. ¿Y el Sr. Valls? que dedicó gran tiempo de su existencia a acompañar a enfermos y ancianos. Puede que aparentemente, una pérdida de tiempo, ya que su nombre no apareció en grandes titulares, pero sí quedó impreso en muchos corazones. Entonces ¿dónde adquiere su nombre más valor?. ¿Y qué decir del Sr. Tutzó?, quien con su inmensa discreción hacía un trabajo de acompañamiento silencioso a fin de orientar espiritualmente a quienes a él acudían. Y podríamos seguir citando y citando, baste recordar la heroica entrega de tantos presbíteros que murieron mártires por fidelidad a Cristo y a la Iglesia
Todos estos ejemplos y muchos otros no tenían una receta mágica. La receta era bien sencilla la educación cristiana que recibieron, su fe, su oración, su ministerio sacerdotal. Todo ello les posibilitó ser como eran: hombres de Dios y hombres para los demás.

El sacerdote es signo, en nuestro mundo, del Dios vivo. Es el que nos recuerda con sus 24 horas diarias, que nuestra vida tiene sentido, que vale la pena, que existe una meta. El sacerdote es quien ofrece el agua que sacia la sed a creyentes y no creyentes. El sacerdote es el aliento para los que se ahogan y el cayado para los cansados. Con él tenemos quien nos hable del amor incondicional, del ser hermanos, del apoyarnos unos a otros. Muchos lo han intentado con ideas y han fracasado, puede que ellos con la fe lo hayan conseguido.

Sigo pensando que faltan personas que amen a Dios y en consecuencia al mundo, y por amor se dediquen a él hasta sus más profundas necesidades. Ante la pregunta sobre la existencia, bien se hacen necesarios hombres que ayuden a responderla, razón más que suficiente para orar y trabajar por las vocaciones al sacerdocio ministerial en este día del Seminario y siempre.