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Se reunieron, durante la Semana Santa, unos cuantos creyentes, para compartir sus pensamientos y rezar sus oraciones. Se sentían hombres de poca fe, así que plantearon el tema, para que cada uno pudiese dar su opinión al respecto.

- "Siempre creemos en algo - dijo uno de ellos, que parecía el más racionalista - Siendo, como somos, limitados en conocimientos, suplimos la falta de información con la fe en aquello que está más allá de lo empírico y demostrable".

- "A veces, decimos que hemos perdido la fe, cuando en realidad, la hemos substituido por otra. Porque lo opuesto a la fe, es la duda. Y el sentimiento de duda, nos impulsa a buscar respuestas, certezas, seguridades. No estar seguro, no saber qué pensar o qué decir, puede ser terrible. Eso conduce a no saber qué hacer, y entonces vamos a la deriva. Empieza el hundimiento". Quien así hablaba, era una mujer a la que parecía haberle ocurrido una desgracia. Todos imaginaron que lo decía por propia experiencia.

- "Las vivencias que tenemos, son las que definen nuestras convicciones. Hay mucho de sentimental y algo de racional. Pero lo social, suele tener una gran influencia. Nos dicen en qué debemos creer y lo que es incompatible con esa creencia. Seguimos modelos a los que imitar, y hay creencias mal vistas, en un momento dado". Ese parecía haber tenido que sufrir las burlas y la incomprensión de los demás.

El más crítico del grupo, se expresó con una cierta vehemencia: - "El mundo ha sido propenso a adorar ídolos de todo tipo. Además del de siempre: el dinero, que de medio para vivir pasa a considerarse un fin en sí mismo. Se convierte en el objetivo último y superior, para algunos".

Finalmente, el más tímido se decidió a hablar y dijo: - "Debemos admirar los logros en el conocimiento científico, el empeño en ampliar los límites de nuestro saber, las maravillosas aplicaciones prácticas de la técnica y los avances materiales que podemos conseguir entre todos los seres humanos. Pero eso no excluye nuestra necesidad de creer. Porque para los creyentes, la realidad va más allá de lo visible. Los ojos son humanos y solamente pueden ver lo humano. Lo divino no es algo que se pueda ver ni oler ni tocar... se necesita confiar para que aparezca. Una realidad de la que formamos parte, y que percibiremos sólo si salimos de la soledad de estar encerrados en nosotros mismos.

Una realidad que puede verse como una misma e indivisible moneda. Donde la vida es la cara, y la muerte es la cruz".