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Hace dos años, a mediados de abril de 2008, Benedicto XVI realizaba una visita pastoral a la Iglesia Católica de los Estados Unidos de América. Era en la tercera y cuarta semana pascual, puesto que en ese año la Pascua se había celebrado el 23 de marzo, una de las fechas más adelantadas en que puede ocurrir esta festividad. Eran días en los que la luz de primavera empezaba a brillar con una prometedora intensidad. En la neogótica catedral católica de Nueva York el Santo Padre dirigía a los fieles luminosas enseñanzas y consideraciones.

Partiendo de los textos litúrgicos del domingo cuarto de Pascua el Papa ofrecía un mensaje de esperanza, que proviene de Dios y que «hace nacer incesantemente la vida nueva en la obra de la creación y redención». Después exponía la riqueza de estos dones divinos, tomando pie de la belleza y del significado profundo de la maravillosa catedral de San Patricio, y comentando sus características decía: «El primer aspecto se refiere a los ventanales con vidrieras historiadas que inundan el ambiente interior con una luz mística. Vistos desde fuera, estos ventanales parecen oscuros, recargados y hasta lúgubres. Pero cuando se entra en el templo, de improviso toman vida; al reflejar la luz que los atraviesa, revelan todo su esplendor». Y lo explicaba con estas palabras relativas al misterio de la Iglesia: «Solamente desde dentro, desde la experiencia de fe y de vida eclesial, es como vemos a la Iglesia tal como es verdaderamente: llena de gracia, esplendorosa por su belleza, adornada por múltiples dones del Espíritu. Una consecuencia de esto es que nosotros, que vivimos la vida de la gracia en la comunión de la Iglesia, estamos llamados a atraer dentro de este misterio de luz a toda la gente».

Después el Santo Padre continuó exponiendo simbólicamente otros elementos de la Catedral de San Patricio, como su arquitectura gótica, tan expresiva de la espiritualidad cristiana, la esbeltez de sus torres por más que las superen mucho en altura los rascacielos circundantes, y finalizaba la homilía aludiendo al misterio de la celebración eucarística y decía: «Dios está preparando también ahora un banquete de alegría y de vida infinitas para todos los pueblos».

En otras celebraciones eucarísticas en grandes estadios y en encuentros con muy diversos grupos y multitudes, Benedicto XVI abría horizontes de fe y de esperanza. En un estadio de Nueva York decía: «La libertad es un don gratuito de Dios, fruto de la conversión a su verdad, a la verdad que nos hace libres. Y dicha libertad en la verdad lleva consigo un modo nuevo y liberador de ver la realidad. Cuando nos identificamos con la mente de Cristo, se nos abren nuevos horizontes».

Los frutos de esta visita pastoral del Sucesor de san Pedro, se dice que fueron copiosos, en vocaciones al sacerdocio y en la adhesión a la Iglesia de muchas personas. Quiero ahora recordar el testimonio de su conversión al catolicismo que ha ofrecido y ha hecho público por Internet y otros medios el que fue presidente de la Cámara de Estados Unidos desde 1995 a 1999, y es también un prestigioso historiador, Newt Gingrich.

Nos da a conocer este señor cómo sus viajes culturales por Europa le fueron descubriendo los valores del catolicismo, entre los cuales recuerda expresamente a san Agustín y a santo Tomás de Aquino. Añade lo mucho que le ayudó su esposa Calista, católica practicante y miembro del coro del santuario de la Inmaculada. Él solía acompañar a su esposa en las celebraciones religiosas. «Durante nueve años -dice- vi a mi mujer comulgar y pude ver el poder de la Eucaristía en su vida».

Pero lo que le llevó a ingresar en la Iglesia fue la visita de Benedicto XVI a los Estados Unidos en 2008. Nos lo refiere así: «El Papa expresaba en sus ojos tal alegría la noche en que estuvo en la Basílica de la Inmaculada que esa misma noche le dije a Mons. Rossi: Quiero que sepa que me voy a convertir. Mi experiencia hoy me convence de que mi hogar natural está en la Iglesia».

Sin duda éste es uno de los hermosos frutos del celo pastoral del Pontífice, quien en el estadio de Nueva York había recomendado: «Esforzarse para enriquecer la sociedad y la cultura americanas con la belleza y la verdad del Evangelio, sin perder jamás de vista la gran esperanza que da sentido a todas las otras esperanzas que inspiran nuestra vida».

Es de un gran valor, incluso de cara al futuro de nuestro mundo que sufre las embestidas de una dictadura del relativismo, el testimonio y la enseñanza de Benedicto XVI, quien guía a la Iglesia con una espléndida lucidez, que el Señor le ha concedido como un don que ya brillaba en él antes de ser elegido Papa. Estos dones de la Providencia fueron ya reconocidos por su antecesor el Siervo de Dios Juan Pablo II, el cual cuando un intelectual italiano le felicitaba por su encíclica Fides et ratio, le respondió: «Es que, sabe Usted, tengo colaboradores excepcionales». Y es fácil comprender que se refería al entonces cardenal Ratzinger.

En los momentos actuales, en que sin válidas razones se ha intentado menoscabar el acierto de la línea de actuación seguida siempre, con valerosa sinceridad y delicadeza de espíritu, por Su Santidad, no podemos dejar de verle circundado de esa luz de Cristo resucitado que resplandece en Benedicto XVI, de un modo especial cuando los sufrimientos de la sagrada Pasión del Salvador se han manifestado en su persona en unas circunstancias de intensa oscuridad y de doloroso sacrificio.