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No me gustan ni un pelo los agoreros, colectivos o seres humanos que se dedican a vaticinar las más terribles calamidades a la más mínima oportunidad. En la lista están los ecologistas sin más recursos que la amenaza a largo plazo, los defensores de los autores que temen (presuntamente) quedarse sin empleo por culpa del e-mule, los agentes económicos de temporada, los xenófobos ocultos que pronostican un incremento de la delincuencia como silogismo incuestionable derivado de la crisis económica, entre otros. Pero el más terrible de todos, sin duda, es la Organización Mundial de la Salud, organismo gracias al cual vamos a tener que inventar algún modo de reconvertir el Tamiflu en combustible y las vacunas para la gripe A en insecticida ecológico para la Lymantria dispar. Pues bien, después del desastre provocado por la OMS en relación al virus porcino, el organismo no ha sido lo suficientemente prudente como para estarse callado una temporadita, sino que le ha faltado tiempo con la irrupción del volcán islandés, cuyo nombre es imposible de escribir sin copiarlo y de pronunciar en cualquier caso, para salir a decir que la nube de ceniza puede, quizá, causar daños en el aparato respiratorio en determinadas personas. Sólo quizá, pero ya lo han dicho. Una nube de cenizos, eso sí que da miedo de verdad.