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Hace unos años leí un libro con un título tan llamativo como misterioso, "Adultescentes", que se refería a esa generación de "hijos de los héroes" que se niegan a crecer y reciben las acusaciones de sus padres sesantayochistas por no tener sueños, por no comprometerse y no militar en ninguna causa, etcétera. "Son esos adultos-dice Eduardo Verdú, su autor- que, en época de glorificación de la mocedad, cremas anti arrugas, liftings, ropa juvenil, que parecen jóvenes pero no son jóvenes… Ser joven haciendo vida de adolescente es una pesadilla y ser adulto haciendo vida de joven puede resultar patético…"

De todas formas y, al igual que la adolescencia clásica, la adultescencia es transitoria y acaba con la primera hipoteca, pasada la frontera de los treinta, aunque no hay que engañarse: la madurez es dama esquiva y se escabulle toda la vida, uno mismo no ha logrado acariciarla jamás.

Me he acordado del libro porque acabo de descubrir que cuando se deja de estar en brazos de la mujer madura para pasar a los de la abuela (no más chistes, por favor), se convierte en un senectescente, es decir, en un adolescente de la senectud y, en este caso, mejor si no fuera un período transitorio, sic transit gloria mundi. Seguramente, el otro día, cuando me entrevistaba Rafa Ayala Jr. en Onda Cero con motivo de mi último libro (¡Qué impagable sensación de calor de hogar en la radio de Diana!), me di cuenta de la magnitud de la catástrofe al analizar mi espontánea y lúgubre respuesta al preguntarme Rafa por algún objetivo terminal : "Afrontar el deterioro con dignidad ", respondí, más o menos. Y aún creo recordar que añadí: "Aprender a renunciar, despedir…" Y no tenía ningún pajarraco negro anidado en mi calva. Lo juro.

Y es que ahora veo que hay muchos paralelismos entre senectescencia y adolescencia: si cuando eras mozo te salían granos y te crecía la nariz (recuerdo que estuve lustros sin ponerme de perfil ante las chicas), ahora te salen matojos de pelos de las orejas y te crece la próstata (en cuanto a los extraños fenómenos que les ocurren a las senectescentes lo dejo aquí: no quiero problemas). En fin, cuando empezaste a ser un adultescente con pasta para salir de juerga, te acostumbrabas a funcionar durmiendo cuatro o cinco horas, lo mismo que ahora en que te despiertas glorificando el prodigio de dormir cinco horas seguidas sin levantamientos ( me refiero a levantamientos para ir al baño, los otros son siempre bien recibidos, a cualquier edad).

Luego viene el día sublime de tu entrada oficial en la abuelez, semejante en emoción al día de tu primera comunión o al de tu primera penetración (del voto en la urna, no vayan a creer, que antes casi todas las penetraciones eran pecado). Aquello tan pequeño y frágil es tuyo y no lo es. Te felicitan, te auguran entrañables emociones, pero no faltan los agoreros: que si tienes por delante cuatro años de duras prácticas antes de homologar el título de abuelo, que si ya verás cuando quieras leer o escribir y la niña no te deje, que se te va a hacer madridista y te amargará los partidos de la tele, que no podrás ir al cine los fines de semana porque sus papás también querrán salir…. Pero es que además revolotean tus propios recuerdos: de un "avi" sólo recuerdo una cojera y un bastón y del otro un bigote con las puntas hacia arriba, el temor reverencial que le rodeaba y ni media caricia. Es obvio que no quieres que te recuerden así.

Seguramente me precipité en mi respuesta a Rafa sobre objetivos a estas alturas. Me acabé de dar cuenta anoche cuando observaba fascinado su plácido sueño en plena melancolía futbolística por la derrota (de la que me curó instantáneamente). A ver: Leerle cuentos, pasear con ella de Mitjana a Trebaluger por el Camí de Cavalls, prevenirla sobre fanatismos varios, fomentar su curiosidad (más que darle respuestas, que sepa hacer preguntas), apercibirla contra el culto al cuerpo y el papanatismo tecnológico, contra el consumismo desaforado… En fin, objetivos para varias décadas ¡Un brindis por la senectescencia!