Mahón 12-11-1927. A la derecha se observa a S.M. Alfonso XIII en el acto de la 1ª piedra escuela Primo de Rivera, "Sa Graduada". Archivo M.Caules

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Permítanme que una vez más les confíe mi gran amor. Mi puerto Mahón, la rada de mi ciudad, la perla más preciada, lo más hermoso, tal vez porque nací cerca de él, por ser el primer aroma con que topé. Mi padre olía a mar, siempre estuvo envuelto por aquel peculiar perfume, mezcla de algas, arena y salitre, imposible de encontrar en frasco alguno algo tan aromático y embriagador.

Precisamente, en baixamar, siendo una niña, escuché infinidad de historias que siempre guardé junto a los recuerdos que tan escrupulosamente he intentado mantener a través de mis años .

Para este lunes, disponía de sa xerradeta, pero al ver la portada del "Menorca" del viernes la fotografía de Raúl Pons, hijo de familia muy apreciada por la mía, el corazón me ha dado un vuelco, siendo imposible el desistir.

He reflexionado y, antes de empezar por el puerto, intentaré situarme en lo alto de la ciudad, para ir bajando poc a poc i en bones, hasta llegar a cala Figuera, de la cual tanto tengo por escribir y donde a buen seguro encontraré a Raúl, esposa e hijos, consternados por las leyes, tan injustamente dictadas por los hombres, en uno de aquellos magatzems de que disponían los pescadores para guardar es ormetgos, donde teñían sus redes intentando eliminar el blanco de la malla, o bien en los almacenes de los maestros de ribera, todos ellos tan frecuentados por Gori, para montar algún motor marino.

Los frecuentaban hombres provenientes de todos los estamentos, ilustres personajes, el siempre recordado y admirado Miguel Barber, Andrés Casasnovas, carreteros, cargadores de los barcos, pescadores, mariscadores, panaderos, bastaixos. El día que llegaba el buque correo, se unían al grupo camareros, el telegrafista, el ambulante de Correos...

No vayan a creer que había lleno total, no… se entraba y se salía, pero sí, se convertía en un casinet. De arreciar el mal tiempo y no se podía navegar, aquella especie de refugio resultaba ideal.

Las charlas variaban, al igual que el viento. Un dia bufava d'aquí i un altre d'allà.

Me olvidé citar a Juanito Gomila Company, hijo de don Juan Gomila Riudavets, que junto a don Guillermo Coda lograron ser destacados fabricantes de los monederos de oro y plata. Precisamente, el mayor del señor Gomila solía hablar de cuando vivía a Barcelona, sus charlas eran escuchadas con mucha atención, principalmente entre los que por no haber viajado ni tan siquiera conocían Ciutadella.

Otro de los ilustres tertulianos se llamaba Pepe Fuguet, es guapo, fue uno de los que jamás fallaban a ca s'obracoc. Todos los días bajaba, solía hacerlo con un pan que compraba a can Senyalet y el bolsillo des sau lleno de cacahuetes, recién tostados por él mismo, según hacía saber, fruto que adquiría en casa de Vicente Pons de sa Creu d'en Ramis, que tenía su comercio de cereales frente la iglesia de San Francisco.

El tal guapo, procedente de la payesía, firmaba con el dedo, cumplió el servicio militar en Cartagena, se mareaba cruzando el puerto a bordo de una tèquina y presumía de jamás haberse bañado en el mar, a no ser un chapuzón de improvisto al ser empujado por otro chaval, y de esto hacía tanto tiempo que no sabía muy bien si era cierto o lo había soñado.

La charla con el señor Pepe es guapo fue mi primera entrevista, y así transcurrió, a modo de preguntas y respuestas, aquel verano de 1961, inducida e empujada por Gori, aduciendo que debía anotar cuanto me explicara, dado que cuando yo fuese abuela me encantaría saber de aquellas historias, tal como ha sucedido.

¿Cuántos años tiene, señor Pepe?

Calcula. Cumplí los 88 la festividad "de la Mare de Déu d'Agost" (eché cuentas y la resta me dio 1873).

¿Dónde nació?

En Turnaltí, donde mis padres estaban de aparceros, mi padre falleció al poco de yo nacer, mi madre decidió trasladarse a Mahón con el resto de hermanos, mudándonos a Vilanova. No creas que Dalt Vilanova se parecía a la que tú conoces. Así la llamaban por ser la nueva prolongación de la ciudad. Aquella calle era muy distinta, allí vivían las familias más pobres, los más humildes.

Puedes escribir que no existía la actual carretera general, en la calle de Prieto y Caules, quedaba cerrada por una alta pared. Desde las casas de la Raval se veía el puerto.

Debo decirte que los primeros que empezaron a construirse las casas fueron payeses que dejaban las fincas, muchos herreros, también se encontraban jornaleros, que malvivían en los huertos y norias que por allí se encontraban.

¿Qué más…?

Que los cerdos, las gallinas e incluso una vaca, deambulaban por lo que después llegó a ser una calle como Dios manda. En la actual fábrica "d'en Mevis Jover" se encontraba un llogaret, precisamente la vaca era de aquella finca y no sé por qué cada dos por tres salía por el camino cercano a las viviendas, los chiquillos armábamos un valga'm Déu.

Aquel desorden promovía riñas y serias discusiones entre vecinos. Los más espabilados intentaban incautarse con los huevos que las gallinas ponían per aquí i per allà, siendo reclamados por los dueños de las aves. Gracias a que una de aquellas gallinas, negra como la noche, se decidió a poner su huevo diario en un rincón del pequeño huerto que teníamos, cada día mi madre preparaba un hou passat per aigo a modo de gira, como si fuese una rueda, el día que debía comerlo ella, lo preparaba a su suegra, que vivía con nosotros. Pepe añadió: Después te diré algunas cosas de ella que te gustará saber, era reclamada por muchos, sabia tallar es caps de fibló, con esta participación se ganaba algunas perras.

Tampoco estaba la calle de José María Quadrado. Ésta se construyó con la adquisición que hizo el Ayuntamiento de cuantas norias y molinos formaban aquell rodol, con motivo de tenerse que construir el colegio Primo de Rivera. Por el pueblo corría la voz de que también se tenía que construir el cuartel de la Guardia Civil y un instituto.

La Explanada era un campo de tierra, con muchas piedras, cuando hacia viento se formaba una nube tan espesa, que apenas se divisaba el cuartel de Infantería. A los chavales nos encantaba ir a ver las carreras de caballos y cómo saltaban los obstáculos, se disponían tribunas donde se sentaban las señoras de Mahón, las más ricas y las esposas e hijas de militares. Yo tendría poco más de doce años, cuando por las noches me dormía, pensando en una de ellas, muy alta, muy rubia con unos ojos azules, que siempre llevaba un sombrero blanco, bueno sombrero lo llevaban todas y guantes también. El día que la vi del brazo de un militaret, me dio una rabia feroz, intentando no volver a dormirme con ella jamás, al poco me hice novio de Anita, una vecina, también muy rubia.

¿Y las calles, del centro del pueblo cómo eran?

Algo difícil de explicar. Olían a orines y excrementos, todo iba a parar en es carrer.

Recuerdo que mi abuela vivía en la de San José, de camino a su casa, solía pasar con mi madre por la des Molinet, que más que calle era un estrecho callejón. El paso se hacía muy dificultoso, había que subir y bajar sobre montículos formados por escombros que se iban amontonando a medida que se iban edificando casas que habían sido de planta baja, subiéndoles un piso y otras con porches incluidos.